Twitter como confesionario

Print Friendly, PDF & Email

No lo entiendo. Resulta que Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, ha tenido mucha prisa en aclarar que ningún católico puede confesarse a través del iPhone.

 

Ante la puesta a la venta de una aplicación especial llamada Confession, creada por la empresa Little iApps para ayudar al usuario creyente a hacer “un examen de conciencia personalizado”, la Iglesia no quiere malentendidos, no vaya uno a pensarse que el trámite para el perdón de los pecados puede ser abreviado y a distancia.

El invento que se ha comercializado consiste en una serie de preguntas sobre acciones y actitudes dirigidas al católico interesado, todo por el módico precio de 1,59 euros, lo cual, tratándose de la reparación y salvación del alma, es una oferta muy interesante; no obstante, si lo hubieran puesto un poco más caro, parecería más exclusivo y glamuroso. En todo caso, repito que no entiendo al jesuita Lombardi, hombre inteligente y que, sin duda, está al caso de los grandes cambios culturales que estamos viviendo. Me explico.

Si bien la empresa de Indiana que ha lanzado Confession deja claro que esta nueva aplicación no sustituye al sacerdote de carne y hueso, Roma pone la venda antes de la herida. Es una lástima y un verdadero contrasentido tecnológico, porque si algo han demostrado el teléfono móvil, el iPhone, el iPad y demás maravillas similares es que hemos entrado ya, al trote, en la era de las confesiones multitudinarias y al momento. No sé qué dirán los teólogos al respecto, pero los tecnólogos lo tienen claro.

Fíjense en el auge de Twitter: además de opiniones de todo tipo (fundamentadas o inconsistentes, originales o peregrinas), lo que contienen esos mensajes de no más de 140 caracteres son, sobre todo, confesiones personales. Hay individuos que se ven impelidos a confesarlo todo de manera constante y compulsiva (cosas del tipo “voy a acostarme” o “esta mañana el pipí tiene una tonalidad más oscura que ayer” o “las bolsas del supermercado no aguantan nada”) y otros, más discretos, que únicamente confiesan lo que consideran verdaderamente relevante (asuntos del tipo “estoy con Jessica y su cuñada comiendo una paella en Salou” o “la tía Edelmira llega pasado mañana, esta vez sin el perro” o “ya tenemos las entradas para el concierto de Julio Iglesias”).

La conclusión es rotunda: los que asesoran al Papa han perdido una gran oportunidad de conectar –nunca mejor dicho– con los signos de nuestro tiempo. Señores: la confesión es, precisamente, lo que hoy se lleva. Y a calzón quitado. Por otro lado, no habría que preocuparse mucho por el secreto de confesión pues a la gente le han entrado ganas tremendas de divulgar a voz en twitter lo más recóndito de su vida, con tal alegría que, a su lado, las detallistas autoinculpaciones públicas de los perseguidos por Stalin parecen hoy una función de teatro infantil.

Francesc – Marc Álvaro

lavanguardia.es