Los castigos arancelarios que impondrá el presidente Trump el próximo 20 de enero –y quizá antes por el vacío de poder en la Casa Blanca– violan los términos del Tratado de Comercio Libre porque se usan como instrumento de presión política intervencionista de Estados Unidos en decisiones mexicanas y debe responsabilizarse a Carlos Salinas de Gortari porque firmó a sabiendas un acuerdo de subordinación geopolítica.
La clave del acuerdo comercial que avasalló la política mexicana a los intereses de Estados Unidos se localiza en el hecho de que Washington apresuró la firma del Tratado con el presidente Salinas de Gortari para consolidar la reforma neoliberal mexicana que llevaba implícita la sumisión de la política interior de México a los intereses de la Casa Blanca.
El enfoque geopolítico de dominación de EU en el Tratado con instrumentos comerciales estuvo explicado en el Memorándum Negroponte de mayo de 1991 que el entonces embajador estadounidense en México, John Dimitri Negroponte, envió al Departamento de Estado para apresurar la firma del Tratado porque el acuerdo comercial iba a destruir la soberanía de México como país independiente.
A partir de su formación como un operador kissingeriano de seguridad nacional que ya había capturado la soberanía de Honduras y había convertido a ese país en un centro de espionaje estadounidense y en la lógica del Tratado que fue iniciado por el presidente George Bush Sr. (director de la CIA en 1976), el Memorándum Negroponte buscó el replanteamiento de los términos de la dominación hegemónica de EU a partir del desmoronamiento de la Unión Soviética iniciada a finales de 1989.
De López Mateos (1958) a De la Madrid (1988), México había navegado en el espacio de autonomía relativa en política exterior, con su histórico punto culminante en 1962 cuando pudo convencer a Estados Unidos de que le convenía que un país del prestigio de México fuera una válvula de despresurización y contención del naciente comunismo de Cuba, a sabiendas de que la experiencia revolucionaria no tenía ninguna posibilidad de expandirse a cualquier otro país del continente. México logró acotar el expansionismo de Fidel Castro, pero la política exterior mexicana de autonomía relativa era muy incómoda para los planes imperiales de Washington.
Como diplomático, Negroponte se había consolidado como una de las figuras más importantes del mundo del espionaje y la seguridad nacional de EU. Después de México, Negroponte fue designado primer director de inteligencia nacional para coordinar a las 18 agencias de la comunidad de espionaje americano después de los ataques del 9/11/01.
El Memorándum Negroponte –publicado por la revista Proceso— fue enviado al Departamento de Estado para apresurar la firma del Tratado y lograr el doble objetivo: subordinar la economía y controlar de la política exterior mexicanas a las prioridades americanas. El párrafo clave del documento fue muy explícito:
“El prospecto del TCL debe ser visto en el contexto de las tendencias reformistas de México que comenzaron a mitad de los 80 y que fueron aceleradas dramáticamente por Salinas cuando tomó el poder en 1988. La propuesta de un TLC es de alguna manera la piedra que culmina y asegura estas políticas. Desde la perspectiva de la política exterior de Estados Unidos un TCL institucionalizaría la aceptación de una orientación estadounidense en las relaciones exteriores de México.
Para Estados Unidos, en el enfoque del embajador Negroponte, la reforma neoliberal del presidente Salinas de Gortari le cayó como anillo al dedo a los planes americanos para conseguir la subordinación económica de México a la economía estadounidense que hacia 1988-1989 se perfilaba ya en la lógica del llamado Consenso de Washington: la globalización del comercio, la producción y la economía americana bajo las necesidades estadounidenses. El Tratado, en consecuencia, era visto en Washington como “un instrumento para promover, consolidar y garantizar la continuidad de las políticas de reforma económica (neoliberal) en México más allá de la administración Salinas”.
Estados Unidos tiene la capacidad autónoma para deportar a quien se le pegue la gana o para obligar a México a perseguir a los cárteles que producen la droga que cruza de contrabando la frontera común para satisfacer las necesidades de los adictos estadounidenses. El uso amenazante de los aranceles no hace más que desnudar al Tratado como un instrumento de dominación geopolítica y de seguridad nacional de EU sobre México y manda el mensaje de que no es el comercio, la migración o la droga, sino la redefinición del enfoque imperial que está reconstruyendo Trump y el bloque conservador americano.
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Política para dummies: la política es política, aunque sea economía.
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