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El escapulario de mi madre
Antes de dirigirse a Cuernavaca para encabezar la marcha contra la guerra [la más concurrida en la historia de esa ciudad], el miércoles 6 de abril de 2011, el poeta Javier Sicilia y el presidente Felipe Calderón se reunieron en privado en la residencia oficial de Los Pinos.
He aquí el relato de la reunión del propio Javier Sicilia:
Yo no conocía a Felipe Calderón antes de que fuera presidente. Sí había tenido una intimidad, una amistad con la familia de su mujer, de Margarita Zavala. A ella no la conocía, sino a su hermano Juan Ignacio Zavala. Unos días después de la muerte de mi hijo [Juan Francisco Sicilia, asesinado el 27 de marzo de 2011 por una banda del crimen organizado] yo estaba cenando en casa de Juan Zavala y su esposa María Scherer y llamó el presidente. Habló con su cuñado y después me lo pasaron.
“Estamos en las mismas, seguimos en la indagatoria”, me dijo Calderón.
“Yo quiero verlo a usted, pero no quiero verlo como presidente, quiero verlo como Felipe Calderón y que le hable Javier Sicilia”, le pedí.
Y me recibió justo antecito de la marcha en Cuernavaca.
Hablamos como dos personas. Fue una reunión muy bonita que ayudó mucho al proceso, a lo humano, el cara a cara como yo lo llamo.
Le dije: “Quiero hablarte de tú. Serás el presidente allá afuera, pero ahorita quiero hablar con la persona, contigo. Yo digo cosas muy horribles de ti. Afuera la demonización política es terrible y yo no quiero cargar con un demonio, no quiero cargar con imágenes construidas por procesos ideológicos y tú vas a oír de mí quién sabe cuánta chingadera. Y a mí me van a demonizar. Por eso hoy quiero oír a Felipe Calderón y quiero que oigas a Javier Sicilia, quiero que veas quién soy con mis debilidades y fortalezas, porque vamos a venir acá”.
Y hablamos como dos personas.
Felipe empezó: “Cuéntame tu vida”.
Se la conté.
“Ahora cuéntame la tuya”, le pedí.
Hubo un momento en que le dije: “Ya que somos de la misma secta, que es la Iglesia católica, que mamamos del mismo pecho, que es el evangelio, quiero decirte que vine como Nathan a ver a David”.
(Sicilia abre un paréntesis para contarme la historia bíblica.)
Nathan es el profeta y David es el rey. Era la época de múltiples esposas y David tenía muchas mujeres, pero le gustaba la mujer de Urías, uno de sus capitanes, y se la quería quedar. E hizo una cosa perversa: mandó a Urías al lugar de batallas más cabrón. Lo matan y David se queda con su mujer.
Nathan se encabrona y va a verlo. Le cuenta una parábola:
“Había un pastor que tenía mil ovejas, y había otro que tenía una sola, y a este güey le gustaba, lo mandó matar y se quedó con la oveja”.
Y David, que era un hombre ético, ambiguo como todo rey, se indigna y dice: “¡Es un acto de injusticia! ¿quién es?”. Nathan le dice: “Eres tú”.
Y es cuando viene ese acto de David que se desgarra las vestiduras, se echa ceniza. Hace un acto de expiación.
(Hasta aquí la historia bíblica de Nathan. Continúa el relato de la reunión de Sicilia y Calderón.)
Felipe dijo: “No me llevé a la mujer de nadie”.
“No, pero te llevaste a mi hijo y los 40 mil muertos son responsabilidad tuya”.
Se dobló y me dijo: “No puedo dar marcha atrás”.
“Debías hacerlo”, contesté.
Luego le regalé un escapulario que era muy querido para mí porque me lo había regalado mi madre.
“Te lo voy a devolver”, me dijo Felipe.
“Me lo devolverás cuando se termine la guerra”, le contesté.
Ahí nos tocamos como dos seres humanos. Y eso ayudó mucho al proceso. Es a lo que le estoy apostando cuando abrazo a alguien. Trato de no mediarlo.
Sicilia concluye ahí la narración del encuentro con el presidente esa mañana del 6 de abril.
Yo le advierto: “Calderón nunca va a rasgarse las vestiduras”.
“Esperemos que sí”, dice.
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Ovejas negras, rebeldes de la Iglesia mexicana del siglo XXI, de Emiliano Ruiz Parra, se presentará el martes 6 de noviembre a las 19:00 horas en el auditorio del Museo Franz Mayer. Hidalgo 45, Centro Histórico de la Ciudad de México. Presentan Raúl Vera, Alejandro Solalinde, Pedro Pantoja y Manuel Marinero.
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