A pesar de una larga lista de expresiones de poder de Donald Trump que han constituido no sólo definiciones de proyecto sino caracterizaciones supremacistas, el canciller Luis Videgaray Caso mostrará hoy en el Senado que México carece de política y estrategia y que sigue esperanzado a que Dios ilumine a Trump para que cambie sus enfoques sobre México.
Ahí se localiza justamente el principal error estratégico de la diplomacia de México hacia los EE.UU.: la percepción de que Donald Trump es una especie de anomalía política en el desarrollo político de los EE.UU., cuando en realidad se trata de un sujeto histórico producto de la dialéctica histórica del imperio. Es decir, que Trump es producto de las contradicciones en la evolución social estadunidense.
En su campaña, en su victoria, en su discurso de toma de posesión, en su decreto migratorio ejecutivo, en la aprobación de redadas y en el aumento de policías fronterizos y migratorios, Trump ha demostrado que no tiene absolutamente ningún interés en encontrar un acuerdo con México. Pero desde que arribó Trump a la candidatura con el discurso del muro el gobierno mexicano ha esperado con paciencia franciscana que Trump entre en razón.
El asunto EE.UU. es más complejo: Trump no es político, no es estadista, no arribó al poder para cachondearlo, no va a pactar con nadie; la presencia del supremacistas Steve Bannon en la Casa Blanca como el poder real reconfirma las peores estimaciones sobre la percepción racista del nuevo gobierno con minorías raciales. La esperanza de que Jared Kushner, yerno de Trump, fuera el canal de comunicación mexicano hacia la Oficina Oval quedó descartada cuando Kushner se sometió a la autoridad política de Bannon y aceptó sus tesis supremacistas.
Videgaray mostrará hoy que está atrapado entre las esperanzas del presidente Peña Nieto de que Trump regrese al buen camino y las presiones nacionalistas-rupturistas de una sociedad furiosa en redes sociales. El canciller también probará que no llegó al cargo por representar un proyecto de reformulación de las relaciones bilaterales sino para demostrar que México perdió sus principios de política exterior.
El gobierno mexicano carece de iniciativa porque al mismo tiempo no tiene un proyecto nacional de desarrollo. Por eso es que los políticos mexicanos de la coyuntura han metido la crisis en la relación México-EE.UU. en la vulgar coyuntura del 2018, pero todos sin tener un modelo político-histórico-económico de propuesta alternativa a las rupturas de Trump.
El problema radica en el hecho de que Carlos Salinas de Gortari destruyó los principios históricos que definieron las relaciones durante casi ciento setenta años –de 1824 a 1993– y los sustituyó por las estadísticas del comercio exterior. Lo peor es que Videgaray quiere salvar un modelo de desarrollo teceliano que apenas ha dado un paupérrimo 2.2% de promedio del PIB en veintidós años, un empobrecimiento del 80% de los mexicanos y diez ricos prohijados por el Estado con una fortuna de más del 15% del PIB.
Hasta ahora, la cancillería de Videgaray ha sido ineficaz para redefinir las relaciones, establecer una ruta crítica de la ruptura bilateral y proteger a los mexicanos sin papeles que son deportados con violencia por el gobierno de Trump, aunque Obama lo hizo igual aunque sin violencia.
Y lo más grave de todo es que Trump no quiere nada, pero nada de nada, con México. Y aquí seguimos esperando… un milagro.
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Política para dummies: La política es la sensibilidad para adelantarse a los acontecimientos, no la pasividad para esperar iluminaciones divinas.
Sólo para sus ojos:
- El vacío institucional en la embajada de México en Washington por el cambio de funcionarios le dejo todo el poder y todo el espacio a la policía migratoria y demostró que la protección consular ha sido un fracaso.
- La parte más severa de la ofensiva antimigrantes mexicanos de Trump radica en el hecho de haber polarizado la concepción cultural y racial de los mexicanos en la sociedad estadunidense. Los viejos fantasmas del racismo han revivido.
- Y la derivación más contradictoria se localiza en el hecho de que los EE.UU. pueden saltar de un gobierno afroamericano con Barack Obama a un gobierno supremacista blanco con Donald Trump, ambos con el voto de la misma sociedad. En todo caso, Trump también ilustra el fracaso racial de Obama y la percepción de que fue el primer presidente blanco de los negros y no el líder que pudo haber cambiado el sentimiento racial de los estadunidenses.
@carlosramirezh