La Caravana de Migrantes centroamericanos, principalmente provenientes de Honduras ha llegado a México y con ella la discusión sobre un problema complejo de nuestro siglo, que como nunca antes genera opiniones encontradas sobre lo que en los hechos es un fenómeno demográfico. Pero en lo humano, migrar implica dejar atrás una historia de vida, un hogar y un lugar desde donde se contempla el mundo. No es lo mismo emigrar por razones profesionales o de crecimiento laboral que hacerlo orillado por las circunstancias. Debido a que donde se vive ya no hay condiciones para cubrir las necesidades básicas e incluso se pone en riesgo la vida. Esta última situación, la de alta vulnerabilidad, es la que padecen quienes huyen de países en crisis, como Siria y Venezuela.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos en México ha señalado que esta Caravana Migrante está conformada por tres mil personas, entre las que se encuentran niñas, niños, mujeres y personas adultas mayores. Ha recorrido ya por varios días Guatemala hasta llegar a México pero éste no es su destino final. La Caravana busca plantarle cara al Gobierno de Donald Trump en la frontera norte de nuestro país y entrar a los Estados Unidos de Norteamérica asistida por la calidad de ser refugiados. Ingresar y permanecer de forma irregular en un país no es un delito sino una falta administrativa. Y vaya que muchos de nuestros connacionales saben la diferencia entre estos términos en los Estados Unidos. Ellos mejor que nadie saben lo que significa dejar atrás sus lazos comunitarios, sus costumbres y tradiciones por construir sus sueños en un país que no es el suyo. Ellos han experimentado la dureza del discurso de Trump, que es reflejo de la discriminación arraigada en un amplio sector poblacional de nuestro vecino del norte.
El maltrato a nuestros paisanos que diariamente llevan el pan a sus casas en Estados Unidos, nos mueve a la reflexión sobre cómo debemos tratar a nuestros hermanos centroamericanos en México. Y esta opinión la emito convencido de que aunque somos una sola América, hemos dejado de considerarnos hermanos. Que en algún momento la estratificación de la vida moderna nos llevó a ponderar que ciertos países valían la pena y otros no. Nos equivocamos. No hay mejores nacionalidades que otras. Y no deberían distinguirnos más que el vicio y la virtud a quienes compartimos lengua, cultura y origen. Lo afirmo parafraseando al genio que fue José María Morelos, quien seguramente imaginó, como Simón Bolívar, una América unida frente a la explotación y el despojo.
Ciertamente es simbólico que un grupo numeroso de migrantes avance en caravana. Pero el de Honduras no es el único, ahí tenemos la grave crisis migratoria en Venezuela, resultado de la escasez de alimentos y de la creciente devaluación de la moneda de ese país que ha roto todos los records que miden la inflación. Sin estar en guerra, Venezuela expulsa familias enteras que avanzan a Brasil, a Colombia, a Perú y a otros países sudamericanos. ¿Deberían ser discriminados por no tener otro lugar a dónde ir? Creo que la respuesta es simple: No. No son responsables de las malas decisiones que los llevaron a vivir en precariedad y huyendo de la inseguridad. Las posturas de política exterior son muy respetables, sin embargo, deben apegarse a los principios de asistencia humanitaria que son resultado de la protección de los derechos humanos. En un mundo cada vez más interconectado, las instancias internacionales son fuente legítima para buscar la protección de quienes sufren en sus países de origen. Pensemos en Mario Castellanos o David Cobán, niños de 12 años que quieren llegar a Estados Unidos porque al igual que sus padres, sueñan con un futuro mejor. En su natal Honduras tienen pocas opciones y una de ellas es unirse a una pandilla, de esas que Trump compara con animales y usa para generalizar y justificar que sus fronteras estén cerradas a quienes huyen de la violencia.
Empleando la lógica más absurda equipara a los centroamericanos con delincuentes, como antes lo hizo con nuestros paisanos. En esto Trump se parece a otros líderes que a lo largo de la historia han enfrentado a la sociedad prejuzgando y señalando a un enemigo común. Basan su poder en el miedo y no en la comprensión de los problemas. Por fortuna, todos han fracasado en su afán de excluir a quienes quieren salir adelante. Esta vez no creo que sea diferente. La Caravana Migrante no desafía a la administración de Trump, ya le ganó en el terreno de quienes luchan por su libertad.