Con gran afecto para mis amigos de Palabra en Movimiento A.C y
la academia de oratoria “Hablando el corazón”
Pocas cosas como la oratoria mueven a tanto prejuicio. ¿Qué es? ¿Para qué sirve? ¿Qué es un orador? Son de las preguntas con record en respuestas a la ligera. Poesía, declamación y oratoria son la misma cosa para no pocas personas; y para muchos de quienes distinguen claramente la diferencia, la opinión es que sirven para lo mismo, es decir, para nada.
Puro rollo -bla bla bla, me recriminaba alguien por facebook-, alguien que seguramente intentó aprender y no pudo o en el peor de los casos, alguien con miedo o pereza de aprender. Tartamudo de la conciencia le llamaría José Muñoz Cota.
Aprender oratoria es a fin de cuentas reconocer que las palabras deben servir para algo más que atender nuestras necesidades básicas, cobrar conciencia de que las tenemos prisioneras de nuestro egoísmo. Las palabras que a diario usamos no necesitan convencer, no necesitan deleitar ni mucho menos conmover. Las ocupamos para no perdernos, para entretenernos, para no quedarnos sin comer, para cubrir las normas mínimas de la cortesía. La oratoria enseña que deben, ante todo, servir para desprenderse … para compartir. En un pueblo como el oaxaqueño con su guelaguetza, ello es emblemático.
¿Compartir qué? Compartir caminos, rumbos, alternativas; compartir conciencia, certidumbre; regalar lo que muchos pueden imaginar, pero muy pocos pueden expresar. Por ello, aprender oratoria no es aprender a hablar, es aprender a compartir y después de mucho tiempo, aprender a vivir.
La oratoria no son solo palabras. Las palabras son el producto final, la punta del iceberg. Detrás de las palabras hay un monolito de ideas y sobro todo de valores. Muñoz Cota enseñaba que “el orador señala caminos” pero, a mi modo de entender, los comparte. Y esos caminos que él ofrece son los caminos que él “piensa” y que “él” siente. La mente, el espíritu y el cuerpo son indisolubles en el orador. Hay quienes hablan sin la mente o sin el espíritu y esos podrán ser cualquier cosa, pero nunca oradores.
La de los concursos es una aduana obligada. No se es el mismo después de un concurso, mucho menos si es el primero. Probablemente no lleguen a estas competencias los más brillantes, pero sí los más arrojados, los más valerosos. En los concursos se templa el carácter, se gana en el dominio de sí, se torna en orden el caos de las ideas. Bajo la presión de cada concurso de oratoria nos vencemos a nosotros mismos y encaramos con más posibilidades el éxito.
Se ha escrito que “el hombre es su palabra” y es una verdad irrefutable: somos lo que decimos y cómo lo decimos. El orador siempre es un líder. Aquel que “habla” y no es un líder, entonces no es un orador, es solamente alguien que habla.
La oratoria no se aprende en cursos, talleres o academias. No es su misión. La oratoria comienza a aprenderse en casa. Los discursos no son la oratoria, son solo su producto final. El orador es por antonomasia un buen escritor. El que es dueño de las palabras que dice, debe también serlo respecto de las palabras que escribe.
Recién tuve el privilegio de calificar a los jóvenes que buscaban representar al Distrito Federal en el Concurso Nacional de Oratoria y Debate de El Universal. En el Centro Cultural San Ángel se dieron cita jóvenes de las más diversas escuelas en el DF.
Fue una gratificante experiencia. Después de haber sido partícipe de esa fiesta, no podemos menos que prestar oídos sordos a los detractores de la oratoria y en especial a los detractores de los concursos, que siempre los habrá.
Conocí ahí a nuevos amigos. Jóvenes estudiosos, informados, críticos y –por lo que pude percibir- comprometidos. La oratoria no es solo palabras, es ineludiblemente acción.
¿Por qué existen entonces detractores de la oratoria? Mayoritariamente porque tienen una idea equivocada de ella. Los hay también quienes, frustrados, encuentran consuelo en el denuesto o quienes trasladan aversiones personales; no detractan al orador, detractan todo lo que tenga que ver con él, incluida la oratoria.
Después de las más de ocho horas que duró el concurso salimos con la frustración de no haber tenido tribuna para nosotros, pero con la satisfacción de haber atestiguado que mientras haya jóvenes apasionados de la oratoria, hay esperanza. La oratoria es, entre muchas otras cosas, estudio, disciplina, constancia, compromiso, respeto, tolerancia, elocuencia, argumentación.
En pocas palabras y para acabar pronto, la oratoria es sustrato urgente para nuestra clase política del futuro.
El propio Muñoz Cota nos dejó un decálogo. Diez leyes que son al mismo tiempo 10 respuestas y que entregan en su exacta dimensión el testimonio de que lo mejor que le puede pasar a un ser humano es convertirse en un orador.
Dicen que la oratoria es un arte, hay quienes la definan como una disciplina o hasta como una rama de la literatura. Los más utilitarios dicen que es una técnica. En realidad la oratoria en su forma más acabada es un estilo de vida. “Los pueblos que no hablan se suicidan” nos dejaron dicho y por ello la oratoria es vida.
¿Cuáles son esas 10 leyes que hacen que nos detengamos un instante antes de hablar de la oratoria y de los oradores? Aquí las dejo:
1.- Hablar en público y hablar bien es un privilegio, pero al mismo tiempo es una responsabilidad.
2.- El orador señala caminos; tiene el compromiso de no equivocarse.
3. – Que no hable quien no sepa lo que dice. La cultura universal no es un instrumento para el éxito del discurso; es el alma de la palabra. La tribuna no es asilo para la ignorancia.
4.- El artesano hábil cuida su herramienta de trabajo; el orador estudia y pule su lenguaje, abreva en el lenguaje de los grandes maestros.
5.- Todo fondo implica forma, no hay discrepancia, la verdad no está reñida con la belleza. Persuadir y convencer son tiempos unidos de estilos discursivos.
6.- Los enemigos de la oratoria son los tartamudos de la conciencia. Pensar y expresarse son parte de la vida indivisible y única.
7. – Tarde o temprano el orador habla en nombre de su patria y se transforma en guía, orientador, en maestro.
8.- La conciencia nacionalista se manifiesta mediante la expresión. Conciencia y expresión son ejercicio vital.
9.- La oratoria de los jóvenes es el espejo de su personalidad, ni se empeña ni se vende.
10.- No subas a la tribuna sin una causa justa qué defender, ni bajes de ella sin la certidumbre de la dignidad cumplida.
@MoisesMolina