La crisis política que enfrenta Venezuela desde el ascenso de Hugo Chávez al poder en 1999 y luego con el relevo de Nicolás Maduro en 2013 por la muerte del comandante originario de la autodenominada revolución bolivariana revela, a su vez, otra nueva crisis en el pensamiento socialista de la región sudamericana: el comunismo cubano devino en un populismo autoritario y caudillista y contaminó a la izquierda regional.
El debate que nunca ha querido darse en las élites revolucionarias es el que podría asumirse como la maldición Michels: en 1911 el sociólogo alemán, a partir de su observación de los partidos socialistas, creó el modelo de “la ley de hierro de la oligarquía” que señala que toda organización partidista deriva en un liderazgo oligárquico, aunque en nombre de las masas, desde Lenin hasta Fidel Castro y ahora Maduro.
Ahí, en los liderazgos iluministas de caudillos forjados o improvisados, se localiza el drama de las sociedades con incipientes bases y prácticas democráticas, y no, como quiere hacerse ver ahora en Venezuela y desde los sesenta del siglo pasado en Cuba, en el acoso del imperialismo estadunidense. Ciertamente que Washington opera en América Latina como quien ve a su patio trasero, pero la respuesta política e intelectual es la misma: culpar al acoso imperial para consolidar oligarquías revolucionarias hereditarias y caudillistas.
Washington se topó con una piedra castrista en 1961 con la frustrada invasión de Bahía de Cochinos y pactó con la URSS en 1962 el retiro de las bases de misiles en La Habana –apuntando a territorio del este estadunidense– a cambio de no realizar ninguna otra maniobra de deposición de Castro. Eso sí, los EE.UU. diseñaron un bloqueo comercial y aislaron al régimen comunista. Sin embargo, el halo de simpatías por Cuba se terminó muy pronto: en 1971 el gobierno de Castro se peleó con los intelectuales que lo encumbraron y desde entonces el gobierno cubano –con Fidel y ahora su hermano Raúl como heredero dinástico del poder– es autoritario, dictatorial y represor de derechos fundamentales reconocidos desde la Revolución Francesa.
Raúl Castro ha reforzado el autoritarismo comunista ante la decisión del presidente Donald Trump de congelar el deshielo –que no propuesta de contrarreforma– en las relaciones bilaterales que operó su antecesor Barack Obama y ahora Maduro explica el reforzamiento del autoritarismo venezolano –represión directa, en realidad– por el acoso del imperio. Sin embargo, desde el desmoronamiento de la Unión Soviética, Washington también encontró desde su punto de vista que el socialismo es imposible en América Latina, que los populismos son funcionales a los intereses económicos del imperio y que no hay razón para regresar a los años de los temores de la revolución cubana a comienzos de los sesenta.
La apuesta de Trump en el congelamiento de la apertura diplomática tiene la intención de acelerar las contradicciones internas en la sociedad cubana que ya probó un poco los beneficios de la apertura hacia el exterior y ahora mueve los hilos de la OEA para impedir el golpe técnico de Estado de Maduro para construir una dictadura constitucional forzada. Las dos naciones revolucionarias carecen de horizonte comunista (Cuba) y socialista-populista (Venezuela) y sus liderazgos no tienen perspectiva estratégica. La globalización comercial, la revolución cibernética y la ausencia de un polo socialista dominante como lo fue la URSS ha llevado a las naciones y sus sociedades a encontrar nuevas formas de cohesión ideológica.
La Cuba del siglo XXI es diferente a la Cuba nacionalista de los sesenta y el discurso castrista (de Fidel, mantenido por Raúl) de que la gran hazaña de Cuba fue la de resistir a los EE.UU. y no la inexistente sociedad comunista se ha ido desinflando ante la ausencia de los fogosos discursos de Fidel. Los pocos meses de apertura hacia el exterior fueron disfrutados por los cubanos con la llegada de productos de bienestar del imperialismo estadunidense; los vuelos del exterior a La Habana llevaban a pasajeros con cantidades inimaginables de pantallas de plasma, aunque la producción televisiva cubana sea de mediados del siglo pasado.
En Venezuela la escasez de productos de primera necesidad –alimentos y medicinas– ha llevado a dinamizar la protesta social, porque no es lo mismo carecer de ese bienestar luego de haberlo disfrutado hace poco tiempo con el auge petrolero. A ello se agrega la falta de carisma revolucionario de Maduro y la ausencia de un caudillismo cohesionador.
El pensamiento político latinoamericano se quedó congelado en los sesenta; ahora mismo se quiere explicar el endurecimiento de Venezuela por el acoso del imperio; de nueva cuenta el modelo Fidel: la victimización como forma de construir un consenso ultranacionalista interno y evitar cualquier reforma política de pluralidad. Si Trump se queda sólo en el endurecimiento hacia Cuba, Raúl Castro va a responder con el cierre ideológico de la frontera y Maduro hará lo propio, pero sin entender que esas respuestas no son salidas políticas ni estratégicas y sólo se agotan en la consolidación de los liderazgos autoritarios.
La izquierda latinoamericana busca la sobrevivencia azuzando el fantasma de Trump sin entender que el socialismo-comunismo se quedó sin respuestas a la crisis general del capitalismo. Cuba y Venezuela regresan a los sesenta, cuando sus pueblos ya viven en el siglo XXI.
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