Una nueva ética pública para México: Francisco Ángel Maldonado Martínez*

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Las democracias modernas se basan en una ciudadanía que debe ser más participativa, señalándole los límites al poder. La clave de un buen gobierno no es el carisma de los gobernantes, sino el trabajo que da resultados. Por ello la importancia de que quienes gobiernan tengan una formación completa, académica y política, que antepongan el interés general al de grupo.

El ejercicio de la política implica seriedad, pues no solo es acción sino ciencia, filosofía y disciplina. Quienes la ejercen deben tener perfil para las tareas que se les encomienda. Si la política se refiere a la cosa pública, las vertientes que derivan de ella, deben ser reservadas para los mejores perfiles. La renovación de cuadros es indispensable en todas las administraciones, pues refresca el trabajo en equipo. Juventud y experiencia deben conformar gobiernos con visión de futuro, que sepan aprovechar la oportunidad histórica de servir a la ciudadanía y trascender más allá de un sexenio.

La política no debe ser vista como un empleo más, sino como una función especial de la vida en sociedad. A México le faltan nacionalistas, y no en el sentido de un extremismo ideológico como los que ahora recorren el mundo, sino en el sentido de una ética pública que busque soluciones a los problemas sociales más allá de las intenciones personales. Para que no se cometan los mismos errores del pasado, la clase política debe estar consciente de que servir es un privilegio, y la ciudadanía de que es indispensable vigilar la actuación de sus representantes. Esta relación debe crecer en un diálogo propositivo, contrario a rumores maledicentes e intrigas que no merece una sociedad cada vez más crítica de la política.

México y Oaxaca merecen una opinión pública sólida, que crezca en credibilidad, y para ello debe haber una crítica sustentada en hechos, mas no en rumores. Los argumentos enriquecen la vida en democracia, pues más allá del régimen político, ésta consiste en el proceso cotidiano de debate de ideas sobre un proyecto de estado. La pluralidad de ideas es fuente enriquecedora de los gobiernos cuando sus principios son el respeto y la tolerancia a otras visiones de la realidad. Lamentablemente, para muchos críticos es más fácil descalificar con ataques personales a quienes cumplen una responsabilidad pública, que debatir con ideas el proyecto de Estado que queremos. Probablemente no les interese el Estado, sino solo su propio beneficio.

Las redes sociales son una poderosa fuente de información que debe servir a las democracias, pues hoy en día son una innovación que ha cambiado la forma de comunicarnos. La política virtual ha ganado un peso fundamental en estos tiempos, que logra cambios que antes se consideraban imposibles en un régimen político. Sin embargo, los mecanismos que surgen de ella pueden encubrir la mentira y el chantaje. No se construye ciudadanía a través de la denostación sin argumentos, sino con valores que vienen de casa y que se refuerzan en la escuela. Quienes queremos cambiar la forma de hacer política debemos proponer nuevas formas de entender la responsabilidad pública. Si las candidaturas independientes siguen siendo de difícil acceso para la mayoría y los partidos políticos se enfrentan al descrédito, hoy en día debemos proponer una nueva clase política, para lo que aún no hay ninguna escuela. Hay un vacío en la enseñanza de la política y olvidamos que es un saber imprescindible para mantener el orden social.

Hay quien cree que quien emula a Maquiavelo es un buen político, pero no es así. No vence quien es más perverso, sino quien comprende que sus decisiones pueden afectar a terceros y asume todos los días una ética pública. La palabra empeñada debe ser lo más valioso que tiene un político, y es una práctica que hasta parece en desuso en nuestros tiempos. La política no debe hacerse a base de intrigas y pleitos, sino con conocimiento técnico, trabajo en equipo y visión de futuro. Las políticas públicas deben ajustarse a estudios más sólidos, que superen las coyunturas y piensen en futuros posibles, no solo a seis años de distancia, sino considerando a las futuras generaciones. México merece políticos formados, que entiendan la importancia de sus cargos públicos. También se merece que los detractores del esfuerzo de quienes servimos dejen de lado las calumnias, y se enfoquen en el debate de las ideas que le conviene al Estado. Un debate que basado en hechos, no en suposiciones.

*Director Gral. del ICAPET