Buscar una casa o compartir la propia con tu pareja, comunicárselo a la familia y a los amigos, organizar el reparto de las tareas domésticas, sincronizar horarios.; llegó la hora de irse a vivir juntos. Éste suele ser un momento ilusionante, pero eso no quiere decir que esté libre de conflictos.
Para José Antonio Ríos González, psicólogo y terapeuta de familia y de pareja, y profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid, “el inicio de la convivencia lleva inevitablemente a plantearse cuestiones aparentemente insignificantes pero que, a la larga, si no se dejan claras, pueden acarrear consecuencias no deseadas”.
Para evitarlas, lo principal, a su juicio, es asumir que se va a pasar del sentimiento de independencia que se había tenido hasta entonces, a otro de dependencia, que conlleva necesariamente la formación de la pareja, “y eso debe afrontarse con serenidad y sabiendo que no puede evitarse”.
Ahora bien, eso no significa tener “una dependencia infantilizante, es decir, que nos haga dejar de ser nosotros mismos, sino una adulta, pues nadie es totalmente independiente. Y esto, incluso, puede reforzarnos como individuos”, añade José Antonio Ríos. Además, para evitar futuros problemas recomienda establecer, mediante el diálogo y el acuerdo, unas normas mínimas de convivencia al inicio de la vida en común.
La infidelidad
Es frecuente que las parejas en algún momento hayan hablado de qué ocurriría si el otro le “engañase”; pero, cuando eso sucede, la primera reacción suele ser preguntarse por qué lo hizo. Según el citado psicólogo, “la mayoría de las veces es una señal de alarma con respecto a algún fallo en la relación”.
Hay que ver si se busca algo que no se tiene o si se huye de algo que perturba: cada motivación requiere un abordaje, incluso terapéutico, diferente. La infidelidad amenaza tres pilares básicos de la pareja: la cohesión, la estabilidad y la posibilidad de progreso. Puede ser, incluso, que en alguno de estos puntos se encuentre el origen del problema.
Por otra parte, cuando entra en juego una tercera persona, no es raro que el infiel se plantee la disyuntiva de si contárselo al otro miembro de la pareja o no. Ríos González cree que “es muy compleja esta decisión y hay que analizarla individualmente, porque cualquiera que sea la opción que se tome, las consecuencias pueden ser positivas o negativas”.
“Si la infidelidad ha ocurrido para pedir lo que no se tiene y buscar ayuda, puede ser beneficioso hablarlo; pero si se hace sin medir muy bien las repercusiones puede dar origen a un foco de inseguridad en el otro que convierta en sospechosas las cosas más insignificantes. Lo mejor es acudir a consulta individual antes de ir a una terapia de pareja que permita reestructurar lo que esté amenazado”, concluye.
Los celos
El mundo está lleno de parejas rotas por los celos, pero, ¿por qué surgen?, ¿de qué manera inciden en la relación?, ¿cómo actuar?
En opinión de Ríos González, “nacen porque la persona celosa percibe que no le llega todo el afecto, dedicación, amor, compromiso y pasión que espera. Se siente herida, piensa que no merece ser querida y que es desplazada por otra persona, que se convierte en un “perseguidor”.
“Además -continúa- generalmente los celos son muy dañinos, porque tienden a romper la relación. En la mayoría de los casos esta situación debe ser tratada con la ayuda de un psicólogo de pareja porque es uno de los fenómenos más destructivos”.
En cualquier caso, aconseja que el miembro no celoso evite dar pie a que éstos se susciten: “No puede sembrar sospechas ni temores y tiene que cuidar la intimidad, la pasión y el afecto con el compañero celoso”.
Discutir
Las crisis siempre se asocian con discusiones importantes y frecuentes, pero, según José Antonio Ríos, tener opiniones distintas no es un indicio de disfunción marital.
Es más, según el terapeuta, “la pareja que coincide en todo puede terminar con la sensación de quedar sometido al otro”. Lo mismo ocurre al contrario: “La que discrepa en todo se convierte en distante”. La solución es “enriquecerse uno con la visión del otro”.
Según Ángeles Sanz Yaque, psicóloga clínica, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en parejas, “nunca hay que mantener la esperanza de cambiar lo que piensa el otro, porque eso sólo provoca frustración”. Ella aconseja:
– Para hablar de lo que discrepamos hay que empezar por tratar aquello que compartimos.
– Si estamos en desacuerdo en algo no hay que quejarse, sino plantear alternativas con las que estaríamos de acuerdo.
– Hay que evitar la dinámica de decir a todo “no me gusta”, “no quiero” y “esto está mal”.
– No debe pensarse: “Es un imbécil por opinar así”. Él o ella son así porque han aprendido una serie de patrones, que se deben a su evolución y a su educación, y que no pueden evitar.
No hay que aguantarse y hacer como si nada pasara, porque al final eso pasa factura.
Hay que ser conscientes de que para llegar a un acuerdo ambos deben ceder en beneficio de la pareja.
La familia
Malas relaciones con los parientes del otro -sobre todo con las suegras- suelen ser motivo de chiste, pero en esa mofa hay mucha realidad.
Para la psicóloga Ángeles Sanz Yaque , “éste sigue siendo uno de los motivos más frecuentes de conflicto. Es muy difícil entender que la persona con la que vivimos es fruto de su educación. Es más, las parejas tienden a usurpar ese peso”.
“Pero no hay que tratar de arrancar al otro de sus raíces afectivas, ni pretender cambiar su estructura familiar, porque se fracasará. Eso requiere un cambio en el modo de ver a la pareja, que se resume en que uno no debe fijarse en lo negativo de su familia política; lo cual no significa que vaya todos los domingos a comer a casa de los suegros”. La experta sugiere algunas otras pautas de actuación:
La rutina
La psicóloga ingeles Sanz Yaque tiene claro que la monotonía es el cáncer más frecuente en una relación. Aunque considera que algunos hábitos son necesarios para convivir y organizarse, no deben establecerse leyes fijas. “Una cosa es la costumbre de ir al cine todos los jueves y otra obligarse a hacerlo”, señala.
En cualquier caso advierte que “donde la fuerza de la costumbre tiene graves consecuencias es en el afecto, pues la rutina hace que disminuya. Por ejemplo, el beso de buenos días si se hace rutinario pierde valor, pero si se acompaña algunas veces de un abrazo, ya es otra cosa”.
También cree que hay que desmitificar a la pareja: “Hoy parece que la relación tiene que ser perfecta, y eso no es así. Uno puede vivir bien en pareja aunque no lo tenga todo. Hay días en que el otro te saca de quicio, y eso es normal, no por eso hay que dejarle. Hay que pedir o ir trabajando lo que uno quiere, porque todos cambiamos con el paso del tiempo”.