No hizo falta esperar los primeros 100 días de gobierno para hacer un diagnóstico acabado de una administración que se anunció como la inauguración de una nueva era. La realidad arrojó de inmediato la fotografía completa y desbordó los peores vaticinios. La templanza del gobernante que algunos esperaban, ausente en el candidato, no llegó. La responsabilidad pública del hombre de Estado, menos. Al contrario, el vedetismo de Donald Trump, su megalomanía sin límite se recrudeció y hoy es el mayor desafío a la democracia liberal y las libertades del hombre, desde los tiempos de Adolfo Hitler.
Donald Trump, lo dijimos desde hace más de un año, era una amenaza que no había que desestimar, y hoy es un peligro tangible para el mundo, comenzando por Estados Unidos, su sistema político, su división y equilibrio de poderes, su federalismo, sus libertades individuales, empezando por las libertades de expresión y de prensa, la equidad de género, los derechos de las minorías.
A golpe de tuitazos sensacionalistas, todo en 140 caracteres, pues un ensayo analítico, o un comunicado reposado, exige un esfuerzo de concatenación de ideas que lo rebasan, sacude las conciencias locales y globales y desconcierta a los mercados comerciales y financieros. En la desmesura histriónica del neofacista, espíritu de un halcón, abundan dislates y contradicciones. Es lo de menos. Nos recuerda inevitablemente a Joseph Goebbels, ministro de propaganda de la Alemania nazi, y su pretensión desaforada de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad
Lo que importa para el gobernante de la mayor potencia económica y política del mundo de hoy es, igualmente, el impacto mediático, no la consistencia de sus mensajes, y mucho menos el apego a la verdad. Para eso están, cuando se evidencian los despropósitos verbales suyos y de su equipo, los hechos alternativos, así desafíen a los paradigmas de la ciencia o a las mismas leyes físicas de la gravedad.
En una sola semana, Donald Trump emitió 13 ordenes ejecutivas que revirtieron la historia de libre comercio de Estados Unidos, con el anuncio de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de Ámerica del Norte (TLCAN) y la retirada del proceso para firmar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), y borraron decádas, aun siglos, de tradición liberal, abierta y hospitalaria, de un país que se presentaba como baluarte del mundo libre y el custodio irrefutable de los valores de la democracia, el progreso y la civilización.
El anuncio oficial de un muro que dividirá a dos naciones que venían construyendo una vecindad respetuosa y fructífera para ambas partes, México y Estados Unidos, a pesar de una historia accidentada y compleja, fue la primera medida ominosa y artera, antes de cualquier negociación o diálogo diplomático.
La amenaza de que el costo estimado de esa obra ofensiva, de 12 mil a 14 mil millones de dólares, lo tendría que pagar México con un impuesto especial a los productos exportados a Estados Unidos, sólo mereció el escarnio, la burla, de las mentes lúcidas del propio país, como la del premio Nobel de Economía Paul Krugman, quien calificó como una muestra de ignorancia disfuncional e incompetencia la idea de imponer un arancel de 20 por ciento a las importaciones mexicanas.
Los aranceles no los paga el exportador; depende de los detalles, pero básicamente es un impuesto que terminan pagando los consumidores domésticos, resume la postura crítica del especialista. La crítica al trasnochado modelo trumpista, cuyo núcleo es el proteccionismo, la han expresado ya 19 premios Nobel de Economía.
En téminos jurídicos, decimos nosotros, cualquier impuesto discriminatorio, uno que dé un trato diferente a un país o a una empresa sobre otra, sería violatorio de las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y de los acuerdos internacionales.
En lo relativo a la descalificación del TLCAN, en este mismo espacio de reflexión hemos comentado, apoyados en los análisis de los expertos en la materia, la inconsistencia de la narrativa trumpista culpando a los inmigrantes del cierre de fábricas y la pérdida de empleos en Estados Unidos, pues las economías de los tres países están muy interrelacionadas para beneficio de todas las partes, y en este círculo virtuoso ganar-ganar se han generado más empleos de los que se han perdido.
Trump pretende reorganizar la dinámica de los acuerdos comerciales existentes para presumiblemente beneficiar a los productores y los trabajadores estadunidenses, cuando la capacidad de producción (costos y disponibilidad de insumos) depende de cadenas de provisión que atraviesan más de una vez las tres fronteras. Un sector emblemático es el de la industria automotriz, donde ya prácticamente no existe un solo automóvil fabricado en el territorio de América del Norte que no incorpore partes, componentes y procesos productivos provenientes de los tres países: romper eso implicaría elevar el costo de las unidades y reducir la competitividad de esas empresas frente a las poderosas corporaciones asiáticas y europeas.
Pero no sólo los académicos connotados han cuestionado el atropellado inicio del gobierno derechista y neofascista de Estados Unidos, también múltiples jefes de Estado y líderes políticos y de opinión del mundo entero, como la canciller de Alemania, Ángela Merkel; el presidente de Francia, Francois Hollande, y la primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May.
Los dos primeros mandatarios cuestionan la embestida de Trump contra la Unión Europea y la tercera no está de acuerdo con el veto temporal impuesto por el presidente estadunidense a la entrada de ciudadanos y refugiados de varios países de mayoría musulmana, pues puede afectar a británicos de doble nacionalidad con los países en disputa, entre los que citan al medallista olímpico sir Mo Farah y al diputado conservador Nadhim Zahawi.
Los gobiernos de China, España, Chile, Canadá, de países de Oriente Medio y varios más de todos los puntos cardinales han expresado, en apenas unos cuantos días, su inconformidad y preocupación por una administración estadunidense que hoy marcha en contra de la historia, la democracia, la civilización, el libre comercio, la libertad de expresión y los derechos humanos de inmigrantes y minorías.
Donald Trump, su megalomanía y vedetismo, está dejando desde el inicio una estela de destrucción, odio y xenofobia, donde los primeros perdedores serán los propios ciudadanos de una nación que antes marchaba a la vanguardia y que hoy, bajo un liderazgo ultraderechista, mira al pasado.