A partir del criterio de que no había posibilidad aún remota de que la estrategia mexicana contra los cárteles transnacionales pudiera moverse en espacios mínimos de autonomía, la visita del fiscal estadunidense William Barr fijó los tres puntos de dominación estadunidense: la fuerza, el consumo de droga y los intereses hegemónicos.
En este contexto, las negociaciones de la semana pasada no se llevaron a niveles de secretarios de Seguridad de ambos países, ni siquiera se exploraron las relaciones institucionales y dinámicas entre los jefes militares de cada nación, ni menos aún se bajaron al nivel deseado de jefes de inteligencia. La agenda bilateral que le interesa a Trump quedó en manos del cancillermexicano.
Los entendimientos formales-pero-no-escritos entre los EE. UU. y México volvieron a pasar por el arco de la seguridad estratégica anti narcóticos de Washington: migración, comercio y seguridad nacional. La condescendencia del presidente Donald Trump hacia México al perdonarle el tema de los cárteles mexicanos como terroristas sólo probó que el control de la iniciativa bilateral está en la Casa Blanca.
Como el tema anterior de los aranceles, la amenaza de declarar terroristas a los cártelesmexicanos era un farol –o bluff en inglés– que hubiera enredado a Trump dentro de los EE. UU. y hubiera permitido a México escalar nuevas formas de negociación sobre agendas maduras y reales.
Y esa declaratoria hubiera obligado al gobierno de Trump a organizar primero una ofensiva sin precedentes dentro del territorio estadunidense para combatir a los nueve cárteles que según la DEA están controlando la venta de drogas al menudeo en ciudades estadunidenses. Hasta ahora, esas representaciones de los cárteles mexicanos parecen tener el beneplácito de las leyes laxas, de las autoridades policiacas y sobre todo de las instancias financieras que lavan los narcodólares de ventas domésticas.
La cacería de las sucursales de los cárteles mexicanos en los EE. UU. hubiera estallado la violencia en las calles, hubiera reducido la disponibilidad de droga a los consumidores pobres no wasp y hubiera elevado los robos, la violencia y los crímenes en la disputa por la poca droga disponible para el consumo cotidiano de las masas.
Pero en política y sobre todo en los temas de seguridad estratégica interior-nacional noexisten los hubiera. México pareció haber negociado el tema de la cooperación en la lucha contra el narco en términos anteriores –aunque sin un Plan formal– y sólo con la condición de que la nueva fase de persecución de capos se hiciera con una lista muy precisa y sin causar estragos de violencia como en Culiacán.
El acuerdo no escrito sobre seguridad y cárteles allanó buena parte de los pendientes del Tratado de Comercio Libre 2.0 y acercó las cosas a su aprobación en el Congreso estadunidense, aunque con costos adicionales en concesiones de rubros de producción. Sin embargo, al final de cuentas el más interesado en la firma de la segunda etapa del Tratado era México.
Los objetivos estadunidenses en materia de cárteles se reducen no tanto a capos, sino a estructuras que tienen que ver con el control de drogas químicas dañinas –el fentanilo, sobre todo, que opera nada menos que Ovidio Guzmán Lopez, el hijo de El Chapo que no pudo ser deportado el pasado 17 de octubre–, los narcodólares en el sistema bancario y sobre todo las actividades de narcos en materia de contrabando de migrantes en una frontera marcada por la corrupción del lado estadunidense.
México perdió la oportunidad de redefinir los términos de la relación de seguridad en el rubro del narcotráfico al ceder antes por la amenaza de decretar terroristas a los narcos. El gobierno y el pueblo de los EE. UU. no son enemigos ideológicos o religiosos de los cárteles mexicanos, sino que asumen la condición sencilla de consumidores o clientes. Una jugada audaz debió ser cualquier negociación con la Casa Blanca, pero después de que Trump decretara terroristas a los narcos. Pero con habilidad, Trump primero amenazó y después envió a su fiscal a negociar lo que nunca iba a decretar.
Mensajes políticos. A partir del inicio del segundo año de gobierno presidencial, las tendencias en las encuestas se mueven en otros significados, dejan señales para el reacomodo legislativo en el 2021 y sobre todo fijan atenciones del 2024. De ahí el dato mayor de que el gobernador priísta sinaloense Quirino Ordaz Coppel sigue en punta de gobernadores mejor calificados de todos los partidos, con un primer sitio y 61% de aprobación. La encuesta de Arias Consultores se realizó después del culiacanazo de octubre que afectó más al gobierno federal que al estatal.
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