Rumbo a Macondo: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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18-armasEl jueves santo a media tarde se apagó la vida de García Márquez y comenzó el lento proceso de su canonización literaria. Eterno periodista, Gabo tuvo el gesto de morir a una hora apropiada para las ediciones del día siguiente, como lo hicieran Marcel Proust y Walt Whitman, aunque supongo que hubiera preferido evaporarse y transformarse en una neblina amnésica para no transitar el camino de Cortázar, de quien escribió que “si los muertos se mueren, debe estarse muriendo otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios”. Creo que al escribir esto sobre el Cronopio García Márquez pensaba en sí mismo.

Pero como nadie tiene control de lo que pasa cuando ya no está, el viernes santo aparecieron los diarios con extensas crónicas –algunas bastante buenas- en reseña de la vida y obra del macondense mientras que en la radio y la tevé los críticos y analistas se disputaban el espacio para compartir experiencias,  anécdotas y vivencias al lado de quien ya no podía defenderse. Desde luego se anunció con la prontitud del caso el indispensable homenaje en Bellas Artes que, imagino, su familia no tuvo más remedio que aceptar. Hasta mi casa medio derruida por el temblor llegaron los rumores de los declarantes profesionales pergeñando la sentencia que se convertirá en el encabezado o el bite más recordado. Vaya, hasta yo mismo, que desde enero no doy golpe por motivos existenciales, estoy aquí para reclamar mi cachito de Gabo, como si se tratase de un muro de Berlín literario.

Resulta que alguna noche compartí mesa con él y con Fuentes y que tengo fotos para probarlo. Resulta que le mandé ejemplares de mis libros. Resulta que su secretaria se comunicó conmigo para decirme, palabras más, palabras menos, que o iba por ellos o serían regalados (no dijo a quién). Resulta que esto me encabritó, pero resulta también que rápidamente recordé que a los autores hay que leerlos, no tratarlos, pues si quisieran ser populares se dedicarían a las telenovelas.

En una de mis conversaciones con Edmundo Valadés me confesó con gran remordimiento que cuando García Márquez era un total desconocido quiso publicar en El Cuento fragmentos de Los funerales de la Mamá Grande y Edmundo no aceptó, pues pensaba que de alguna manera ofendían el sentimiento religioso del pueblo. “¡Imagínate!”, exclamó entre güisquis, “¡yo hubiera sido el primero en publicarlo en México!” Pero no fue así y la Editora de la Universidad Veracruzana, cuando era lo que fue, tuvo el honor de sacar a luz el libro… cuyos derechos perdió años después.

Ya famoso el colombiano, coincidió con Valadés en una comida en Cuernavaca, creo que en casa de Garibay. Al saludar al de Guaymas le dijo muy serio: “Veo que ha publicado usted uno texto mío en El Cuento y Carmen lo anda buscando por aquello de los derechos”. Valadés sintió la muerte chiquita. ¡La feroz Balcells lo tenía en la mira! Estaba a punto de perder el sentido cuando se dio cuenta de que García Márquez estaba chanceando. Siempre se tuvieron aprecio.

Esta es mi aportación al tsunami memorioso que ya nos arrastra. La completo con lo que escribí hace justo un año, en ocasión del cumple de Gabo. Cierro el capítulo y me pongo a releer Cien años de soledad. Vale.

“Dicen los diarios capitalinos, con La Jornada a la cabeza, que muy temprano en la mañana el Gabo salió a la puerta de su casa el día de su 84vo cumpleaños y juguetonamente preguntó: ‘¿Por qué tanto alboroto?’, chanza que puso a danzar de gusto a los admiradores, quienes cubrieron de flores al célebre aracatecano y además le cantaron las mañanitas.

“Supongo que es obligado unirse a los fastos, aunque debo confesar que si bien Cien años de soledad fue un hito en mi vida libresca poco más hay en la obra de García Márquez que me mueva, salvo su trabajo periodístico. Así que mis lectores perdonarán si en vez de fraguar ingeniosos parabienes conmemorativos, recuerdo lo que escribí hace exactamente 14 años sobre el mismo autor. Vale.

“Gabriel García Márquez detesta las entrevistas, según sé. Hace bien. Su oficio es escribir. Más libros y menos declaraciones, eso es lo que queremos sus lectores en todo el mundo.

“Viene a cuento lo anterior por los borbotones de tinta que hizo brotar el triple aniversario del escritor. Cincuenta años de periodista, setenta de edad y treinta de Cien años de soledad, no son poca cosa para críticos y analistas. Son fechas mágicas.

“Confieso que al ver en las secciones culturales de los diarios espacios conmemorativos brotar como hongos y escuchar en una estación sí y otra también programas dedicados al trianiversario, me apenó no estar sumado al homenaje. Después de todo don Gabriel nació al mundo de las letras en pañales de reportero, igualito que yo.

“Decidí pues subsanar la omisión y dedicar ‘JdO’ al tema. Busqué en mi archivo, pedí libros y ensayos, hablé con expertos e intelectuales, medité, reflexioné… y recuperé un sentimiento que creía olvidado desde mi paso por las aulas: así como don Gabriel no simpatiza con las entrevistas yo no tengo maldito gusto por la hermenéutica literaria.

“¿Qué es lo que realmente interesa? ¿Leer y disfrutar una obra o descubrir las verídicas o supuestas motivaciones del autor ante la página en blanco?

“Con la generosidad que le es característica, Omar Raúl Martínez puso en mis manos una joya de su biblioteca para ilustrarme: Entre cachacos-1, volumen III de no sé cuantos editados en 1983 para analizar la obra del aracataqueño (¿así se dice?). En el libro, Jacques Gilard emplea 72 de las 411 páginas, el 17.5% del texto en letra de 9 puntos, para llegar a conclusiones tan asombrosas como que don Gabriel fue en realidad muy mal crítico de cine, o que en numerosísimos textos anónimos en El Espectador de Bogotá y El Heraldo de Barranquilla pueden detectarse indicios que eventualmente llevarían a suponer que habría altas probabilidades de que el joven Gabriel hubiese intervenido en su redacción. O joyas como ésta (p. 53): ‘Está claro que la práctica del reportaje le sirvió (a García Márquez) como una forma de preparación antes de emprender la redacción de obras literarias’. ¡Oh!

“Algún oscuro placer debe entrañar, supongo, el ejercicio de rastrear y recuperar textos reconocidamente menores y llegar a la conclusión de fueron justo 67 en el periodo analizado, número que crecería a 70 ‘si se tienen en cuenta dos reportajes anónimos pero atribuibles a García Márquez’. Que me maten si sé cómo tal muestra de cuestionable erudición beneficie a la obra.

“Leo en ‘El Ángel’ de Reforma (9 de marzo) el ensayo de Carlos Rubio Rosell titulado ‘Volver a la semilla: ¿Dónde nace el mundo de Gabriel García Márquez, por qué, de qué manera y cómo se amamantó la imaginación del autor de Cien años de soledad, dónde están las claves que engendraron esa narrativa poderosa, desbordante, alucinada, del hombre?’, y me pregunto: ¿tener conciencia de todo eso me haría vivir y disfrutar mejor la obra? Como diría el indeciso, quizá sí, quizá no. En todo caso, ¿importa? Puedo citar de memoria pasajes enteros de Cien años de soledad, obra que conocí en la primera edición que llegó a México, la de Sudamericana, con la portada azul de las carabelas. El libro me mantuvo sin dormir durante meses. Lo leí y releí como creo ninguno otro desde entonces. Me enamoró fatalmente, al extremo de que no ha habido otro de don Gabriel que me haya provocado ni un pensamiento de infidelidad. ¡Al carajo las oscuras motivaciones del escribidor frente a la hoja en blanco! Choquemos las copas por la existencia de la obra entre nosotros y todo lo que ella nos dio.

“El mismo Rubio Rosell nos convida con otro espléndido ejemplo de cómo se puede retroalimentar y enredar hasta que la materia del análisis quede irreconocible incluso para el autor que la parió: ‘El germen, el humus de todo ese portento (García Márquez, of course) está en sus primeros diez años de vida. Y su mundo literario no podía venir de otra cosa sino de ahí, de esos años que fueron decisivos para que surgiera el escritor que (GGM) es, dice Dasso Saldívar’, quien, nos informa un poco más adelante Rubio Rosell en el artículo citado, invirtió nada menos que 20 años de su vida en una biografía de don Gabriel. Lástima que nadie le haya informado al señor Dasso que no sólo García Márquez, sino todos los humanos, tenemos el germen de nuestro humus (?) en ese periodo crítico de la vida. En fin. Yo regreso a leer Cien años… y me vale que el mentado humus haya surgido en los diez, veinte o treinta primeros años de GGM. El libro, la obra, ya es mía.”

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