Lo que fue una frase publicitaria eficaz se convirtió anteayer en una convicción política y moral del presidente de la República, quien aseguró a los periodistas Pablo Hiriart y Salvador Camarena que Andrés Manuel López Obrador era, en efecto, un peligro para México porque “si algo se sembró fue odio, la verdad es que fue lo que hizo que México votara por mí, mayoritariamente, porque se sembró una campaña de odio, clasista, revanchista”.
Y sí, López Obrador era un peligro para México. Empeñado en “sembrar odio” habría sumido al país en una guerra contra el narcotráfico sin consultar a nadie, dada su formación autoritaria, intolerante y pendenciera. Incapaz de reflexionar con serenidad, habría declarado esa guerra sin tener idea de la peligrosidad del enemigo interno ni de su capacidad para penetrar las instituciones de seguridad y justicia, amedrentar o de plano eliminar a los funcionarios o policías reacios a la complicidad, no sin antes torturarlos y, para escarmiento de los demás, destazar sus cadáveres y colgar las cabezas en puentes vistosos.
López Obrador era un peligro para México porque en su narcisismo incontrolable, se habría dedicado a hacerse publicidad a sí mismo y confiado el gobierno a personajes de la calaña de Bejarano, Padierna y Fernández Noroña, que habrían convertido a la política en reyerta permanente y, en vez de abatir el crimen organizado, habrían dilapidado o repartido entre los cuates –debidamente atados con ligas– los recursos destinados a la seguridad pública, lo que habría provocado decenas de miles de muertes. Su manejo de la economía habría sido tan torpe, que la crisis financiera internacional de México en 2008-2009 habría derrumbado el PIB a niveles de menos 6.5 por ciento y el nuestro sería el gobierno que peor habría encarado la crisis y la recesión.
López Obrador era un peligro para México por su conflicto permanente con la verdad. Él nos habría tratado de hacer creer que el tesoro de Cuauhtémoc estaba enterrado en medio del Golfo de México en espera de que las compañías petroleras internacionales lo sacaran para hacernos a todos prósperos y felices. Como su gobierno estaría mal administrado y no se atrevería a promover un aumento del impuesto sobre la renta progresivo, es decir, con tasas más altas para los causantes de mayores ingresos, nos habría tratado de engañar con la creación de un impuesto para los pobres que, en realidad, era un aumento del IVA y su generalización a los alimentos y las medicinas. Para convencernos y doblarle el brazo al Congreso, López Obrador habría utilizado toda la fuerza publicitaria del Estado a fin de mover la compasión de la gente y su generosidad hacia los pobres y conseguir un gran apoyo popular para el nuevo impuesto al consumo.
Como no sería suficiente con esa gran campaña publicitaria, López Obrador habría instruido a su secretario de Hacienda, digamos Bejarano, a que inventara un inmenso “boquete” en las finanzas públicas y colocara a los diputados y senadores ante la disyuntiva de aprobar más impuestos o condenar al país a la ruina y al gobierno a la parálisis. Claro que una semana después de aprobado el paquete económico para 2010 el secretario Bejarano aclararía que todo había sido un mal entendido, que no había tal boquete y que el país estaba a salvo.
Un hombre con el alma llena de rencores y odios como López Obrador, habría usado la fuerza pública y la sorpresa para abatir a cualquier enemigo, por grande que pareciera. Incapaz para corregir las fallas de Luz y Fuerza del Centro, el presidente López Obrador habría buscado un chivo expiatorio, digamos el Sindicato Mexicano de Electricistas, habría tomado las instalaciones por sorpresa con la Policía Federal y decretado la desaparición del organismo. En su mensaje a la Nación, habría hecho responsable al sindicato de la mala administración de la empresa, no obstante que él, el presidente, y sus antecesores, nombraron a los directores y son responsables de los errores que se hayan cometido.
Tan pronto como la economía internacional empezara a corregirse, López Obrador habría gritado a los cuatro vientos que la economía mexicana ya había superado la crisis y emprendido una etapa de crecimiento, no obstante que la realidad dijera exactamente lo contrario, no sólo en la experiencia diaria de la gente, sino con las cifras oficiales, según las cuales el ingreso por habitante que había en 2007 no se recuperará hasta finales de 2011 en el mejor de los casos. Pero demagogo como es, López Obrador daría una versión distinta de la realidad porque lo importante para él no son los hechos, sino las fantasías de la gente, que los hombres cultos llaman percepciones.
Y naturalmente que jamás habría admitido el presidente López Obrador que México es el país del desempleo, ni siquiera en los meses más angustiosos de 2009, y menos aún en 2010. Habría movido toda la maquinaria publicitaria para convencer a la población de que el empleo se había recuperado e incluso superado, sin decir que la mayor parte de los nuevos trabajadores estaban en la economía informal y los que pertenecían a la formal tenían empleo temporal y mal pagado, como puede comprobarse con los datos oficiales del IMSS.
Como López Obrador es un agitador de plazuela y todo lo que hace y dice tiene una intención político electoral, intervendría en los procesos electorales a favor de sus partidos PRD-PT-Convergencia y en contra del PRI-PAN manejados por el perverso Salinas. Haría abierta propaganda gubernamental en cadena nacional en las elecciones de 2010 y las siguientes, no obstante que violara la Constitución, pues la propia Constitución dice que lo único por lo que puede ser juzgado un presidente de la República es por traición a la Patria y por delitos graves del orden común, lo que el perredista interpretaría como licencia para violar la Constitución.
Como su principal y casi único objetivo sería que un político leal, por ejemplo, Fernández Noroña, lo sucediera en la Presidencia de la República, López Obrador tenía que granjearse el apoyo de Televisa y como eso sólo se consigue con dinero, habría ordenado a la secretaria de Comunicaciones y Transportes, Dolores Padierna, que hiciera una maniobra legal y encontrara una “ventana de oportunidad” para ceder al consorcio de Emilio Azcárraga las concesiones de banda ancha de la Licitación 21. Padierna, solícita y eficaz, habría comprometido ante comisiones de la Cámara de Diputados que no otorgaría las concesiones mientras hubiera impedimento legal y, al regresar a su oficina habría firmado el oficio para beneficiar a Televisa, porque sólo ella, sus ayudantes y los directivos de la televisora estarían enterados de que un juez había rechazado uno de los 70 recursos de inconformidad interpuestos en todo el país por el principal competidor, el no menos siniestro consorcio TV Azteca.
Andrés Manuel López Obrador, como presidente, era un peligro para México. ¡Qué bueno que perdió y ojalá que no tenga ninguna posibilidad de volver a competir en 2012, pues si ganara, convertiría al país en un infierno.