WASHINGTON, D.C.- Los ánimos nacionalistas han llevado a México a confundir las razones políticas y de poder. Donald Trump encontró en el muro —no en el tema México- un discurso de campaña que podría capitalizar un poco en el arranque de su administración. Pero el problema es mayor porque la intransigencia con México lo ha llevado a perder a un aliado geoestratégico en una fase de reorganización del poder mundial.
Pero poco se le puede exigir a un empresario que tiene tres carencias: pensamiento estratégico de seguridad nacional, experiencia de Estado y proyecto imperial. Por eso la preocupación del establishment estadunidense sobre Trump radica justamente en lo que no tiene y no en su voluntarismo mediático y en el ejercicio del poder vía 140 caracteres.
En los hechos, lo de menos es que Trump pueda construir el muro y se lo cobre a México; lo de menos es que México no lo pague directamente pero sí con sanciones. Lo que se oculta detrás del muro es lo que Washington y Los Pinos han soslayado y que significa lo más importante: la reactivación del conflicto racial en los EE.UU. que tantos daños sociales y morales ha ocasionado y la crisis económica y de desarrollo de México que sigue expulsando trabajadores sin reorganización interna de su modelo productivo.
En este sentido, el problema de los migrantes –que lleva a Trump y al muro– es un asunto prioritario de México; y el asunto de la migración como conflicto con los EE.UU. surge en el escenario del agotamiento de las bondades del tratado de comercio libre que comenzó a operar en 1994 y las críticas de Trump a ese programa.
De ahí que la respuesta mexicana no debe ser sólo la negativa a pagar el muro, sino que debería llevar al replanteamiento del modelo de desarrollo basado en la apertura comercial y en las exportaciones, toda vez que el tratado 1994-2016 ha dejado al país con una tasa de crecimiento económico promedio anual de 2.2%, lejos del 6% promedio del largo periodo 1934-1982. A más desarrollo nacional, menos flujo migratorio ilegal a los EE.UU.
En términos reales y fríos, Trump y el muro son un asunto de proyecto de nación de México, de modelo de desarrollo y de sistema productivo. A lo largo de casi un año los dardos entre Trump y México han sido de desgaste innecesario. México no debe descuidar la protección de los derechos humanos y económicos de los mexicanos ilegales en los EE.UU., pero la estrategia debe integrarse a la redefinición del modelo de desarrollo que sólo ha beneficiado al 20% de los mexicanos, según cifras de la Coneval.
Los sectores nacionalistas que han llegado al absurdo de señalar que México debe declararle la guerra a los EE.UU. –¿y si la ganamos?– y los sectores institucionales que le han cedido todo a Trump en realidad se han alejado de la focalización más exacta del problema: los mexicanos ilegales que son echados del país por la crisis económica y el desempleo. Por ahí debiera comenzar la nueva etapa de relaciones de Peña-Trump. En la historia Mexico siempre ha salido perdiendo en confrontaciones con el imperio.
Y un poco en previsión de los tiempos políticos mexicanos, el 2018 se debe resolver en función de asuntos nacionales y no pensando en un próximo presidente funcional a Trump.
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