El pasado febrero Hugo Chávez se dirigía al aeropuerto para volar a Cuba y someterse a una operación en la que le extirparían un segundo tumor cancerígeno. Las calles del caraqueño barrio de Catia se llenaron de vecinos que, entre lloros y gritos, parecían despedir a un familiar. “Fue impresionante. Aquí el 90% de la gente apoya a Chávez”, comenta el padre Dionisio, quien desde hace cinco años oficia la misa en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen de esta zona del Oeste de la capital.
En el este de la ciudad, un veterano periodista y opositor al presidente, Ángel Rivero, cambia su rostro amigable y su expresión risueña cuando habla de política. En 2002, tras el golpe de estado que depuso a Chávez durante 48 horas, publicó el libro Auge y caída de la revolución tapa amarilla. En sus líneas compara al comandante con Belcebú y Hitler. Hoy, este ex guerrillero confiesa que le gustaría escribir otro libro sobre una visión que le ronda la cabeza: agrupar a un comando de viejos, de enfermos terminales, para lanzarse a las armas contra la “Revolución Bolivariana”.
El próximo 7 de octubre un país dividido en dos acudirá a las urnas para elegir presidente. Aunque faltan dos meses, Caracas se desvive por la política. Las avenidas están llenas de carteles, las paredes de pintadas, incluso en las ventanas de los edificios de viviendas cada quien muestra a qué bando pertenece. En los cafés, en las sobremesas y hasta en los taxis, el tema más que recurrente es casi monopólico. En vez de opinar, sin embargo, los votantes emiten una verdad sin matices. En una trinchera, los chavistas llaman “la nada” al candidato único de la oposición, Henrique Capriles. En la otra se refieren a Chávez, que aspira a prolongar su mandato hasta los 20 años, como “el dictador” o incluso “el diablo”.
“Existe gran incertidumbre ante dos proyectos confrontados, dos conceptos antagónicos de democracias”, opina Ricardo Ríos, analista político, en el marco de un foro en la Universidad Central de Venezuela. “Si Chávez gana pondrá a funcionar mecanismos para instaurar el poder comunal, si lo hace Capriles tendría que reforzar el cambio en las elecciones de diciembre (municipales y estatales)”.
Los dos proyectos políticos son tan diferentes como sus cabezas visibles. Chávez, miltar de 58 años, es el hombre más conocido de Venezuela. Su omipresencia en los medios, su cercanía en los discursos y su mandato “aniimperialista” que ya se ha extendido durante 14 años, lo han convertido quizás, en la referencia del comunismo mundial. Capriles, un abogado de 40 años, semidesconocido, acudirá a las urnas después de arrasar en las primarias de la oposición con el 60% de los votos -por primera vez los antichavistas acuden con un solo candidato. Este socialdemócrata, antes alcalde y gobernador, explota su juventud y forma física pateándose el país en busca de que la gente lo conozca y escuche su discurso conciliador. “Seré el presidente de todos”, no se ha cansado de repetir.
Entre las pistolas y el bolívar
Stephany, una chica de 21 años, enseña orgullosa las mejoras que ha experimentado en los últimos años el 23 de enero, una de las parroquias populares más emblemáticas de Caracas. Es un bastión de la “revolución”: graffitis de Chávez comparten espacio con el Ché Guevara. A pocos pasos del metro, un habitáculo de ladrillo funciona como clínica para asistir a los pacientes. Un médico cubano lo atiende. Al fondo los edificios en los que ella vive se ven remozados. “Ahora están instalando elevadores nuevos”, cuenta feliz.
Thaelman Urgüelles, un sexagenario cineasta e intelectual, me presume de una zona bien diferente de la ciudad, “una recuperación del espacio público”, un bastión de la oposición. La plaza de Chacaíto está llena de terrazas y un McDonalds y un Burger King la flanquean. En el parqueadero subterráneo están estacionados coches del año. Afuera la gente camina emperifollada, los hombres con camisas de marca y las mujeres enjoyadas.
A pesar de las diferencias económicas y políticas, sin embargo, ambos tienen preocupaciones comunes.
La criminalidad y la violencia son uno de los temas que trascienden las trincheras venezolanas. Venezuela es el quinto país más violento del mundo, con una tasa de 48 homicidios por cada 100 mil habitantes, según la ONU. ”No creo que Venezuela haya vivido un periodo de tanta carga violenta como el de ahora, tan peligroso”, señala Teodoro Petkoff, periodista y economista. Las misas en los barrios de Caracas se celebran en su mayoría en memorias de fallecidos por la violencia. Hasta agosto, 63 policías han sido asesinados en la capital víctimas de las bandas de criminales.
“Chávez planteó un país de inclusión, de orden y seguridad y de transparencia, de castigo a los corruptos. Es obvio que catorce años después ha fracasado en esas tres dimensiones”, abunda María Corina Machado, una de los tres candidatos que se presentaron, junto con Capriles, a las primarias de la Mesa de Unidad Democrática, el frente común de la oposición que aglutina a una treintena de agrupaciones políticas.
A la inseguridad hay que sumarle la situación económica del país. A pesar de vivir el período de bonanza petrolera más grande de su historia, al Gobierno de Chávez no le están saliendo las cuentas. La deuda pública nacional se ha incrementado en un 1.000% en la última década, según el Fondo Monetario Internacional. La inflación, además, es la más alta de América Latina.
Los logros sociales de Chávez, como el acceso a la sanidad, a la vivienda o la alfabetización masiva del país, que ni siquiera los opositores niegan, a estas alturas pesan más en las encuestas que los problemas que arrastra el país. El actual presidente maneja un margen de alrededor del 7% sobre Capriles.
El optimismo entre la oposición, sin embargo, es palpable. Urguelles señala entusiasmado las viviendas de un barrio popular en medio de una marcha caprilista. En las ventanas cuelgan carteles del candidato. “Esto antes era imposible… Mira, mira… Nos falta un poco. Hay que arañar, hay que arañar”.
Al día siguiente, un Chávez confiado está hablando en el televisor. Yoda, acérrimo chavista escucha con atención. En la casa de este veinteañero, que se dedica a la capoeira, un cartel de Chávez adorna la pared principal del salón. Un chico español entra en el apartamento y saluda. Yoda, medio en broma, medio en serio, responde: “Shhhh. ¿No ves que está hablando el presidente?”.
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