Hasta sus 36 años de edad, Edgar Rice Burroughs era, a los ojos de sus familiares y conocidos, un fracasado. En su etapa escolar, nunca sobresalió; de hecho, en varias ocasiones lo expulsaron por perezoso. Como adulto, además de que dos de sus matrimonios se vinieron abajo, fue un factótum: la hizo de todo, desde vaquero (en un rancho de su hermano) hasta vendedor de sacapuntas de tienda en tienda. Para 1911 trabajaba en una papelería —también de su hermano— en Chicago, ciudad en la que había nacido. De los pocos pros de ese empleo detrás del estante resaltaban los lapsos que había entre cliente y cliente, por lo que este hombre, que ya se aproximaba a su madurez biológica, los aprovechó, aunque de momento sólo fuera para matar el tiempo.
Sobre la vitrina, en un cuaderno, comenzó a narrar una historia que se desarrollaba lejos de la Tierra, en un lugar llamado Barsoom, que en realidad era Marte. A Princess of Mars (Una princesa de Marte), como Rice Burroughs tituló su novela, tuvo como protagonista a John Carter, un veterano de la Guerra Civil estadunidense que al buscar oro en una cueva en el desierto de Arizona lo que encuentra es una máquina que lo transporta al planeta rojo. Los efectos de la gravedad obran a favor del ex combatiente, quien es capaz de brincar grandes distancias sin romperse siquiera una uña al caer en el suelo. Sobra decir que esas maravillosas facultades convertirán a Carter en un héroe, al inclinar la balanza a favor de la mencionada princesa, quien entre otros peligros enfrentaba el de casarse con el jefe de la tribu que oprimía al pueblo de Barsoom.
El Marte que presenta Rice Burroughs, por supuesto, va de acuerdo con la imagen popular de la época: rojo hasta en su atmósfera, árido, habitado por manadas de monstruos, marcianos más bien reptiloides, pero eso sí, con dos tribus con características humanas en pugna, a la que pertenece la hermosa princesa. No faltan en la épica de Carter las batallas, las naves de alta tecnología ni las persecuciones.
Agencias