Los sismos del siete y 19 de septiembre de 2017, nos dejaron a los mexicanos duras lecciones que, un año después, debemos repasar para mantener a flote la vieja y constante consigna de no olvidar. No debemos dejar ir a los muertos que no debieron haber perecido; pero tampoco debemos dejar pasar todas las cuestiones que ocurrieron sin que debieran, y que debieran ser coordenadas fundamentales sobre lo que ya no debiéramos volver a vivir.
En efecto, cuando ocurrió el sismo del siete de septiembre en Oaxaca, mucho de lo relacionado con la tragedia de dos regiones importantes de la entidad se identificaron con la pobreza, el atraso y hasta con cuestiones culturales. Se dijo, por ejemplo, que el alto costo en vidas humanas y daños materiales registrado en la región del Istmo de Tehuantepec, era resultado del tipo de construcción de las viviendas, y de la poca cultura de la prevención de desastres que existía en las normas y costumbres relacionadas con la construcción de casas y edificios en esa región. El problema es que el sismo del 19 de septiembre nos dejó ver que las explicaciones ofrecidas a una y otra tragedia —la del Istmo, y la del centro del país, doce días después— eran insuficientes.
Sobre el primero de los puntos, que en un primer momento creímos válido respecto a la magnitud de la tragedia particularmente en el Istmo, en este espacio apuntamos hace un año, el 10 de septiembre, que en ciudades como Juchitán, Tehuantepec, Ixtepec, Matías Romero, Asunción Ixtaltepec, Niltepec y otras, se reportaron pérdidas humanas, lesionados y daños de consideración, que motivaron de inmediato la movilización de autoridades de los tres órdenes de gobierno para la atención de la contingencia.
“Desde el primer momento —apuntamos—, se pudo apreciar a través de imágenes difundidas en redes sociales, que la gran mayoría de los daños ocurrió en inmuebles construidos con adobe, techumbres, tejas, láminas y otros materiales que eran tradicionales en otras épocas, pero que no corresponden a construcciones de años recientes. E incluso, a pesar de la magnitud del movimiento sísmico, y de la cantidad de inmuebles dañados en la región del Istmo —muchos de ellos quedaron totalmente destruidos—, lo cierto es que el número de víctimas humanas no fue el que se habría esperado de un movimiento de dimensiones equiparables en otro tiempo y lugar.”
No obstante, la idea inicial apuntaba también a que la tragedia no se había magnificado gracias a las lecciones aprendidas respecto a los lineamientos y normas de construcción, luego del terremoto de septiembre de 1985. Por eso, apuntamos: “Una de las cuestiones de mayor trascendencia ha sido la capacidad de establecer, y de que toda la gente lo entienda, esquemas de construcción acordes con la zona en la que habitamos. En un país en donde parece que todo puede prestarse a la corrupción y a las omisiones, resulta que todos han comprendido la importancia de no brincarse, no bordear, y no simular los lineamientos bajo los cuales deben realizarse las edificaciones. En gran medida, esa fue una de las razones por las que en los núcleos urbanos no hubo más que algunos cristales rotos y daños menores provocados por el movimiento sísmico, pero no una tragedia de grandes dimensiones como la que ocurrió en el terremoto de 1985.
“En aquella ocasión, quedó claro que una de las razones por las que fue exponencial el número de víctimas humanas y pérdidas materiales en la Ciudad de México, radicó en la deficiente calidad de construcción, y en las incorrectas normas que regían el diseño de las edificaciones que se vinieron abajo. Aquella fue la gran prueba de un inmueble que casi cuarenta años antes se había construido con un sofisticado sistema antisísmico —la Torre Latinoamericana— y que demostró cómo cuando algo se construye a partir del reconocimiento del terreno en el que se encuentra, una posible tragedia puede no quedar más que en la anécdota.”
CHOQUE CON LA REALIDAD
Hace exactamente un año, el 19 de septiembre, ocurrió otro terremoto que agrietó la idea de que la cultura de la prevención en México —particularmente, en la capital del país— era sólida. Ahí, en la Ciudad de México, otro sismo devastó varias zonas de la ciudad dejando varios edificios caídos y alrededor de 200 personas fallecidas. ¿Qué había ocurrido, si se suponía que todos habíamos aprendido las amarguísimas lecciones que le legó al país una tragedia más o menos similar ocurrida ese mismo día, pero de 1985?
Insistimos en esa pregunta el 24 de septiembre del año pasado, y en gran medida ésta sigue sin respuesta, a la luz de verdaderas incógnitas que están en vías de convertirse en monumentos a la impunidad, como el caso del Colegio Rebsamen, sobre el que no hay mayor voluntad por parte de la autoridad para hacer justicia.
Con esa previsión, apuntamos entonces: “¿Qué se reveló con el sismo que ocurrió 12 días después en el centro del país? Que no sólo que eso no era suficiente la cultura de la prevención en cuanto al diseño y construcción de edificación de inmuebles que consideraran la zona sísmica en donde se realizaron, sino que en ese caso había también lugar a omisiones y corrupción que, aunque en una mayor medida, fueron las mismas que en terremoto de 1985 ocasionaron miles de muertos en la capital del país.
“En este caso, ciertamente, no fueron miles de muertos, pero sí los suficientes —un solo muerto lo sería— para preguntarse por qué hay edificios que se siguieron cayendo; por qué las edificaciones mejor construidas soportaron sin ninguna consecuencia el sismo; y por qué incluso edificios de departamentos de reciente construcción colapsaron con un movimiento que se encuentra dentro de lo previsible.
“En esa lógica, es claro que así como se dice que en el Istmo los daños fueron devastadores por el tipo de construcciones que predomina en la región, también lo es que en la capital del país todos sabían del llamado boom inmobiliario por el que ahora tendrán que responder autoridades y constructores por este riesgoso negocio de defraudación. Sí, en la capital del país colapsaron inmuebles que eminentemente se ocupaban para arrendamiento de casas habitación y que nadie revisaba, e incluso otros que recientemente fueron vendidos como desarrollos inmobiliarios justo en las zonas donde hubo mayor colapso de inmuebles, como la colonia Del Valle, la Narvarte, Roma, Condesa y otras.
“¿Nadie verificó que dichas construcciones se hicieran de acuerdo a los estándares de seguridad de una zona sísmica como la Ciudad de México? ¿Las autoridades de aquella entidad revisaron los proyectos o los autorizaron mediante omisiones o actos de corrupción? ¿Los contratistas, constructores y diseñadores de las obras no tienen ninguna responsabilidad en esto?”
DESPERTAR CIUDADANO, CONSTATADO
Leyendo esto, a la luz de la tibia actuación de todas las autoridades de aquel momento, y del resultado electoral del 1 de julio, todo tiene sentido: “¿Qué resulta importante de esto?”, nos preguntábamos ante la dimensión de la tragedia; y la respuesta sigue firme: “Que la ciudadanía está asumiendo con dignidad y valentía eso que la clase política siempre ha negado: la existencia de una sociedad civil organizada, pujante y exigente. Con el temblor del 19 de septiembre pareció constatarse que ahora sí la ciudadanía se está asumiendo como tal. Pero lo siguiente que debe hacer es considerar que no se trata sólo de un despertar como chispazo o anécdota, sino que después de que pase la crisis por el terremoto debe asumir los siguientes pasos para construir la opción que quizá en el mediano plazo pueda convertirse en la piedra angular de una vía distinta a la de los partidos políticos.” Un año después, vemos un México completamente virado hacia rumbos políticos y electorales distintos a los de entonces.
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