Lo dijo muy claro y sin ambages el senador morenista César Arnulfo Cravioto Romero: “Yo tengo un líder político y se llama Andrés Manuel López Obrador, por supuesto que estoy aquí (en el Senado de la República) para respaldar todo lo que mande el Presidente”.
Así o más evidente. Así o más abyecto. Así o más sometimiento de un legislador que se supone que aunque llegó como suplente de Martí Batres niega que esté ahí para someterse al mandato ciudadano y cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan.
Está ahí –dice él mismo– para obedecer el mandato del Poder Ejecutivo a pesar de que la misma Carta Magna establece la separación de poderes y que cada uno los tres tiene su propia responsabilidad y es factor de equilibrio en una República, democrática y representativa, como es la nuestra.
Y, el hecho de que México sea una República democrática representativa significa que la forma de gobierno es mediante el ejercicio de tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, y que en México se usan las herramientas democráticas y de manera prioritaria el voto.
Pero esto es lo que menos le importa al señor César Arnulfo Cravioto: Saberse senador de la República para contribuir al engrandecimiento y la unidad nacional, el fortalecimiento de la República y la vigilancia de los intereses nacionales y la defensa de su soberanía… y tanto más.
No. En su criterio él está ahí para obedecer y defender los intereses del gobierno. Para estar a las órdenes de un solo –su- jefe: el presidente de México, otro poder que no es el suyo.
Y como él, el ala radical de Morenistas en el Senado, otros más que quisieron mostrarle a su jefe presidencial hasta qué punto de obediencia a sus órdenes son capaces y, al mismo tiempo demostrar la fortaleza que emana del Palacio Nacional para decidir –también en nombre de Palacio Nacional– quién debería ser presidente del Senado en el siguiente periodo legislativo. No lo consiguieron.
Por supuesto querían que fuera el senador Higinio Martínez a quien desde Palacio Nacional y a través de esta “ala radical” del Senado, pagar el favor de hacerse a un lado en el Estado de México y no estorbar.
Esto para permitir el acceso de la que será la candidata de Morena para gobernar esa entidad, Delfina Gómez quien ha ocupado cargos en el Estado de México, como presidenta municipal de Texcoco en donde se encontró que pudo haber retenido parte del sueldo de los trabajadores de su municipio para trasladarlos a favorecer la campaña presidencial de Morena.
Pero también, proveniente de la Secretaría de Educación Pública en donde no hizo nada en favor de la educación pública de los niños y jóvenes de México. En donde cedió la titularidad de la educación pública al sindicalismo magisterial.
Pero la solidaridad y la fidelidad tienen un pago. A ella le están pagando estas habilidades y ahora la enfilan para intentar gobernar una de las entidades más importantes de México.
En todo caso al senador Higinio Martínez lo hicieron a un lado mediante un mecanismo de consulta interna nada probable en su forma y en sus resultados para que fuera la maestra Delfina la candidata. Y asimismo, ese “hacerse a un lado” quieren pagarlo ahora –o querían pagarlo ahora- con la presidencia del Senado de la República.
Del mismo modo, la solidaridad y fidelidad, más que el conocimiento y la experiencia, son valorados para asignarles algunos de los cargos públicos más relevantes de la función pública en el México de la 4-T.
Esto ha permitido que puestos distintos sean ocupados por personajes sin el perfil o sin la cultura o formación sólida, con herramientas firmes del conocimiento, la experiencia y la calidad en la materia que habrán de atender.
Es el caso del nombramiento de la misma Delfina Gómez quien es sustituida en la Secretaría de Educación Pública por Leticia Ramírez, una fiel trabajadora el presidente desde su gestión en el Distrito Federal y ahora en la presidencia del país. El premio ahí está. ¿Quién pagará los platos rotos?
Pero eso: la famosa separación de poderes que le da sentido a la República democrática y representativa está en punto obscuro. Lo mismo el Poder Judicial, a cuyos ministros puestos ahí por el Ejecutivo, les regaña como a sus empleados por no defender “la transformación del país”.
De hecho, el país sí se está transformando. En un país en el que los poderes de la República anulan su autonomía e independencia, como anulan también ser factor de equilibrio
Por fortuna no todos los senadores o diputados o ministros o funcionarios públicos son obedientes defensores del mandato presidencial. No de su tronido de anular con pulgar. No de su manotazo en la mesa del poder, como sí lo hace el mismo que dijo que está ahí por el presidente y para obedecer sus órdenes.
Como en la Restauración de la República en 1867 y hasta 1876 hoy urge una Restauración de la República porque la nebulosidad de esa separación de poderes, propicia una enorme debilidad de gobierno, una gran ingobernabilidad y una pérdida de factores de apoyo legislativo y de administración de la justicia en México. Y muchos más. Y eso a nadie le conviene aquí. A nadie. Para bien o para mal.