A lo largo de la historia la humanidad se organizado y ha adoptado diversos sistemas sociales que en su momento permitieron la coexistencia y a veces sólo la supervivencia de los individuos que habitaron la tierra en algún lapso determinado; habría que precisar que al utilizar la palabra “coexistencia” no me refiero a la más armoniosa de las relaciones que pudiera darse entre diferentes grupos de seres humanos, sino a la forma en que una civilización le sacaba provecho a otra sin tener que exterminarla. Es cierto que hubo periodos de estabilidad y muy buenas relaciones diplomáticas entre diferentes estados, pero el correcto funcionamiento de la política requirió de parámetros y reglas claras para dichas relaciones, estas reglas se establecían a través de la medición de fuerzas, de la negociación y de la sumisión del débil ante el más fuerte. Antecedente aunque poco agradable, muy cierto.
México y América Latina no fueron la excepción, pues durante el periodo contemplado como prehispánico existían ya culturas predominantes que imponían a través de tributos, esquemas de recaudación que ponían de manifiesto la sumisión de unos para con otros. La colonización fue una mezcla de procesos, pues a la vez que surgía y se consolidaba el eurocentrismo, en América no sólo se establecían parámetros de negociación, esta vez las cosas iban más allá, la sumisión debía ser completa, hubo que evangelizar a los pueblos nativos, gobernar el mundo de las ideas, pues cuando alguien impone es porque seguramente controla, pero cuando alguien convence, indudablemente domina.
Con el establecimiento de las colonias europeas en América y la delimitación territorial entre estas, surgieron nuevos procesos y reglas de coexistencia, tanto al interior como al exterior de las mismas. Los conflictos sociales y políticos al interior de las colonias dieron paso a la ruptura de éstas con la corona española, surgiendo así estados independientes y con ellos un nuevo sentido de identidad y pertenencia. Diversos fueron los sucesos importantes que acontecieron durante los cien años posteriores a la independencia de México que fueron moldeando y dando a nuestro país el rostro y características que en buena medida aún conserva, pero es hasta finales de la primera década del siglo XX con el estallido de la revolución, cuando nuestra muy joven democracia, entonces naciente, da sus primeros pasos.
Aún no concluían los últimos enfrentamientos de la guerra revolucionaria cuando se convoca y se simulan las primeras elecciones en México, pues durante los siguientes años la jornada electoral para elegir al presidente de la república sería el resultado de enfrentamientos previos entre jefes militares revolucionarios, es decir, las urnas reflejarían lo que ya se había dirimido en los campos de batalla. Esa fue la tónica, así se fueron matando entre sí los caudillos de nuestra revolución, la estabilidad política aún no se consolidaba.
A la distancia parece que a nuestros héroes revolucionarios le sobraron ideales y les faltó visión de estado, por si fuera poco el único que la tuvo y dio muestra de inclusión política fue asesinado por su jefe de seguridad.
Fue hasta finales de la tercera década del siglo XX cuando los grupos de poder en México optaron por crear una plataforma desde la cual las diferentes fuerzas militares pudieran dirimir en la arena política y de la negociación las diferencias que antes arreglaban las balas. Surge el primer partido político en México, comenzó el final del caudillismo para dar paso a las instituciones. La participación e inclusión de todas las fuerzas al interior de un único partido político, lo convirtió en hegemónico y de inmediato dejo de notarse la diferencia entre partido y gobierno. La plataforma política dio resultados y los enfrentamientos militares previos a cada jornada electoral presidencial cesaron. La hegemonía del partido oficial y la representatividad con la que contaba brindó a nuestro país la estabilidad necesaria para consolidar al estado mexicano, sus leyes y sus instituciones.
Creo necesario señalar que durante la hegemonía del partido oficial se avanzó en estabilidad política y andamiaje institucional, al mismo tiempo que el avance de la democracia se vio estancado ante la nula competencia, pues aunque ya periódicamente se celebraban elecciones y con los años se crearon un par de partidos políticos más, no existía la competencia, mucho menos la democracia, sin lugar a dudas, México tuvo entonces que privilegiar una cosa a cambio de otra.
Como ya lo expuse antes, la hegemonía propició la carencia de mecanismos y fuerzas políticas que fiscalizaran o al menos hicieran cierto contrapeso a las decisiones oficiales. Desde mi perspectiva los procesos sociales son evolutivos y perfectibles, es decir, que surgen con una intención, pero es durante la práctica y aunado a fenómenos coyunturales como se van desarrollando y madurando hasta alcanzar su estado óptimo. Creo que esto fue lo que ocurrió con el estado mexicano y la democracia. Una vez que en México terminaron de crearse y consolidarse las leyes e instituciones que hoy en día conocemos, las exigencias sociales de las minorías comenzaron a ser tomadas en consideración gracias a una sociedad que comenzó a ser participativa y que no pedía más que el cumplimiento y acato por parte del gobierno a leyes que ya existían.
Aún cuando la libertad de expresión y de filiación política estaban ya consagradas en la constitución, de ninguna manera era fácil como ciudadano declararse abiertamente como opositor al gobierno. Versa un refrán popular mexicano “para la que la cuña apriete debe ser del mismo palo” y esto ocurrió con el partido oficial, tuvo que ser una desbandada de políticos provenientes del mismo partido, los que por primera vez sacudieron al gobierno y aún con dados cargados en contra casi arrebatan el poder. En mi opinión fue hasta entonces cuando ocurre un relanzamiento de la democracia en México y con ello comienza la plenitud de la libertad de expresión y de filiación política, mismas que se consagran en el año 2000 con la alternancia en el poder presidencial. No hubo buenos ni malos, sólo un México con muchos matices que durante los últimos cien años apenas se consolidaba y que en las últimas dos décadas avanzo a pasos agigantados rumbo a su efectiva y total democratización, aún lo seguimos haciendo, es nuestra tarea como mexicanos.
Aproveché la flexibilidad del formato de una columna para enmarcar el contexto de las opiniones que posteriormente externaré a través de este medio, esta vez a grandes rasgos y sin precisar en nombres o fechas, aún nos estamos conociendo.
Los invito reflexionar conmigo, sin tomárnoslo muy enserio, al final del día lo hago sólo por comentar.