El nombre es lo más importante que tiene cualquier persona. El nombre define gran parte de tu vida. Lo que quiero decir es que el peso de los apellidos se acrecienta mucho más en la política. Hay nombres que pesan tanto que arrastran a toda una generación.
Un candidato puede apellidarse Díaz sin tener nada que ver con don Porfirio, o apellidarse López sin ser pariente de Miguel López de Santana ni de Adolfo López Mateos ni de López Obrador. A veces el apellido puede llegar a ser de tanto peso que llega a perturbar al poseedor porque éste gravita durante toda su vida. El apellido puede actuar a favor o en contra, o como bendición o como una real maldición.
Algunos papás, principalmente políticos e intelectuales, que se niegan a ponerle al hijo su nombre de pila, porque consideran que les va a pasar mucho a lo largo de su vida.
En el mundo del arte y la farándula es habitual que los hijos hereden el nombre de los padres, y también la profesión.
Muchos hijos de hombres famosos nunca llegaron a cierta altura, pero tampoco se igualaron ni se acercaron a la talla de sus padres. Cuando digo “a cierta altura”, pienso en el campo de la política. El hijo de Álvaro Obregón, quien llegó a ser gobernador de Sonora, no la hizo. Más bien, estropeó el nombre de su ilustre padre.
Uno de los hombres más ilustres de México, de la revolución para acá, fue Lázaro Cárdenas. Su hijo Cuauhtémoc, durante un tiempo caminó bajo la estrella de su padre. Después de tener ciertas broncas políticas con los priístas, éstos trataron de borrar el nombre de su padre de la historia de México. Tal vez sea el único caso en nuestro país donde el nombre o el peso del nombre del hijo arrastró hacia abajo el nombre de su padre.
En cambio, los hijos o nietos de Plutarco Elías calles o de Pascual Ortiz Rubio, no llegaron ni a figuras de rancho. Y si vemos un poco más para acá, creo que no encontramos a ninguno de los hijos de los expresidentes que hayan destacado en algo. El único fue un sobrino de Luis Echeverría, nada más. Pero de José López Portillo, de Miguel de la Madrid, de Carlos Salinas, de Ernesto Zedillo, de Vicente Fox. Ninguno.
A lo más alto que han llegado los hijos de estos expresidentes y de manera efímera, es cuando han aparecido en la sección de sociales de algunos periódicos de circulación nacional.
En las precampañas políticas que estamos viviendo en Oaxaca, también hay apellidos omisos que suenan. Pero como suenan tanto por la reverberación de alta frecuencia que cargan, sus incondicionales lo cubren de algodones y burbujas para que no se rompa ni se estropee sobre los caminos polvorientos y desconocidos.
Sin que les diga el apellido, muchos de ustedes ya lo adivinaron. Es cierto, es el mismo, desde luego que hablamos del mismo.
Es el primer precandidato en la historia de este país que no usa en su campaña su apellido paterno ni materno. Aunque su segundo apellido le abriría cualquier puerta de la entidad sin ningún problema, pues es mucha gente que tiene recuerdos y agradecimientos a su señora madre, no así el primero de sus apellidos.
Según vemos, es el primer precandidato que desconoce sus antecedentes sanguíneos, pues al no ponerse apellidos reconoce que no tiene padre ni madre. En una palabra, no le tiene honra a su pasado ni a su familia.
Pero aunque no se ponga apellido alguno para pasar como un equis ante la sociedad, sabemos que viene a cobrar las facturas por los servicios que el héroe político de la familia, su padre, dejó pendientes. Hoy rodean al precandidato sin apellidos, todos los hijos de aquellos políticos que un día ocuparon un cargo dentro de la administración de su padre quien los hizo ricos, famosos o les dio algún documento para figurar en la sociedad.
Si no sabes de quién se trata, pregúntale a quien más confianza le tengas.
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