Roma, la nostalgia por el PRI de Cuarón: Carlos Ramírez

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La película Roma del cineasta mexicano oscarizado Alfonso Cuarón está arrasando premios en los festivales. Después de la frustración por la vacuidad de La forma del agua de Guillermo del Toro, la cinematografía mexicana se internacionaliza –globaliza, mejor dicho– a lomo de los vaivenes de conciencia de directores en la era Trump.

Roma se puede resumir en pocas palabras: una visión de neorrealismo italiano tardío con una anécdota impresionista que se sostiene con largos planos-secuencia en los que no ocurre nada; el enfoque se completa con la percepción mexicana: una nostalgia pequeño-burguesa del México de los setenta, el de la clase media en ascenso, la última generación antes de la gran crisis de 1976.

Se trata de presentar en plena globalización del siglo XXI una versión sentimental de cuando el sistema político del PRI vivía su etapa de oro: un médico del sector público tenía ingresos que le permitían una casa de dos pisos, chofer, cuatro hijos, dos personas de servicio doméstico y una amante… y todos vivían contentos. Al ofrecer una imagen nostálgica acrítica, el México de los años setenta queda como recuerdo de cuando las cosas iban bien.

La película Roma atraviesa sin problemas la crisis económica, el autoritarismo de 1971 y la represión a estudiantes por un grupo paramilitar producto del conflicto entre facciones del poder, pero de lejos, sin que el ojo cinematográfico de Cuarón asuma un sentido crítico.

El eje de la película lo sostiene la actriz indígena Yalitza Aparicio, pero su personaje se presenta como el conformismo de marginación de clase; sí, en efecto, es personal del servicio doméstico subsumido en los sentimentalismos pequeño burgueses de la esposa del jefe de la casa que apenas aparece, pero sin enfoques críticos: la explotación del servicio doméstico en México ha sido una forma de explotación de clase. El tratamiento casi familiar a las dos personas del servicio doméstico en la película configura una resignación que se convierte en base de la explotación de clase: salarios directos bajos, salarios indirectos pagados con cama y alimentación, horarios de explotación y hasta la utilización del personal doméstico como paño de lágrimas de la señora de la casa cuando descubre que su marido tiene otra mujer.

El enfoque social de Roma es responsabilidad del director y guionista. La película de Cuarón refiere a ese cine del conformismo clasemediero de los setenta que se usaban para reforzar la lucha de clases a favor de los patrones explotadores: te trato como de la familia, aunque vivas en las zonas de exclusión separada de la casa, con mucho menos comodidades de igualdad social, y entonces el papel de sumisión del personal doméstico queda atado a las funciones marginales en la familia.

En este sentido, Roma le permite a Cuarón reproducir puntualmente el escenario idílico de explotación social de clase del México de los sesentas, setentas y parte de los ochentas. Pero se trata de un enfoque acrítico que al final cumple la función de reforzadora de la nostalgia pequeño-burguesa. No hay una rebelión del director respecto a esa realidad; más aún, la refuerza.

El neorrealismo del cine mexicano tiene puntos referenciales: Los olvidados de Buñuel en 1950, una historia dramática que expone la criminalidad de las clases bajas; Los caifanes de Juan Ibáñez en 1967 para exponer las pandillas de desarraigados de los cinturones urbanos de miseria y su choque con las clases burguesas; antes estuvo México de mis recuerdos de Juan Bustillos Oro de 1943 como una nostalgia del porfirismo a través de un pianista que compone el vals Carmen a la esposa del dictador Porfirio Díaz y que sirve en la película para recodar al Díaz bueno.

En el extranjero Roma deslumbra por el uso del blanco y negro, los personajes sorprendentes del México indígena-semiurbano-burgués, una mujer del servicio doméstico que arriesga la vida para salvar la de uno de los hijos de la patrona pero ella, la sirviente, sin saber nadar, mostrando su espíritu aguerrido en un mar embravecido, la pasividad de la protagonista que sale embarazada de un joven desclasado que formaba parte del ejército paramilitar de represión de estudiantes, y todo en medio de un ritmo de anticlimático de conformismo generalizado en el que las relaciones de clases y la explotación de los ricos a los pobres no se mueve porque la resignación autoritaria era uno de los mecanismos de legitimación del PRI.

Y sí, Roma es una película nostálgica del viejo PRI, del autoritario en el periodo de 1968 (represión estudiantil en Tlatelolco) a 1971 (represión estudiantil en el Barrio de San Cosme). Los directores pueden darle o no a sus películas enfoques políticos y hasta ideológicos, pero en el caso de Roma hay una percepción de nostalgia del viejo orden represivo del PRI, el tránsito del tiempo de Díaz Ordaz y Tlatelolco al de Luis Echeverría y el populismo.

¿Cómo calificar las películas? La revisión del pasado no puede ser tan pasiva que se agote en la nostalgia de viejos órdenes autoritarios. El México que retrata Cuarón (1970-1971) en uno de los entonces barrios de clase media-media tenía un contexto social, ciertamente sumido en sus coordenadas de tranquilidad y patrones clasistas asumidos, pero rodeado de la efervescencia social, política y estudiantil y escalamiento del autoritarismo gubernamental.

Lo que define y marca a Roma es la relación de clase del personal doméstico bajo condiciones de semiesclavitud humana, sensible y hasta familiar. La protagonista asume su condición de clase explotada, pero en momentos en que saltaba la protesta social violenta en forma de guerrilla urbana y rural que la película excluye para no romper su visión idílica. Roma encapsula al México pequeño-burgués de Cuarón.

indicadorpolitico.mx

carlosramirezh@hotmail.com

@carlosramirezh