Lejos de los bombardeos de Aleppo, Um Mohamed, una siria de 50 años, trabaja en una cocina de Jartum, la capital de Sudán, un país que se ha convertido en tierra de asilo para miles de sirios que huyen de la guerra.
Mientras muchos de sus compatriotas siguen intentado llegar a Turquía o a Europa, Sudán, donde se habla árabe como en Siria, se ha convertido en una alternativa, indica la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) de Jartum.
Cerca de 45 mil sirios han llegado al país desde 2011, cuando empezó la guerra, según cifras del gobierno sudanés.
Este país africano, con una economía muy debilitada y millones de desplazados por las guerras civiles, no parece un destino ideal para un refugiado.
Pero para Um Mohamed (el nombre ha sido cambiado), madre de cinco hijos, Sudán es su nuevo hogar, donde llegó hace un año tras abandonar Aleppo, destruida por la guerra.
“Una mañana mi hijo estaba durmiendo en su cama cuando estalló un obús cerca de nuestra casa. La onda expansiva rompió las ventanas de nuestro piso y los cristales le causaron heridas graves, estuvo a punto de morir”, recuerda.
Primero pensó en irse a Jordania, como miles de sus compatriotas. Pero cuando uno de sus cuatro hijos, que vive en Sudán, le dijo que los sirios no necesitaban visado para entrar en el país compró billetes para viajar a Jartum con sus cuatro hijos.
Desde entonces esta viuda trabaja en un proyecto impulsado por un comité de apoyo a las familias sirias, gestionado por sirios.
Junto a otras 24 personas, Um Mohamed prepara platos orientales en una cocina colectiva llamada Hawa.
En tanto, en el patio del centro del Servicio Jesuita para los Refugiados (SJR) en la capital etíope está lleno de gente que asiste a un taller de recepción de Acnur, viene a retirar provisiones básicas, asiste a alguna clase o juega al voleibol, el tenis de mesa o el dominó.
Benyamin cuenta que llegó a Etiopía porque en su país, Yemen, no podía practicar su religión libremente.
Tras convertirse del Islam a la fe judía, fue internado en un hospital psiquiátrico.
“Si me hubieran enviado a la corte, podrían haberme condenado a muerte”, añadió.
Guilain, de 35 años y oriundo de Guinea, vive en Etiopía desde hace 11 años. Algún día espera reunirse con su esposa y su hija en Estados Unidos, a donde emigraron en 2013.
“Las extraño, pero debo mantener el corazón intacto, así que no puedo pensar mucho en eso”, comentó.
En Etiopía formó un grupo de música con otros guineanos, que practica en la pequeña sala de música del RJS, una organización internacional católica.
“La música me da esperanza. Soy feliz cuando vengo aquí. Ves a la gente divertirse. Te ayuda a olvidar”, destacó.
Ahora, en su vigésimo año, el RJS parece un microcosmos de los problemas de África, con sus refugiados venidos de Burundi, Congo, Eritrea, Somalia, Sudán del Sur, Uganda, Yemen y más.
Su objetivo es ayudar a mil 700 personas este año, señaló Hanna Petros, la directora del centro.
Mientras muchos países industrializados se quejan de la llegada a sus fronteras de más migrantes, los países en desarrollo albergan 86 por ciento de los refugiados del mundo, según el informe de Acnur “Tendencias globales 2013”. Etiopía acoge a unos 680 mil, el mayor número entre los países africanos.
Muchos de los países del Sur en desarrollo tienen dificultades para lidiar con las necesidades de su propia población y son reacios a permitir que los refugiados estudien, trabajen o se muevan libremente dentro de sus territorios.
Cada vez hay más conciencia en la comunidad internacional de que, mientras continúe la desigualdad mundial y se agrave la situación de los estados fallidos, los refugiados seguirán desplazándose para encontrar mejores alternativas.
“Sólo tienes que aceptar que no puedes ayudarles con todo”, señaló un trabajador de Acnur en el taller de recepción del RJS que lleva ocho años trabajando en Etiopía.
“Si no lo aceptas entonces la situación te puede abrumar fácilmente. Básicamente es como la labor de asistencia social. Tienes que mantener tus emociones aparte”, recomendó.
Pero a algunos refugiados se les acabó la paciencia, sobre todo cuando se refieren a la Administración de Asuntos de Refugiados y Repatriados (ARRA), del Estado etíope, y al Acnur.
“Lo único que les importa es su presupuesto, no se preocupan por los refugiados”, afirmó un hombre congoleño de 33 años, que huyó a Etiopía en 2010 para escapar de los combates y la persecución del Gobierno a su minoría étnica banyamulenge.
“Vivir aquí es una forma de muerte psicológica porque no nos permiten trabajar. No tenemos esperanza”, se quejó.
Otros denuncian tratos turbios por los cuales etíopes se hacen pasar por refugiados con el fin de emigrar a Europa, y a médicos que dan a los refugiados una asistencia médica limitada para ahorrar en el presupuesto.
Pero la mayoría de los refugiados son más discretos en sus comentarios, conscientes de tener que sobrevivir en un territorio extranjera bajo la autoridad de otro Gobierno.
La poco reconocida situación de los refugiados en Etiopía tiene otra vuelta de tuerca.
Aunque las relaciones glaciales con su vecina Eritrea nunca volvieron a la normalidad tras la catastrófica guerra entre ambos (1998-2000), miles de los refugiados en este país son eritreos que huyeron de su patria, a la cual un informe de la Organización de las Naciones Unidas considera que está gobernada por el miedo.
Los campos de refugiados de May Aini, Adi Harush e Hitsats, ubicados en el noroeste de la región etíope de Tigray, cerca de la frontera con Eritrea y Sudán, se encuentran entre los mayores del país, y alojan a miles de eritreos.
Otros se las arreglan para llegar a Addis Abeba.
La médica Mihret llegó a la capital tras cruzar la frontera con Eritrea por la noche, guiada por su tío.
Durante la travesía oía sonidos aterradores, relató, que probablemente fueran patrullas militares eritreas, que aplican el principio de disparar a matar.
La profesional no quería que el servicio militar obligatorio de Eritrea controlara su vida.
Después de dos años en Addis Abeba, finalmente llegó a un país del norte de Europa mediante una visa legítima, lo cual es una excepción a la regla para la mayoría de los refugiados.
reforma.com