No es raro, y casi a nadie le sorprende encontrar a niños a altas horas de la noche viendo televisión, y sobre todo, una de esas series policíacas donde abunda el crimen o el suspenso. Donde la sangre escurre por toda la habitación.
Puede llegar la mamá o el papá a la casa y el niño ni se inmuta ante la presencia de ellos. Pareciera que es más importante el desenlace de la serie que decir “hola papá, hola mamá”.
Y si los papás ven que la cosa está buena en la pantalla chica, pues se acomodan a un lado del hijo para disfrutar de la sangre y los balazos. A partir de ese momento, es más importante el morbo a que se les diga al hijo que se vaya a dormir porque al día siguiente hay que ir a la escuela. Si acaso, cuando termine el programa le dirán al hijo ―¡cómo!, ¿no te has ido a dormir? ―Hasta entonces el pequeño se irá a su cama.
Hay otro tipo de papás que con tal de no meterse en problemas con los hijos, sólo le dicen a estos ―Ya vete a acostar, ya es tarde. Mañana te tienes que levantar temprano para ir a la escuela. ―Se lo dicen como pidiéndoles permiso. Pero esos modos suceden porque es un lugar donde la mamá y el papá han perdido toda soberanía sobre los hijos.
Cuando el hijo accede a irse a la cama, después de ruegos y ruegos, es porque la misma familia le ha dado al hijo concesión tras concesión. El niño, sabedor que él es el que decide en la casa, se mete a las sábanas a la hora que se le antoja con la condición de que le cuenten un cuento. Entonces el papá o la mamá comienzan a destilar alguna historia para tratar de alejar lo más rápido posible los disparos, la sangre, los choques automovilísticos y etc., que se le metieron por los oídos y los ojos al niño.
Después de un buen rato, el papá o la mamá se queda dormido junto al chico, quien le exige que le termine de contar la historia.
Tres horas más tarde, las sirenas comienzan a cantar, pero no en el sueño del niño porque se trata de las sirenas policíacas y de ambulancias que llenan el ambiente nocturno de la calle. Hay que agregar a ese ruido, las luces de las torretas rojas y azules que entran por las ventanas de la casa.
Vehículos oficiales que se encuentran entre patrullas, ambulancias y particulares, se amontonan en la esquina. Todos quieren estar en primera fila. Minutos antes de todo ese movimiento, se escucharon unos disparos y muchos gritos en un enfrentamiento entre pandillas, posiblemente.
Era obvio que ante el alboroto todos los vecinos despertaran, incluyendo al niño que no se quería dormir. Los papás estaban asomados por la ventana para enterarse de lo ocurrido cuando el niño dijo con la naturalidad de quien ve la escena frecuentemente a través de otro cristal: ―Yo creo que mataron a alguien, ¿verdad mami? por eso vinieron todas esas patrullas…
―Ándale chamaco chismoso, vete a dormir ―le dijo su papá―, que mañana no te vas a querer levantar para ir a la escuela.
―¿Y ustedes, van a seguir viendo por la ventana? ―Les preguntó el niño―.
―Tú, vete a dormir que esto no es cosa de niños.
Después de dar una que otra vuelta en la cama, el niño se volvió a dormir. Los que no encontraron el sueño fueron los papás. Pero porque se preguntaban hacia adentro, que por qué no le podían decían lo mismo al niño cuando lo veían que se pasaba horas y horas viendo tantas escenas de sangre y terror en la pantalla chica.
Sirenas de mentiras y ficciones de verdad: Horacio Corro Espinosa
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