A la memoria del pintor Toledo, y a
sus figuras que fundaron una escuela.
Sin ninguna solución a los graves problemas de la educación superior en la UNAM, el rector Enrique Graue Wiechers ha comenzado a maniobrar los hilos de poder universitario para quedarse otros cuatro años con el cargo, luego de un primer periodo de cuatro años sin ninguna iniciativa real.
La autonomía universitaria ha sido el escudo para excluir a la UNAM de la vigilancia de los usos de los dineros fiscales que le llegan como aportaciones. En el fondo, la autonomía debe defenderse en libertad de cátedra, libertad de pensamiento y programas de estudio para la sociedad.
Pero la organización interna de la Universidad le permite al rector en turno crear una especie de Virreinato –de esos tiempos viene su origen real– por el control sobre los organismos de gobierno. Desde su autonomía en 1929, la UNAM se mueve como una reproducción exacta del sistema político priísta. No por menos la mayoría de los rectores de 1973 a la fecha han debido de ser priístas militantes o in pectore.
La UNAM está controlada por diversos grupos de interés: por especialidades profesionales, por grupos políticos, por vinculaciones con los poderes reales priístas y por mafiasclandestinas. El gigantismo ha creado una Universidad sin instrumentos de control interno: inseguridad, tráfico y consumo de drogas, grupos porriles que manejan facultades y pasillos, vinculaciones con cárteles externos de drogas; del lado académico, el control de profesores a través del manejo arbitrario de salarios como mecanismo de dominación; y como una victoria de grupos socialistas y comunistas, un sindicato que ha fijado una casta sindical que se engulle buena parte del presupuesto como mecanismo de control de la rectoría y que se ha convertido en un lastre educativo.
Los rectores han sobrevivido a cambio de permitir la existencia de estos grupos de poder dominante. Desde 1973 los rectores son meras figuras decorativas ajenas a la realidad social y los programas de estudio siguen produciendo egresados para el priísmo, la empresa privada o el subempleo. La única función de los rectores es la de moverse en la oscuridad de las relaciones de poder con instancias calificadoras para que la UNAM aparezca entre “las mejores” universidades de la región.
Pero en los hechos, la UNAM carece de vida estudiantil, sus profesores están mal pagados y sólo una casta se aprovecha de los mecanismos de premiación de lealtades para obtener prebendas millonarias anuales, la producción de ideas y conocimiento se ha trasladado a universidades privadas.
El rector Graue busca la reelección para seguir haciendo lo mismo que ha realizado en sus primeros cuatro años de rectorado: nada. Eso sí, ha generado algunas grillas tipo estudiantil para inventar el fantasma de la ocupación de la 4-T y con ello garantizar su reelección con el argumento de que más vale malo por conocido que bueno por conocer.
En 1989 el rector Jorge Carpizo McGregor tuvo un destello de congruencia y como constitucionalista se negó a la reelección; el otro argumento era más sencillo: lo que nopudo hacerse en cuatro años, nada garantiza que se pueda hacer en otros cuatro años. Los segundos periodos de los rectores disminuyen su fuerza porque ya no tienen el argumento de una tercera reelección.
La UNAM ha sido, eso sí, trampolín político: luego de los rectorados realmente universitarios de Ignacio Chávez (1961-1966, echado por porros priístas), Javier Barros Sierra (1966-1970, acosado por el autoritarismo de Díaz Ordaz) y Pablo González Casanova (1970-1972, derrocado por Echeverría), el cargo pasó a posición política del sistema priísta con el presidente de la república en turno como el responsable del dedazo universitario: Carpizo pasó de la rectoría a la posición clave del salinismo, Juan Ramón de la Fuente viajó del gabinete de Zedillo a la rectoría y se estrenó autorizando a la Policía Federal a ingresar a territorio universitario a arrestar a líderes estudiantiles, radicales y sin control, pero estudiantes al fin; y el priísta José Narro saltó de la rectoría a un cargo en el gabinete de Peña y luego peón del proceso amañado de sucesión presidencial priísta de 2017-2018.
El rectorado de Graue ha sido atropellado por las políticas de austeridad para las universidades y condujo a la participación de algunas universidades públicas que hoy apoyan a Graue a la famosa estafa maestra con la Secretaría de Desarrollo Social. Ahora que las universidades aparecen zarandeadas por la austeridad de la 4-T y su exigencia de rendición de cuentas de presupuestos con dinero social, el rector de la UNAM se ha negadoa encabezar la obligación moral de las universidades de explicarle a la sociedad –en el contexto de la lucha contra la corrupción– el uso de los fondos presupuestales.
Es obvio que la 4-T quiere engullirse a la UNAM, pero lo peor que le podría pasar a la Universidad sería defenderse manteniendo el statu quo de grupos de interés que han explotado a la UNAM sin rendir cuentas.
La reelección de Graue significaría otros cuatro años de cacicazgo en la UNAM.
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