Acostumbrados a ver la política como un simple partido de futbol o como un duelo polarizado entre contendientes (A contra B; buenos contra malos; blanco contra negro; etcétera), se insiste en que son los nombres y las lealtades a muerte, y no los consensos, los que determinan los triunfos y las derrotas en los procesos electorales. En el caso del PRI, es claro que las posibilidades de triunfo que tengan —muchas o pocas— se afianzarán o diluirán en la medida que el Candidato Presidencial logre generar los consensos necesarios con los factores reales de poder con los Gobernadores. Será eso, y no las lealtades a los ex aspirantes, lo único que determine el destino del priismo y de la Presidencia de la República.
En efecto, ayer circuló con fuerza una versión en la que se establecía que en breve Miguel Ángel Osorio Chong dejaría la titularidad de la Secretaría de Gobernación para buscar una senaduría por su entidad natal, Hidalgo. En ese contexto, continúa desgranándose un análisis que intenta explicar el futuro del partido tricolor y de su candidato presidencial, a partir de los juegos políticos y las lealtades que se manifestaron previo a la definición de la candidatura presidencial del PRI.
Evidentemente, todos los actores importantes del priismo nacional —senadores, gobernadores, dirigentes sectoriales, líderes regionales, etcétera— tenían una simpatía en específico, y prácticamente todos movieron algunas piezas para tratar de afianzar a quien creían que sería su candidato. Ello era natural, porque al seguir la candidatura presidencial la doble lógica tradicional del tapado y la cargada, la decisión presidencial sobre la candidatura es una incógnita que juega en contra de todos los que de forma natural intentan manifestarse para tratar de respaldar a alguno de los que creen que pueden contar con la gracia final para la obtención de la candidatura.
Es una paradoja: todos parecen querer concursar y competir —y de hecho lo hacen, en la llamada “carrera por la candidatura presidencial”, que en realidad no es carrera ni competencia porque ni en el PRI, ni en las demás fuerzas políticas, tiene reglas o condiciones concretas— por una decisión que en realidad no se toma con base en competencia o resultado alguno, sino esencialmente a partir de la decisión unilateral que en realidad nadie sabe —ni él mismo— si es la más adecuada para él, para su grupo político, para su partido, para el proceso electoral, ni tampoco para el país.
Por esa razón, en la lógica real hoy no se puede suponer que haya consecuencias favorables para quienes jugaron —por una “corazonada”, e incluso por convicción— a favor de José Antonio Meade, como tampoco que haya represalias, o lealtades a muerte, en quienes jugaron a favor de Osorio Chong. Sería tanto como suponer que habría consecuencias fatídicas o afortunadas por una simple cuestión de suerte, de amistades o de proyectos políticos.
Más bien, lo que todos intentaron (desde la “carrera por la candidatura”) es subirse al tren de la elección, respaldando a alguno de los posibles depositarios de la candidatura. Habiendo ganado o perdido, gracias a la suerte o a la aleatoria e impredecible decisión presidencial, ahora de lo que se trata es de que todos generen los consensos necesarios para que a los gobernadores —en particular— les convenga más seguir teniendo un presidente de su mismo partido, que un presidente de otra fuerza política con la que puedan tener rejuegos y escarceos políticos para encarecer las negociaciones.
JUEGOS POLÍTICOS
Esto último fue el margen que descubrieron los gobernadores —particularmente los priistas— luego de la derrota presidencial del año 2000 ante Vicente Fox; y fue exactamente lo mismo que prefirieron cuando seis años después corroboraron que de llegar a la Presidencia, Roberto Madrazo sería un presidente totalitario y subyugante, y por eso prefirieron ejercer el voto útil a favor de Felipe Calderón Hinojosa, con quien se la pasaron negociando y recibiendo durante los seis años de su administración.
Todo esto, de hecho, ocurrió en un contexto en el que el Presidente —Fox y Calderón— no se atrevió a tocar el artículo 116 constitucional y sus relacionados, para frenar el amplio margen de operación que han tenido los gobernadores, y que sólo se verá más o menos frenado por algunas normas relacionadas con disciplina financiera y con el Sistema Nacional Anticorrupción, pero no de la forma que debiera esperarse luego de las amargas experiencias de los más de 15 ex gobernadores que hoy enfrentan a la justicia por casos de malversaciones y corrupción, y de los muy conocidos casos en los que algunos gobernadores han actuado como auténticos dueños o ‘virreyes’ de las entidades federativas que gobiernan, sin las consecuencias legales o políticas que deberían existir por sus conductas excesivas.
En ese contexto, ¿hoy valdrán más las supuestas lealtades a muerte de algunos gobernadores y figuras políticas de primer con Osorio Chong, que la necesidad de generar consensos con José Antonio Meade? ¿Deberían ser los Gobernadores los impulsores de esos acuerdos, o tendría que ser el propio candidato presidencial quien los busque y construya?
Parece claro que hoy la actitud proactiva de búsqueda y construcción de consensos con esos factores reales de poder, debería estar más en el candidato presidencial que en los gobernadores. Finalmente, los primeros ya tienen su cargo y el segundo no. Y es evidente que los acuerdos deberían apuntar a construir futuro juntos, antes que nutrirse de imposibles —como que Osorio pudiera ser un candidato sustituto— o de lealtades inamovibles, que bien sabemos que en la política mexicana hace mucho que no existen.
Por esa razón, el destino de la carrera presidencial en el PRI no puede explicarse a partir de las apuestas y de las lealtades, sino de los consensos y las conveniencias mutuas. Meade es el candidato presidencial y es él quien debe buscar generar las sinergias que le permitan mantener la suma inicial de los gobernadores priistas, y éstos deben encontrar en su candidato presidencial la mejor opción —y el eco suficiente a sus propios proyectos políticos—, antes que preferir la negociación con el adversario.
Ahí se construirá la candidatura real, y el triunfo priista. Las demás, son cavilaciones que no alcanzan una explicación de fondo para todo lo que veremos en los meses siguientes.
RECONOCIMIENTO
En un franco acto de reconocimiento a la labor impulsada por la señora Ivette Morán de Murat, hoy martes la directora del DIF Nacional, Laura Barrera, visita Oaxaca para atestiguar la remodelación de la Unidad Deportiva, e inaugurar formalmente esta obra apoyada con recursos federales por el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Estará acompaña por el gobernador Alejandro Murat, y por la propia Presidenta Honoraria del Sistema DIF Oaxaca, quien ha sido una precursora directa e incansable de este tipo de acciones a favor de la inclusión y el deporte entre los oaxaqueños, y que gracias a ello goza ya de un amplio reconocimiento social a su trabajo y preocupación por los niños y las familias en la entidad. ¡Enhorabuena!
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