Todo se desmorona: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Chinua Achebe murió en Nueva York el 22 de marzo. El deceso fue por la tarde, en horario propicio para que al día siguiente los medios del mundo dieran gran despliegue a la noticia. En México mereció tres líneas en La Razón, tres en La Crónica y 14 en Unomásuno. Queda confirmado el nivel municipal de nuestros rotativos. Recuerdo cuando entrevisté para Enfoque a Ahmed Ben Bella, el líder histórico de la independencia argelina, en 1998, primer periodista mexicano en hablar con él desde que Luis Suárez publicara en Siempre! su encuentro en 1952. En vez de reconocimiento, la empresa me pidió reembolsar el costo de las llamadas de larga distancia a Suiza, en donde aún vive el nonagenario luchador, quien como colofón del diálogo reveló que el Frente de Liberación Nacional se había inspirado en las banderas de Emiliano Zapata. La nota de color la dio el propietario de la radiodifusora: “¿Quién –me dijo irritado- es ese sujeto? ¿Es negro?” Renuncié.

El 18 de noviembre del 2000 Maya Jaggi publicó un perfil de Achebe en The Guardian. Vale la pena reproducir el párrafo introductorio, pues revela al posible lector el peso que el novelista nigeriano tuvo en el mundo:

“Mientras Nelson Mandela transcurría 27 años en prisión, encontró consuelo y fortaleza […] en un escritor en cuya compañía “los muros de la prisión se derrumbaron”. Para Mandela, la grandeza de Chinua Achebe […] radica en que “insertó al Africa en el mundo” sin perder sus raíces africanas. Al tiempo que el nigeriano Achebe utilizaba la pluma para liberar al continente de su pasado, dijo el ex presidente sudafricano, “ambos, en nuestras circunstancias particulares y en el contexto de la dominación blanca del continente, nos convertimos en luchadores por la libertad”. 

 No es sencillo capturar en unas pocas líneas el perfil de un creador. En el caso de escritores africanos como Achebe la complejidad se acentúa por el escaso conocimiento que tenemos de su obra, con si acaso dos títulos en español. Fuera de Senghor y los premios Nobel Gordimer, Soyinka y Coetzee, poco nos dicen nombres como Mohamed Dib, Amos Totuola, Rui Knpfli, José Craveirinha, Mongo Beti, Peter Abrahams, Ferdinand Oyono, Kofi Awoonor, Gabriel Okara, William Conton, Agostinho Neto o Shaaban Robert, por mencionar algunos de entre la pléyade de autores originarios del continente que Conrad llamara “negro”.

Achebe nació el 16 de noviembre de 1930 en Ogidi, al sur de Nigeria en la ribera del Níger, en el seno de la más importante tribu de esa parte del mundo, los ibo. Fue el quinto de cinco hermanos hijos de un misionero cristiano que creía en la educación moderna y mandó a su prole a escuelas coloniales británicas al mismo tiempo que convivía con familiares que ofrecían sacrificio a los dioses antiguos. Ese encuentro de mundos -por no decir colisión– es la sustancia de la primer novela de Achebe, “Things Fall Apart”, aparecida en 1958.

Según los críticos, Todo se desmorona impulsó la reconsideración de la literatura en el mundo de lengua inglesa y, de acuerdo a Wole Solyinka, fue la primera novela en inglés que habla desde el interior de un personaje africano más que presentarlo [en el contexto] exótico en que lo ubicarían los blancos.

De entre la cascada de obituarios, recuerdos y despedidas al cuerpo de Achebe (pues su esencia, es claro, permanece entre nosotros), rescato el conmovedor elogio de su compatriota Chimamanda Ngozi Aichie (Global Voices, 31 de marzo): “Un árbol ha caído. ¡Un poderosos árbol ha caído! Chinua Achebe ya no está. El inimitable herrero, el sabio, el hombre bueno. Ahora, ¿quién está para que podamos presumir? ¿Quién será nuestra muralla? ¡Cómo caen los poderosos! Mis ojos están inundados de lágrimas. Chinua Achebe que tu alma descanse en paz. Está todo bien contigo.”

Los transterrados

El miércoles 27 el gobierno de México entregó cartas de naturalización a unas 200 personas de varios países. Como era de esperarse, los encargados de imagen seleccionario a los más “vistosos” -científicos, artistas, profesionales- para recibir de manos del Presidente el documento, lo que levantó inconformidades de agrupaciones civiles. Pero ¿alguien se imagina lo desgarrador que debe ser una decisión así? Volverse boliviano, afgano o, para emplear un gentilicio de moda, azerbayano, por las razones que sean, entraña no un cambio de pasaporte sino una transmutación del alma. Y no quiero imaginar la melancolía que les acompañará hasta la tumba. Sus hijos y nietos serán del nuevo país, pero ellos habrán de vivir hasta su muerte como los transterrados de José Gaos. Recibámoslos, pues, con un abrazo lleno de emoción, como los de Ogidi, en el relato de Achebe, recibieron a los recién llegados:

“[Llegaron de otras tierras] y pidieron permiso para establecerse ahí. En aquellos tiempos había espacio suficiente y los de Ogidi dieron la bienvenida a los recién llegados, quienes poco después presentaron una segunda y sorprendente solicitud: que les enseñaran a adorar a los dioses de Ogidi. ¿Qué había sucedido con sus propios dioses? Los de Ogidi al principio se asombraron, pero finalmente decidieron que alguien que solicita en préstamo un dios ajeno debe tener una historia terrible que es mejor no conocer. Así que presentaron a los recién llegados con dos de las deidades de Ogidi, Udo y Ogwugwu, con la condición de que los recién llegados no debían llamarlas así, sino Hijo de Udo, e Hija de Ogwugwu… ¡para evitar cualquier confusión!”

¡Ay, Chucho Hernández Toyo, cuánta falta nos haces!

Pensé que a mi edad la vida ya no me guardaba sorpresas… hasta que leí que dos políticos vetaron las aspiraciones electorales de una muy guapa mujer, una chica que posó para un video en un atractivo y sugerente atuendo angelical, por que no podía demostrar un modo honesto de vivir (Reforma, 16 de marzo). ¡Uta, los burros hablando de orejas! ¡Los cochis amonestando a los gordos!

Los políticos en cuestión, ya lo habrá adivinado usted, pertencen al decentísimo PAN (sí, el mismo del gobierno de los 50 y tantos mil muertos) y sus iniciales son G. (de Gustavo) y C. (de Cecilia), respectivamente presidente y secretaria de la impoluta agrupación, quienes negaron a Giselle Arellano el registro como precandidta a diputada migrante en Zacatecas. “Me siento denigrada”, declaró la joven, porque el presidente nacional del partido le comunicó que “no reúne los requisitos relativos a tener un modo honesto de vivir y carecer de conocido prestigio y honorabilidad”.

Que de la boca –o de la pluma- de un político que vive del erario salga tan tremebunda fatwa es algo verdaderamente admirable, más cuando en la escala del aprecio social los políticos están por debajo de los polizontes, e incluso de los periodistas. En realidad creo que se quedaron cortos. Debieron seguir el ejemplo del clérigo musulmán que hace unos días condenó a muerte a Amina, una chica tunecina que exhibió las bubis en una singular campaña por los derechos de la mujer (Impacto, 21 de marzo). Y por cierto, ¿no era la tal C. (de Cecilia) la comisionada del INM cuando la masacre de 72 indocumentados en San Fernando? ¿Y no fue la misma funcionaria quien dijo que tan espantoso acontecimiento fue sólo “una línea” en su expediente laboral? (Paciencia, dioses, paciencia. Doña C. (de Cecilia) superó a su cofrade Juan Bueno cuando éste atribuyó a “un acto de Dios” el incendio en un ducto y las muertes que ello ocasionó. Los “actos de Dios”, sabido es, no son investigados por la ASF.)

Molcajete

Radio Centro cerró el programa de Bernardo Barranco y el respetado analista de las religiones fue puesto de patitas en la calle. La causal que él mismo expuso (Aristegui noticias, 3 de abril) fue que participó en foros en MVS durante el pasado cónclave pontificio. Veo con desazón que tampoco a mis amigos los Aguirre les queda claro que una empresa de comunicación es atípica en cuanto que a) no maneja productos y b) opera gracias a una concesión de algo que es propiedad de la nación. Eso en cuanto a lo formal. En cuanto a lo conceptual, ¡mecachis, despedir a un experto es autodestructivo! No se desplaza a un operario, se pierde una red de relaciones cuyo precio es incalculable… además del costo político que RC tendrá que asumir pues el despido ya se construye como un atentado a la libertad de expresión. En fin.

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.

 

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