Rubén Vasconcelos Beltrán: inolvidable: Raúl Castellanos

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Oaxaca celebró ayer sus 485 años bien vividos. Mágica, encantadora, eterna, seductora y única. Como dice el trovador, es la “tierra donde nací y en donde están mis amores” (y uno que otro desamor). Siempre inspiración y razón para vivir y luchar, es mi musa etérea, intangible, a la que recién volví hace algunos días después de 5 años, 10 meses, 3 días y algunas horas. En todos estos años, Oaxaca ha sido para mí una causa de vida.

Hace algunos ayeres, cuando mi amigo y hermano, Toño Hernández Fraguas y yo fuimos Diputados Federales en la LVI Legislatura, realizamos por la Comisión de Energía un viaje para conocer la reglamentación de las plantas termoeléctricas de China. Dialogamos con especialistas, técnicos y juristas de ese enigmático país. La mañana antes de partir de regreso a México, madrugamos para poder visitar la gran muralla. En ella, ante una escalera muy alta que coronaba una torre, apostamos que quien llegara primero a la cima sería Gobernador de Oaxaca. Toño me ganó. Espero pague la apuesta.

La noche anterior, reunidos en el lobby del hotel, Toño comenzó a interpretar la “Canción Mixteca”. La emoción fue grande. Años después yo cantaba (con menos entonación pero con el mismo sentimiento) las mismas coplas, acompañadas con lluvia del alma. Moraleja, sin importar tiempo, distancia, alegría o adversidad, Oaxaca siempre nos acompaña, nos alienta, es eterna compañera en la nostalgia.

Es Oaxaca, en la que de niño veíamos recorrer las calles al policía en su caballo y las carretas de gaseosas; a la gente caminar presurosa jalando su toro o vaca, cargando al gato, el loro, al perro, bien acicalados vistiendo sus mejores galas para llegar a tiempo a la bendición en la Merced el Día de San Ramón; en la que transcurrió nuestra infancia en el Colegio “Minerva”, del Maestro Guillermo Mondragón; tiempo en que conocimos por primera ocasión de la fatalidad al fallecer en un accidente uno de mis mejores amigos; era el Oaxaca de los cañaverales en las márgenes del río de Jalatlaco; la de las lagunas de Ixcotel hasta dónde íbamos a pescar charales con una bolsita de plástico.

Así llegaron los tiempos universitarios. Con ellos los primeros escarceos con la necia realidad de los achaques del corazón, las preparadas y los festejos tradicionales, los Viernes del Llano, la Samaritana. Viene a mi memoria la primera “Semana del Estudiante” que se celebraba en mayo para conmemorar la Autonomía de la UNAM; y la tengo presente porque al segundo día los actos, los bailes y la barbacoa se suspendieron; tres compañeros se habían accidentado rumbo al Istmo, lamentablemente uno había fallecido, el Biche Varela, los otros salvaron la vida, Cervantes y Vasconcelos se apellidaban.

Ese fue mi primer encuentro con Rubén Vasconcelos Beltrán. Años después supe que realizaba estudios de posgrado en América del Sur, lo cual era motivo de admiración; Rubén era de los inteligentes. Luego la vida nos acercó. Decidí estudiar para Licenciado en Administración de Empresas, la misma profesión del Maestro Rubén. Entré en 1969 a la Escuela de Comercio y Administración casi al mismo tiempo que Rubén era electo Director. A partir de entonces, era común arreglar el mundo con el Maestro Rubén en el aula y continuar en la Dirección. Ahí comencé a conocer de su bonhomía, humildad en su grandeza como ser humano, su sonrisa franca y su serenidad eran parte de su personalidad; en suma construimos una amistad y por supuesto nos encantaba hablar de política, de temas sociales y de la “grilla” universitaria.

Llegó 1970. Año complejo, crítico y violento, para la Universidad. El Estado y algunos escuderos infiltrados se lanzaron con toda su fuerza contra la Federación Estudiantil y sus dirigentes, encabezados por José Antonio Castillo Viloria, que habían cometido el “pecado” de vincular a los estudiantes con movimientos sociales. La represión fue intensa. Un estudiante murió a la entrada del Sagrario; de la Universidad fueron expulsados seis dirigentes; la Federación Estudiantil fue desaparecida de facto, integrándose un “Directorio Estudiantil” encabezado por conocidos operadores-estudiantes del gobierno y se le dio representación a “las fuerzas vivas”. En suma, la pretensión era acabar con todo lo que oliera a subversivo, comunista o al 68.

En medio de esa vorágine, llegó 1971. Con el Maestro Rubén nos propusimos reactivar la Federación Estudiantil. Echando por delante su prestigio y autoridad moral y académica, se convirtió en el interlocutor ante la Rectoría y el Estado. Fueron largas y tensas negociaciones, en que no faltaron los mensajes al Maestro “¿Qué andas haciendo apoyando a esos comunistas? Tú tienes futuro”, me compartía que le decían. Finalmente se realizaron elecciones, hubo tres planillas y tuve el honor de resultar electo Presidente de la Federación.

Haciendo equipo con el Maestro Rubén, nos propusimos lograr la libertad de dos compañeros encarcelados e impulsar la Reforma a la Ley a la Ley Orgánica de la Universidad para deslindar la elección del Rector del Gobernador y la autonomía plena de la UBJO. Para Octubre de 1971, el Congreso del Estado aprobó la Reforma. Además de los compañeros líderes que me acompañaron en tan complejo tránsito, tres personajes fueron claves: Fernando Gómez Sandoval, Agustín Márquez Uribe y Rubén Vasconcelos Beltrán. Dos ya habían sido rectores, el tercero se perfilaba para serlo. Honor a quien honor merece.

Ya estrenada la Ley Orgánica y con integración paritaria del Consejo Universitario (que debería elegir en votación secreta la terna que sería propuesta a la Asamblea Universitaria para votar y elegir Rector), los líderes de todas las escuelas y facultades acordamos votar por el Maestro Rubén en la segunda ronda para elegir la terna en el Consejo Universitario. Por la noche, la Asamblea Universitaria por amplia mayoría elegía a Rubén Vasconcelos Beltrán como el Primer Rector de la ya para entonces Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.

Sin duda hay muchos otros pasajes, vivencias, alegrías y tristezas en la vida de mi querido amigo y Maestro Rubén Vasconcelos Beltrán; en los que también hizo gala de su talento, nobleza y lealtad. Rubén fue un hombre que honró siempre su estirpe. Amó como se debe amar a Silvia, su esposa y compañera, hasta la muerte; le regaló a Oaxaca hijas e hijos que siguen sus pasos y validan su origen; con sus amigos fue generoso, cálido, siempre en positivo; y fue toda su vida un juglar de esta su Ciudad, de la que fue Cronista. Por todo ello y mucho más, es justo y merecido el título que Oaxaca le concedió ayer. Inolvidable.

¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?

RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh