“Sabemos como resultado de una dolorosa experiencia que la libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor. Debe ser demandada por el oprimido”.
Martin Luther King.
En días pasados se conmemoró el cincuenta aniversario de una de las piezas oratorias más célebres del siglo pasado: “Tengo un sueño”, pronunciado por el reverendo Martin Luther King en las escalinatas del monumento a Lincoln en Washington, D.C., el 28 de agosto de 1963.
King fue heredero de Henry David Thoreau y de Mohandas Gandhi. Como aquéllos, fue despreciado y temido por el establishment. Como el Mahatma, pagó con su vida la osadía de desafiar a los amos imperiales. El ejemplo de estos tres hombres ha permeado el pensamiento libertario en todo el mundo… y también ha sido secuestrado por el oportunismo, como se escucha en discursos dispensados por la clase política alrededor del mundo.
Con motivo de la toma de protesta de Barack Obama en enero de 2009, publiqué una columna en la que sugerí que uno de los sueños de King se había hecho realidad: un presidente negro en la patria de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes). Hoy la reproduzco con otro ánimo. Ver a Obama como una versión oscura de Harry Truman me da tristeza y escalofríos. ¡Cuánta falta nos hacen en el mundo hombres como el reverendo!
Una frase de la senadora Dianne Feinstein en la ceremonia de toma de posesión de Barack Hussein Obama como 44º Presidente de los Estados Unidos no habrá pasado desapercibida en los cuarteles de la pía y racista extrema derecha: “¡La marcha desde el Memorial a Lincoln finalmente llegó a la Casa Blanca!”.
Imagine usted el abatimiento en la “John Birch Society” (la derecha de la derecha); la aflicción en el varonil club de pistoleros llamado “National Rifle Association”; el desmayo del ateneo “The National Alliance” (que pugna por un lebensraum criollo, ario y estadounidense), o la gastritis y dispepsia de los caballeros del Ku Klux Klan… sobra cualquier comentario sobre esta ilustre peña y demás marcas, colores y sabores de la fauna all American a lo largo de la mañana del miércoles 20: espuma y llamaradas, ceniza y huesos crujientes, odio y desolación…
La marcha que recordó la Feinstein fue la arrancada por Martin Luther King en las escalinatas del colosal mausoleo el 28 de agosto de 1963 con aquel discurso que hoy todos citan pero que pocos han leído: “¡Tengo un sueño!” King no sólo era el líder sobresaliente del movimiento pro derechos civiles, también era el más eficaz. Discípulo de Gandhi y de Thoreau, entendió que son las aparentemente pequeñas acciones: el valor personal, el respeto al derecho de los demás, la paciencia y capacidad de sufrimiento, e incluso el sacrificio -más que los gritos y la metralla-, lo que al final se traduce en un cambio. El sencillo y firme “¡No!” de Rosa Parks en un autobús en Montgomery, desencadenó una fuerza muy superior a la que pretendían convocar los “Panteras negras” y los afiebrados discursos de Malcolm X a la Nación del Islam.
“Un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia”.
King evocaba en su nombre al reformador de la Iglesia. “Barak” significa “el bendito” en swahili. Ambos eligieron colocarse al amparo de Abraham Lincoln. Obama es norteamericano de primera generación en tanto King descendía de esclavos vendidos en Georgia a principios del siglo XIX; el padre de Obama era economista y su madre, blanca, antropóloga; el padre, abuelo y bisabuelo de King fueron predicadores; Barak estudió derecho en Harvard. Martin Luther teología en la Universidad de Boston. King fue un activista de tiempo completo que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1964, mientras que Obama fue un organizador comunitario antes de entrar a la política. Hay quien sostiene que el 44º Presidente, por su entorno familiar, por su educación y por su formación profesional , responde en realidad al arquetipo de un hombre blanco… de piel negra. En el caso de King es indudable que llevaba en los genes el recuerdo de muchas generaciones de ancestros esclavos, marginados y brutalizados.
“Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país a cobrar un cheque…”
En 1963, King hablaba por los millones de negros que habían quedado al margen de los ideales de los padres fundadores y se veían excluidos de la promesa de que a todos los hombres “les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Habría de pagar con la vida su tenaz militancia el 4 de abril de 1968.
El movimiento negro de derechos civiles de los sesenta tiene hoy un reflejo en la fuerza multiétnica, multicultural y plurirreligiosa de seres humanos que buscan un espacio, su lugar, en la tierra que alguna vez se definió como crisol de razas y esperanzas. Es posible que a ello se haya referido Obama cuando dijo en su discurso inaugural: “Hoy venimos a proclamar el fin de las disputas mezquinas y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante tanto tiempo han sofocado nuestra política”. Dos días después, mil 200 organizaciones pro-inmigrantes le pidieron por escrito una reforma que incorpore a los recién llegados al sueño americano. Entre estos recién llegados están millones de nuestros paisanos.
“Hoy es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios”.
El 2009 no es 1963 y éste no fue igual a 1863. Pero hay sutiles hilos conductores. En 1863 Lincoln luchaba por mantener unida a la nación, por impedir “la división de la casa”. En 1963, por causas distintas pero no menos profundas, la sociedad estaba al borde de una fractura completa; en el 2008 el amago de una pulverización económica ha puesto en boca de la clase dirigente una sentencia que no se escuchaba desde el primer periodo de Franklin Roosevelt en 1934: la nacionalización de la banca. “1963 no es un fin, sino un principio”, dijo King en aquella concentración. “Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirían contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos ciudadanos. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que llegue el esplendoroso día de la justicia”.
Sustitúyase “negros” por “hispanos”. La historia se repite… No, la historia se revisa a sí misma. ¿Habrá Obama leído a Santayana?
Recordé en la entrega anterior que para Abraham Lincoln no había relación más importante que México, tanto en la vertiente de las relaciones exteriores como en la de la estabilidad interna. Hoy, guardadas las proporciones y separadas las diferencias, la interdependencia entre los dos países es en extremo delicada. Obama tiene una semana en la presidencia y ya se ven las primeras señales de que será una muy breve luna de miel.
En 1963, en la escalinata del mausoleo a Lincoln, Martin Luther King parecía dirigirse también a las generaciones que cuatro décadas y media después retomarían su bandera:
“Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano. Sueño que un día está nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: ‘Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales’ […]
“Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel sino por los rasgos de su personalidad […]
“Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de toque de la esperanza. Con esta fe podremos transformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar junto, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres” […]
4/9/13
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