Gerontocracia y rebeldía: Rubén Mújica Vélez

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“Erase que se era…” un país feliz. La democracia imperaba en la vía pública. Los ciudadanos, todos, eran de primera categoría, no existía la discriminación, los ingresos de todos eran idénticos, todos gozaban de un alto nivel de vida y mejoraban simultáneamente, los hijos de todos los ciudadanos tenían asegurado un empleo bien remunerado en que desempeñaban sus profesiones y especialidades, no se conocía el hambre y la salud pública era tal que nadie moría antes de los 120 años. Los ancianos y los niños eran los privilegiados de la sociedad y como abundaban los empleos, no existían “bancos de pobres”, ventas a base de “paguitos”, cooperativas de ahorro, programas “populistas”, subsidios, casas de beneficencia, asilos, organizaciones filantrópicas, “redondeos” para menesterosos, “Tele-robos”, emigrantes, DIFs, desayunos escolares, “bancos de alimentos”, ni “coperachas” para niños de la calle, “franeleros ni viene-viene”, mendigos, ni méndigos que negaran dar limosnas. El país se llamaba Jauja-México.

Pero a alguien se le ocurrió que había que crear un grupo de “representantes públicos”, y otro de burócratas; ocupar en algo a un grupo de ociosos por gusto…en lo que fuera. Entonces inventaron a los diputados y, a los viejos más latosos, a los senadores. También a los “servidores públicos”

Entonces se desató una fiebre. La fiebre de los “trapecistas”. Los “representantes” y “servidores públicos” que brincaban de un puesto a otro por años, por decenas de años y algunos como un tal Fidel Velázquez y uno de apellido Guerra, en Oaxaca, que se eternizaron en los puestos al grado que envejecieron a la par de los sillones en donde ponían sus antifonarios-posaderas-. Nadie sabía si el sillón o el viejo ganaban en arrugas. Los ciudadanos ignoraban si algún día esa plaga moriría. Primero les pareció chusco, pero con los decenios se dieron cuenta que esa nueva clase de momias estorbaban a la sociedad. Por que además de eternizarse en los cargos, políticos y burocráticos, envejecía una cauda de cortesanos que no servían para algo, pero que vivían a costa de la sociedad que resentía las consecuencias. Mientras los gerontócratas engordaban y construían sus mansiones cada vez más grandes y con varias albercas, el pueblo empezó a notar que escaseaban los alimentos. La riqueza escandalosa de esos pocos ¡originaba la pobreza de la mayoría de ciudadanos!

Peor. Esos improductivos y corruptos sujetos, empezaron a ambicionar crear leyes para mantener sus puestos eternamente y ¡para heredarlos también legalmente! Muchos de ellos en la práctica lo habían logrado: cedían sus puestos públicos a hijos, hijas, esposas, concubinas o barraganas y en caso de algunos “desviados”, hasta a jovencitos que nadie sabía que funciones cumplían en la creciente corte de los gerontócratas. Éstos aspiraban a tener legalmente los puestos públicos, políticos y burocráticos,  como propiedad personal. Soñaban con entregar sus “bastones de mando”, ahora en forma de cetros, a los hijos o nietos propios o de sus favoritos. Soñaban con crear una casta de “neonobles neoliberales” que dieran prestigio de sangre a sus apellidos y que además lucieran escudos de armas, castillos con puentes levadizos, títulos nobiliarios y cotos de caza.

Entonces empezaron a legislar en su propio beneficio. Además de disponer a su antojo de los recursos de la sociedad, ahora pretendían que la sociedad se sujetara a sus caprichos y de paso les agradeciera sus “enormes sacrificios”. ¡Eran los Padres de la Patria! No necesitaban justificación ni explicación alguna de sus pretensiones. Cuando sus guardias de corps-vulgares “guaruras”- les comentaban susurrando que el pueblo padecía hambre y la inconformidad crecía, apenas les escuchaban. Cuando les dijeron que no había pan, respondieron ¡pues que coman bizcochos! Pero cuando empezaron  a oír disparos y gritos de rebeldía popular, preguntaron:

                               ¿Qué es eso? ¿Acaso un motín?

Sus guardaespaldas, aún que armados con ametralladoras Barret 50, temblando les respondieron:

                               No señor mío. Es la Revolución.

Un nuevo Doctor Guillotin empezó a aceitar su enmohecido invento.

rubenmv99@yahoo.com