A lo largo de los últimos meses de cercana convivencia académica con jóvenes universitarios, ha llamado poderosamente mi atención la natural y hasta, en apariencia, congénita simpatía de buen número de ellos por “la izquierda”. En un ejercicio de clase, cuando les pedía que se definiesen, no pocos complementaron su nombre con un “soy de izquierda” o “soy izquierdista”. Muchos de mis contemporáneos y aún más, de generaciones adelante atajarían explicando que mis alumnos son muy jóvenes, que les falta vivir, que aún no saben lo que quieren, que no saben bien lo que hablan.
Lo cierto es que las razones van más allá de la irrespetuosa subestimación. Son jóvenes inquietos, limpios, lúcidos y reflexivos. Ignoro cuáles sean las mediaciones de su entorno, pero sus dichos de identidad merecen, mínimamente, mi respeto.
Lo que me preocupa no es la bandera que desde hoy empuñan, la identidad que a su edad asumen, sino el hecho de que los contenidos de esa limpia y sincera militancia no correspondan a la realidad. Ellos quieren la justicia, la igualdad, van contra la pobreza, contra los poderosos y en defensa de los débiles; quieren un México donde, Magonianamente, sobre un pueblo inmensamente rico ya no vegete un pueblo incomparablemente pobre. Aborrecen la corrupción, las trampas, los fraudes; urgen equidad en las competencias y transparencia en el ejercicio de los presupuestos. En una frase, quieren poner de pie lo que consideran está de cabeza.
Ello los anima, los mueve, los impulsa a –sin rubor- utilizar el mejor calificativo de izquierda. Aún no conocen la frase ni el autor, pero sienten con Raúl Jardón que es en ese lado – el izquierdo- “donde piensa más limpiamente el cerebro y late con fuerza el corazón”. Son jóvenes por antonomasia románticos, quijotescos, irreverentes, invencibles.
Pero, ¿es esa la izquierda que tenemos en México? ¿Representan los políticos que asumen el calificativo, esos ideales? Peter Singer sugiere de modo inmejorable una distinción para México: “La izquierda como una fuerza política organizada y la izquierda como amplio cuerpo de pensamiento, un espectro de ideas en torno a la consecución de una sociedad mejor”. En México y en Oaxaca no tenemos siquiera lo primero; la izquierda, como fuerza política, es desorganizada y como lo refleja elocuentemente nuestro gobierno, es un verdadero desastre. De lo segundo, ni hablamos.
Basta con hacer una rápida revisión mental de sus exponentes, nombre por nombre, rostro por rostro, trayectoria por trayectoria; y son unos pocos, escasos, quienes alcanzan un juicio benévolo alejado del ejercicio torcido de la política. En un país donde los políticos, al margen de las etiquetas, tienen más de lo que sospechamos, en común, no hay lugar para una verdadera izquierda militante dentro de los partidos que trienal o sexenalmente compiten por espacios de poder. Los mismos izquierdistas a ultranza no tienen clara y definitiva aún la respuesta a la pregunta ¿Qué es la izquierda? Ni mucho menos conocen su historia, ni sus pilares de sustento y es esta la razón de que indistintamente idolatren a Marx, a Zapata, al Ché o a Marcos.
Nuestros políticos de izquierda a todos los niveles, ignoran que los cuatro pilares de las teorías y prácticas de izquierda son la dictadura del proletariado, el nacionalismo revolucionario (el mismo que el PRI ostentó durante 80 años como principio de doctrina en sus documentos básicos), la estatización de la economía y el Estado benefactor.
Accionan y hablan a impulsos de intuiciones y por ello entraron, hace tiempo, en un laberinto que Roger Bartra prefiere llamar “lodazal”. A la izquierda militante, la de los políticos que asumen el adjetivo, no le veo esos principios. He atestiguado que no los tienen porque los desconocen, porque los olvidaron o porque no le sirven para el logro de su objetivo preeminente: la obtención y –menos aún- el ejercicio del poder, cuando lo consiguen.
En México no hay una izquierda democrática, AMLO nos mostró desde el Distrito Federal y sus campañas presidenciales, la autoritaria y populista, que también se inoculó a las entidades federativas; la izquierda que no reconoce la derrota, que solo queda conforme cuando gana, con todo y las imperfecciones de nuestro entramado institucional electoral; la que ofende para manifestar su discrepancia, la intolerante, la que no dialoga, sino quiere imponer sus juicios. No se ve por ningún lado en nuestro país ni en los estados esa izquierda “no Borbónica” de Teodoro Petkoff, que Álvaro Vargas Llosa llamó izquierda vegetariana; solo sufrimos los efectos de una izquierda Borbónica, carnívora.
La nuestra es una izquierda como fuerza política, que se ha quedado sin intelectuales, que los ha expulsado. Los intelectuales que gravitan en torno a ella se han convertido, como dijo en mesa redonda para la revista Letras Libres el mismo Bartra, en “abajo firmantes” o “simples floreros”, incapaces de “traducir las ideas del adversario y de otros lados del planeta y así alimentar intelectualmente al partido”. Ugo Pipitone sentenció que el PRD es el único partido importante de izquierda en América Latina sin intelectuales.
La izquierda que tenemos en México es dominada por el gen de la oposición. Sigue sintiendo que mientras no gane la presidencia no ha ganado nada, a pesar de su importante presencia en los poderes legislativos y en los gobiernos estatales. Es una izquierda que se sigue oponiendo al cambio, que se planta, izquierda de resistencia incluso en aquellos lugares que gobierna, como sucede en Oaxaca, de discurso apocalíptico y de “esquizofrenia antiinstitucional” como lo dijo Jesús Silva Herzog-Márquez, antes que Jesús Ortega.
A merced de partidos de notables cuyos miembros prominentes se enriquecen convirtiendo la “lucha social” en una poderosa industria y enferma de ese “voluntarismo heroico de bajo contenido propositivo” que definió Pipitone, ¿Qué le espera a esos jóvenes deseosos de aportar sus energías a un proyecto de izquierda?
Humberto Beck, joven ensayista brillante dejó en una exhaustiva revisión bibliográfica las ideas para la izquierda que, por el momento, no se ve que quieran impulsar los izquierdistas empoderados: el plan para una pensión global de R. Blackburn; el fondo de impacto en la salud de T. Page; el ingreso básico universal de P. Van Parijs; las dotaciones de capital de B. Ackerman y A. Alstott; y la economía solidaria de Bonaventura de Souza.
El pragmatismo nos engulle y el desprecio por el electorado es común también a nuestra izquierda. Parece lejano el día en que la izquierda militante de este país y de nuestros estados, responda en voz de sus líderes con la sencilla sabiduría de Henry Spira cuando Peter Singer le preguntó las razones de sus defensas: “Estoy del lado de los débiles y no de los poderosos ; de los oprimidos y no del opresor; de la montura y no del jinete”; de su deseo de hacer algo para disminuir la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento que existe en nuestro universo; para una distribución más equitativa del ingreso.
@MoisesMolina