Un cierre emocional para “La corona” || Ismael Ortiz Romero Cuevas

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No podemos negar que la serie “La corona”, de Netflix, ha sido una de las más grandes y mejores producciones de la que se tenga memoria. Las actuaciones y todos los recursos estéticos que han utilizado en ella han sido un verdadero triunfo. Los pasajes y eventos históricos que se han mostrado, además, han sido muy apegados a la realidad y, sobre todo, relatados y retratados con respeto sin descuidar el valor artístico de la serie.

 

En “La corona”, sucesos políticos, históricos y hasta sociales han sido el deleite no solo de quienes han seguido a la monarquía británica desde siempre, sino que también nos cautivaron a quienes tuvimos un mayor acercamiento con la familia real inglesa con esta producción. Desde amores, sucesos, eventos y, sobre todo, aquellas historias que a mediados de los noventa inundaron las páginas de la prensa rosa con el romance y luego matrimonio de Carlos y la célebre princesa Diana.

 

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El tratamiento de los personajes fue otro elemento digno de reconocer en la producción de Netflix, pues nunca fueron motivo de escarnio o de presentarlos como completamente fríos, como muchos de nosotros pensábamos que eran, sino que el trato humano que se les dio fue uno de los baluartes importantes de la serie, además de que, el elenco de protagonistas, que cambiaba conforme avanzaba la época, siempre fue una elección certera. Desde Claire Foy, encarnando a Isabel en su etapa joven, pasando por la ganadora del Oscar Olivia Colman y la grandiosa Imelda Staunton como la reina en sus etapas más adultas; así como Matt Smith, Tobias Menzie y el inigualable Jonathan Pryce como Felipe en las mismas etapas y sin dejar de mencionar a quienes encarnaron a la princesa Margarita, que a mi juicio, fueron quizá las elecciones más deslumbrantes de la serie: las nominadas al Oscar, Vanessa Kirby y Helena Bonham Carter como la princesa en su etapa joven y adulta joven y la nominada la premio BAFTA, Lesley Manville, en su etapa madura y hasta su muerte. Y hay que mencionar de manera especial el trabajo de Emma Corrin y Elizabeth Debicki quienes nos brindaron una actuación realmente monumental interpretando a la princesa Diana y de John Lithgow, que personificó también de forma excepcional a Winston Churchill en las primeras dos temporadas. No es menospreciar al demás elenco que, sin duda, ha ofrecido ejecuciones realmente estupendas, sin embargo, no podemos dejar de mencionar que han sido estos actores los que han sido deslumbrantes de entre los deslumbrantes.

 

Las seis temporadas de la serie han sido portentosas. Pero centrémonos en esta última, con la que culmina una de las producciones más afanosas de la historia de la televisión. La calidad en todo sentido no demerita en ningún momento a lo que nos tenía acostumbrados esta serie de Netflix, pero sí nos sorprende quizá en la representación más emocional de los personajes de la realeza, permitiéndonos ver de una manera, un toque más humano en aquella familia que más bien, nos parecía siempre estar en un escaparate de emociones artificiales. En esta temporada de cierre, vamos generando empatía y nos permiten conocer, claro, desde la ficción, a personajes que de alguna forma creíamos estaban acostumbrados a los reflectores y al juicio público. Los capítulos de contenido más emotivo, deja ver a una Isabel vulnerable, a un William convertido en celebridad, pero con un alma solitaria; a un Harry dispuesto a ser la oveja negra de la familia para ayudar a la imagen del futuro rey, pero, sobre todo, una relación de hermanas entre la reina Isabel y la princesa Margarita que realmente nos conmueve en lo profundo del alma.

 

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Creo que no hubo un cierre mejor para esta producción que, no solo nos permitió conocer el lado humano de la familia real británica, que, aunque con muchos tintes melodramáticos, nos recordaron a todos, incluso puede ser que a ellos mismos, que también son humanos.

 

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