Con el lanzamiento de Ricardo Anaya como precandidato a la presidencia de la República abanderando la Coalición Por México al Frente, integrada por el PAN, PRD y MC, la boleta electoral quedó prácticamente definida, aunque claro, falta por ver si los aspirantes independientes logran superar los requisitos que exige la ley para poder integrarse a la boleta.
Sin embargo, la realidad que nos muestra, hasta este momento, el tablero político del país es que se han perfilado tres contendientes principales, Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade Kuribreña y Ricardo Anaya Cortés.
Uno de ellos resultará ganador del reto electoral que ya se inició y consecuentemente del destino del país los próximos seis años.
Para ello, es necesario que el vencedor de la contienda electoral comprenda bien y claramente las leyes objetivas que surgen de la naturaleza humana, a fin de que su gestión en el gobierno federal enfrente positivamente los graves problemas que afectan a la sociedad, principalmente la inseguridad, la violencia, la corrupción, la impunidad; así como los rezagos que la nación padece en educación, en la producción del campo, en la conservación del medio ambiente, en el acceso a la salud, en el acceso a los servicios básicos de vivienda, calidad de vida y marginación social.
Por parte de Lopez Obrador el mensaje ha sido repetido año tras año, más de doce, siempre ha sido el mismo, quizás un poco matizado pues hace tiempo se cubrió con la piel de oveja y su lucha la transformó en una cruzada contra “la mafia en el poder”, contra “los pirrurris y contra los peleles”. Aunque él mismo use camisas pirrurris de vez en cuando.
Para el líder de Morena la descalificación va por delante y las ideas se le agotan, lo cual ocasiona retardar su discurso que no aclara bien a bien la diferencia de la verdad y la opinión personal; proyectando con eso odios y rencores; las descalificaciones así lo muestran.
En el caso de José Antonio Meade, activo destacado de la tecnocracia itamita, cuenta con credenciales, hasta ahora, destacadas y son indiscutibles. Sin embargo, carece de oficio político el cual debe aprender y pronto para deshacerse de ese empaque de tecnócrata que le impide comunicarse con las masas, a fin de enfrentar los desafíos que le esperan y que serán, por supuesto, cada día más difíciles en la medida que la campaña electoral avanza, obstáculos como descalificaciones, amenazas contra su persona y su familia, intrigas, comunicadores, prensa, chantajes, mentiras, trampas e incluso intentos de magnicidio. Por lo pronto, López Obrador ya lo bautizó como pirrurris para separarlo de las masas, incluso, el viejo zorro le recomendó visitar los pueblos. Oficio político, no hay más.
Es por ello, que los que apoyan su candidatura hagan la tarea y dejen los selfies a un lado para preparar ya un candidato que sabe de economía nada más. Hay que dotarlo de un discurso político-político no acartonado sino natural, de sangre liviana como es el personaje. Se filtró que el equipo de Meade ya convocó a un experto electoral que lo preparará contra los ataques de sus adversarios.
En el caso de Ricardo Anaya, el candidato del Frente, por supuesto, hizo morder el polvo a todos aquellos que pronosticaron su caída frente a Miguel Mancera, incluso frente a Margarita y Moreno Valle. Pero resulto que el llamado “joven maravilla” es un verdadero diablo de la política al haber salido avante en su propósito de llegar a ser el candidato de la coalición PAN, PRD y MC, a pesar de todos las predicciones en contra y los obstáculos internos y externos. Los venció a todos, eso es innegable. Reunió las piezas que en política, en ocasiones, es irremediable no usarlas: la traición, la venganza, la mentira, la astucia, la necessità, la fortuna y la virtù.
Anaya, Barrales y Dante Delgado, tejieron fino, trabajaron arduamente y lucharon como verdaderos gladiadores, a fin de sacar adelante los que unos calificaron de “engendro”; me refiero al Frente Ciudadano Por México, ahora convertido en Coalición y en realidad política indiscutible, incluso, con la fuerza suficiente para colocarse, en el “arranque”, en segundo plano de la carrera electoral.
El discurso de Ricardo Anaya fue lo moderno del acto de masas apoyado con cifras en pantalla y dar fuerza a sus palabras citando datos duros, oficiales, que no tienen objeción. Puede afirmarse que Anaya rompió con la tradición machacona de los actos políticos del pasado, de las matracas y pitos, de la bulla por la bulla, de serpentinas y más basura.
Todo lo contrario, fue un acto político en el World Trade Center con sello del político moderno, del que está a tono con los tiempos, de aquel que a pesar del ataque certero y despiadado no pierde la sonrisa y eso irrita a sus adversarios; que diga Beltrones como se sintió cuando fue aplastado por el discurso de Anaya en el debate que sostuvieron en un memorable programa de Joaquín López Dóriga.
Al PRI y a Morena, o lo que es lo mismo, a José Antonio Meade y a López Obrador se les apareció el Diablo cuando todo parecía fino y liso. Ahora que Don Andrés no corre solo en la pista, los desafíos crecen y con rapidez al tener enfrente a dos jóvenes preparados y valiosos; uno en economía y otro verdadero diablo de la política moderna, aunque deberá cuidar su discurso, demasiado largo, para no abusar del tiempo que los medios le conceden. Si aprende a escuchar las entrevistas con los medios mejoraran.
Concluyendo, la contienda electoral en México se ha vestido de lujo al contar con candidatos de altura que conocen las necesidades del país, de lo que hace falta y del que hacer ya, no mañana, sino desde el primer día en que ocupen el escritorio del Presidente en los Pinos, o en el de Palacio Nacional, según el gusto del que será presidente de México.
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