Todos a Caracas: Luis Octavio Murat

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“Cuando la pistola del Estado se dispara, ni Dios Padre la detiene”; esta sentencia expresada en las cátedras de la Facultad de Ciencias Políticas de CU, tuvo carga significativa por largo tiempo, tal vez 49 años posteriores al Movimiento Estudiantil del 68, que sacudió a Francia, a México, Alemania y a Estados Unidos. Movimiento que marcó nuevo rumbo a los sistemas políticos mundiales. Las democracias crecieron y las dictaduras disminuyeron.

Hoy, a cinco décadas de aquella reflexión académica, las condiciones políticas han cambiado y advertir que: Cuando la pistola del Estado se dispara solo el pueblo en pie de lucha la detiene. Así lo probó la Primavera Árabe hace unos años. Así lo está probando el valiente, sangriento, patriótico y ejemplar movimiento popular del pueblo venezolano en su histórica lucha contra la dictadura de Nicolás Maduro.

Movimiento popular que durante cuatro meses sale a las calles para protestar y luchar contra el régimen endurecido de Nicolás Maduro, quien aplastó los Derechos Humanos y la vida democrática en Venezuela. El costo de esta lucha popular ha cobrado 100 muertes de patriotas que exigieron la salida del poder del dictador y el establecimiento del sistema democrático.

Nicolás Maduro, elegido por Hugo Chávez, a sugerencia de Fidel y Raúl Castro, máximos dirigentes de la Revolución Cubana, para que continuara el proyecto “revolucionario” que Chávez, al caer enfermo, no pudo continuar debido a la fatal enfermedad que acabó con su vida.

De forma coyuntural, Maduro fue elegido presidente de Venezuela a la muerte de Hugo Chávez, y ya instalado en el cargo concentró el poder en su persona y en su enfermiza ambición para extenderlo sin límite ni espacio. Es evidente, que la influencia de los amos cubanos hicieron impacto en la personalidad del heredero chavista quien, a cambio del apoyo político que recibe del gobierno cubano, envía cantidades enormes de petróleo a Cuba. Sellando así, la alianza política que lo blinda contra cualquier intervención directa de Estados Unidos. De otra forma, no se explica la tolerancia mundial a la vigencia de una tiranía que aplastó toda huella democrática.

Agudizar las contradicciones, entre la nación y el dictador, perfiló al país hacia la quiebra económica, a la desaparición del sistema democrático y al establecimiento de un populismo retórico y ridículo (Cantando “Despacito”) para movilizar a las grandes masas; pero la paciencia y las necesidades de las clases medias y altas se agotó y la cuerda se rompió a causa de tensar más de lo que podía resistir.

Desaparecieron los medios de comunicación independientes del gobierno; la participación privada fue intervenida y las inversiones extranjeras salieron de Venezuela; los precios del petróleo cayeron estrepitosamente y con ello Venezuela dejó de ser un país en vías de desarrollo para precipitarse en lo más profundo de la quiebra económica, con una inflación del 741%, según cifras del Parlamento, y frente al silencio de un año del Banco Central.

José Guerra, diputado opositor, señaló que el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC, inflación) se ubicó en 20.1% en febrero, superior al 16.7% que registró en enero. Lo anterior, sugiere Guerra, que se está gestando una “destrucción de la capacidad adquisitiva de los sueldos, salarios, pensiones y jubilaciones “.

El estado caótico de la situación ha hecho que las condiciones de vida en Venezuela sean insoportables al grado que ante la escasez de lo básico (e.g. papel higiénico), las personas que pueden viajar lo compren en Colombia. Las fotografías recientes de los medios confirman el cruce de la frontera de 26 mil personas en un solo día. ¡Vaya por Dios!

Muertos que lamentar si, cien, protesta diaria en las calles sí, ¿pero habría otra forma de rescatar la democracia frente a la obsesiva actitud de un dictador que decidió que la violencia contra la nación es la solución? Sin duda, Nicolás Maduro coincide con el pensamiento aquel de José Ferrater cuando escribió lo siguiente:

“La violencia como mito auténtico es necesaria para mover la historia y salir de todo estado de estancamiento. Todos los grandes cambios históricos han tenido lugar por la violencia. Muchos de los que se oponen a La violencia en nombre del orden y de la justicia, emplean la violencia o la aceptan, para asegurar tal ‘orden y tal justicia’. Con ello manifiestan su incurable hipocresía. Sorel opina que la violencia es garantía del progreso y de la libertad y debe ejercitarse sin hipocresía para purgar el cuerpo social de toda clase de decadentismo.1

Esta es la ideología Soreliana de Nicolás Maduro, creyendo que el recurrir a la violencia podrá sostenerse en el poder ahora desgastado. Tan es así, que está en marcha El paro de 48 horas, y para el 30 de julio, día de las elecciones para la asamblea nacional constituyente de Maduro, La Toma de Caracas, marcha multitudinaria que llegará hasta el Palacio de Miraflores.

Ejemplar la lucha del pueblo venezolano contra una dictadura que, en los tiempos actuales, es insostenible, a pesar de todas las maniobras ilegales que Maduro está tratando de aplicar para prolongar su tiranía, como lo es ese engendro de asamblea legislativa que intentará constituir en unos días. Asamblea que no tiene destino por ser contraria a la nación y a beneficio personal de un solo hombre, Nicolás Maduro.

La lucha heroica que libra el pueblo venezolano, en cambio, tiene futuro, destino claro y democrático, pues las dictaduras, en los tiempos actuales, solo tienen como respuesta la desobediencia civil como derecho inherente del ciudadano frente a las tiranías.

1 José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, Alianza, Madrid, 1986, tomo IV, pag. 3102.

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