El pasado 4 de abril, cables internacionales daban cuenta “un presunto ataque con armas químicas se produjo en la localidad de Jan Seijun, provincia siria de Idlib”, informó la agencia Reuters, citando al Observatorio Sirio de Derechos Humanos, una ONG abiertamente opositora al gobierno de Bashar Al Assad. Agregaban “la ONG, asentada en Londres, informó que el ataque aéreo de aviones pertenecientes a Rusia y el gobierno sirio dejó 72 civiles muertos, incluidos 11 niños”. En las horas siguientes, se difundieron dramáticas fotos de los afectados, en especial niños, que le dieron la vuelta al mundo y provocaron una condena unánime.
Como era de esperarse las grandes potencias entraron en una vorágine de atribuirse culpas o deslindarse de los hechos. Las víctimas sólo contaban para la estadística de sus argumentos. El ministerio ruso de defensa negó categóricamente que aviones suyos hubieran participado en el ataque; los militares sirios argumentaban no poseer armas químicas; el Estado Islámico guardaba silencio y ningún grupo terrorista se hacía cargo de la masacre. En síntesis, nadie sabe nadie fue. Los gases tóxicos tipo sarín, conteniendo un agente nervioso mortal, se esparcieron por obra y gracia de algún espíritu maligno.
En las investigaciones andaban (incluyendo a la ONU y la OTAN), cuando la madrugada del viernes, Donald Trump ordenó atacar la base aérea siria de Al Shayrat, desde la cual, según sus servicios de inteligencia, se lanzó la agresión. Dos destructores de la armada de Estados Unidos lanzaron desde el mar Mediterráneo 59 misiles Tomahawk; en principio se habló de seis muertos, luego de catorce y por ahí andan las cifras. En el bombardeo, los estadounidenses tuvieron buen cuidado de no tocar el área rusa de la base. La operación, como se advirtió desde el principio, marcó un drástico cambio de la política aplicada por Barack Obama frente a Assad, que nunca autorizó un ataque directo.
Ya envuelto en la bandera patriótica de la paz; el “pacifista” Trump se dirigió al pueblo norteamericano con un discurso que no tiene pierde. Entre otros juicios, expresó “haciendo uso de un agente nervioso mortal, Al Assad ahogó las vidas de hombres, mujeres y niños indefensos; fue una muerte lenta y brutal para tantas personas, incluso preciosos bebés fueron cruelmente asesinados en este salvaje ataque. Ningún niño de Dios debería sufrir jamás ese horror”. Luego, como debía ser, dijo que esa noche ordenó un ataque militar dirigido contra la base desde la que se lanzó el ataque químico, en atención a que es de seguridad nacional impedir la proliferación del uso de tales armas. Entrado en gastos, culpó a hechos de esta naturaleza de las crisis de refugiados y pidió al mundo “civilizado” unirse en la búsqueda de poner fin a las matanzas, derramamiento de sangre en Siria.
Para finalizar, Trump, en esta mutación de halcones por palomas que estamos viendo como un milagro de resurrección, concluyó “rogamos por la sabiduría de Dios al hacer frente al desafió de nuestro mundo lleno de problemas, oramos por las vidas de los heridos y por las almas de quienes han muerto; y esperamos que, en tanto que Estados Unidos defiende la justicia, la paz y armonía prevalezcan”. Como era de esperarse, de inmediato se ganó el aplauso, la ovación del respetable público conservador, de los republicanos y de un amplio sector de no conservadores, incluyendo a los demócratas. Los dueños de la industria armamentista sonrieron y se frotaron las manos; segundo regalo adelantado de navidad, primero fue el aumento del presupuesto militar y ahora la implementación de escenarios para aplicar la inversión.
En respuesta, Rusia e Irán ya han advertido que no toleraran más ataques al régimen Sirio. Bassar es el aliado más importantes de los rusos en la región; en Siria se encuentra su mayor base militar en el exterior; algunos analistas alegan que el ataque a la línea de flotación de Assad favorece al Estado Islámico y a otros grupos terroristas. Como se advertirá, toda una Torre de Babel de intereses geopolíticos y militares. Difícil y complejo el reparto de culpas.
De lo sucedido, en lo que nadie está libre de responsabilidades, aventuro algunas consideraciones: Bashar Al Assad es un dictador que no ha tenido piedad en masacrar a su propio pueblo; Putin juega a las vencidas con Estados Unidos (no es la primera vez que se ve involucrado en crímenes de lesa humanidad); Irán y Arabia Saudita se frotan las manos pensando en los réditos que les producirían la caída del régimen sirio; así lo mismo el Estado Islámico y demás terroristas. No hay que olvidar que el petróleo también juega en este ajedrez donde la única pieza sacrificada es la población civil.
Sin embargo, quien más gana es Donald Trump. Agobiado por las investigaciones del apoyo recibido en campaña por los hackers rusos que prácticamente lo ponía en la antesala de un juicio político, lo ocurrido lo beneficia políticamente al máximo; marca un deslinde del Gobierno Ruso y desvía la atención. Al mismo tiempo se desmarca y minimiza la gran variedad de asuntos caseros en que está involucrado, desde sus conflictos de intereses, el nepotismo sin medida, hasta las violaciones permanentes a los Derechos Humanos de inmigrantes de todo el mundo que un día sí, y otro también ocurren a lo largo y ancho de Estados Unidos. Ya como joya de la corona, ahora resulta que Trump es un pacifista. Habrá que esperar que con los años, la reconstrucción de las historias y la desclasificación de documentos, no vaya a aparecer por ahí la mano de la CIA.
Finalmente, me temo que cuando se argumenta que el ataque reciente es la crisis humanitaria mayor vivida por el pueblo sirio, habría que ver el Documental que ganó recientemente el Oscar “Los Últimos Hombres de Aleppo”, producido y dirigido por Firac Fayad y Steen Yohansen, a quienes, por cierto Trump saboteó su entrada a EE UU. El documental narra el heroísmo y sacrificio final de los “Cascos Blancos”, incognitos habitantes que se negaron a abandonar su ciudad y se dedicaron a ayudar y salvar víctimas, hasta que ellos mismos sucumbieron al ritmo de los bombardeos.
¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?
RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh