Apenas unos cuantos kilómetros arriba de Interlomas, en un lugar al que llaman El Olivo, vive doña Lupe, una señora de sesenta y tantos años y de modesta condición económica. Reconoce que casi a tiro de piedra, entre las zonas residenciales que se aprecian a simple vista, ha habido operativos para capturar al JJ, a La Barbie, al Indio, y que no muy lejos, en un departamento de lujo, fue hallada muerta la niña Paulette.
“Si yo fuera gente del narco, viviría por aquí, porque es fácil escapar para cualquier lado…”, dice convencida, segura de conocer las múltiples rutas que le permitirían no ser atrapada. “Eso sí, manejaría una camioneta 4×4, y a ver cuándo me agarran”.
Lo que le molesta a doña Lupe de los grandes y modernos edificios no es si serán habitados por narcos, sino que hay en particular un conjunto de numerosos pisos que dejó a su pequeña casa en la sombra. “¡Qué cabrones! Me taparon el sol”, expresa con amargura.
De camino a Interlomas, un par de anuncios se repite en los numerosos cruces: “Vendo frondoso departamento de 420 metros cuadrados”, y “Estrene residencia”. Entre la larga fila de automóviles sobresalen los Audi, los BMW y las Hummer.
A unos pasos de la Universidad Anáhuac, un policía de tránsito municipal, con largos años de servicio, confiesa mientras le marca el alto al conductor de un Mini Cooper: “Es muy peligroso por aquí, porque quien manda es el señor don dinero. No se sabe ni con quién tratamos…”.
De repente el oficial señala con el dedo índice en dirección de una de las zonas residenciales construidas en lo alto de un cerro. “Allá arriba, un compañero perdió la vida en una balacera. Creo que eran narcos. Se vienen por esta zona porque se les hace fácil mezclarse entre los vecinos”.
Uno de los últimos capos capturados acostumbraba dormir por estos rumbos. Incluso, El JJ ha dicho que solía cultivar su cuerpo en el Sport City de Interlomas, situado a unos 500 metros de donde el oficial continúa en su tarea de dirigir el tránsito.
Al interior del Sport City, una señorita informa que para tener acceso a este recinto destinado al ejercicio hay que pagar la inscripción individual de 15 mil pesos, a lo que se deben sumar los treinta y cinco mil de anualidad diferidos en 12 meses. Sin duda, cualquier cosa para quien gana millonadas con el tráfico de estupefacientes.
En la base de peseros que llevan al Toreo, el despachador relata que hace tiempo los militares entraron en una casa al otro lado de la avenida, en cuyo interior había un laboratorio que fabricaba cocaína. “Tan decente y tan canija que me salió esta gente”, dice alzando los hombros, todavía algo asombrado de lo que se llega a escuchar por aquí. “Yo por eso del trabajo me voy para mi casa, nada de andar paseando en la noche por estas calles”.
Milenio