WASHINGTON, D.C.- Luego de los primeros cien días en la Casa Blanca que indican el plazo funcional del bono electoral, el saldo que se percibe aquí no deja satisfechos ni a críticos ni a aliados, pero es el más cercano a la realidad: el tránsito político del gobierno personal de Donald a la institucionalización de la Administración Trump.
Algunos analistas comienzan a entender el estilo personal de gobernar de Trump: se equivocaron los que supusieron que se la jugaría hasta el fondo con el proyecto ultraconservador ideológico y también fallaron con los que decían que iba a ser echado del poder por la ofensiva violenta de los liberales demócratas que perdieron las elecciones presidenciales.
Como todos los presidentes, Trump llegó con sus propias ideas, aunque como todos los políticos sabía que no podría instalarlas como dominantes. Por eso sus primeros cien días fueron de agobio político, de decisiones con prisas, de lenguaje agresivo como si estuviera en campaña y de encasillamiento de adversarios para disminuir su oposición.
Trump arribó a la Casa Blanca con ideas de la derecha tradicionalista y puritana, pero en el fondo su tarea central ha sido la de gobernar con/para el poder, con el único objetivo político de conservar el cargo y a partir de ahí enfilarse hacia la reelección presidencial en el 2020
Trump ha tenido que moverse entre dos posiciones radicales: el tradicionalismo como ideología y el proyecto funcional de la derecha económica. A pesar de haber sido caracterizado en medios militantes como un político imprudente y dominante/dominado, Trump ha sabido marcar su territorio: el ascenso y caída de su superasesor Steve Bannon –el ideólogo intransigente de la supremacía blanca y el tradicionalismo irracional– debe ser analizado en el escenario de las prioridades. Trump se percató que no podía impulsar de manera simultánea el proyecto ideológico y moral y el modelo de mercado absoluto y el marginamiento de Bannon fue el mensaje de que la prioridad de Trump sería la del poder en acto y no la del puritanismo como revolución moral.
El mensaje que dejó el desplazamiento de Bannon del Consejo de Seguridad Nacional fue el primer indicio de la profesionalización del poder. El pensamiento supremacista de Bannon carecía de alguna aportación en las gestiones del poder y del gobierno desde la Casa Blanca, sobre todo en la oficina que se encarga de la seguridad del Estado estadunidense. La ideología conservadora no funciona para administrar el poder, aunque seguirá como parte del cuerpo ideológico del destino final de esas decisiones.
Trump va a continuar desmontando el Estado liberal de los años sesenta y seguirá decidiendo en función del mercado, pero ya sin el agobio de la ideología ultraconservadora. En los hechos, Trump perdió el consenso del sector intermedio que votó por él en función del contrapunto de Hillary Clinton, pero ha aumentado el apoyo de sectores conservadores y tradicionalistas que desconfiaron en noviembre pasado de la victoria y que ahora ven la posibilidad de regresar al modelo histórico del Estado puritano.
En el fondo, el proyecto de Trump no ha variado ni se ha desviado; sólo se ha notado un ajuste a la realidad, aunque siempre pensando. En los días de la campaña y en los pocos meses en la Casa Blanca, Trump ya le tomó la medida al poder y lo está ejerciendo en función del poder mismo.
Los primeros cien días fueron de aprendizaje para Trump.
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