El rey de España como jefe de Estado tendrá una muy buena oportunidad para defender a los hispanos perseguidos y criminalizados en los EE. UU. cuando se reúna el próximo 21 de abril con el presidente Donald Trump en la Casa Blanca. Si bien la agenda bilateral no abre muchos espacios para temas terrenales, no deberían faltar algunas palabras de defensa a los millones de hispanos que están siendo acosados por su lengua como parte de la campaña electoral estadunidense de este año.
El tema es delicado. La persecución de hispanos tiene que ver sobre todo con centroamericanos y mexicanos que siguen cruzando la frontera sin pasar por los obligados controles legales y con circunstancias penadas por las leyes, y más en tiempos de temores antiterroristas de la Casa Blanca por sus conflictos en el Medio Oriente. Sin embargo, el rey Felipe VI podría enviar un buen mensaje a los ciudadanos que se ven hermanados con España por la historia y por el lenguaje.
El racismo estadunidense no tiene que ver sólo con el incumplimiento de leyes migratorias, sino que ha aumentado en los EE. UU. el acoso contra personas que hablan el español. Es decir, el racismo involucra a la raza y se expresa en las prohibiciones concretas del lenguaje español, aunque el español es la segunda lengua más escogida por los estudiantes locales en los EE. UU. en el modelo de educación bilingüe.
Si la comunicación verbal es la principal característica del ser humano en comparación con los animales, entonces el idioma es algo más que instrumento de relación humana: indica cultura, civilización, identidad. En este punto estaría otra de las formas de racismo de las comunidades locales en los EE. UU.: exigir que los habitantes naturales o regularizados o sin permisos legales excluyan al español como forma de comunicación humana, con casos extremos de violencia física contra hispanos en zonas urbanas por el sólo hecho de hablar en español.
El ambiente de racismo de Trump se ha ensañado con los hispanos; y aunque se diga que se trata sólo de una posición electoral, los grupos radicales blancos en la frontera EE. UU.-México tienen decenios de atacar con violencia criminal a mexicanos y centroamericanos. En su discurso sobre el estado de la Unión el pasado 4 de febrero, el presidente Trump hizo una invocación provocadora contra los mexicanos al hablar con nostalgia triunfalista de El Alamo, esa pequeña misión que fijó el expansionismo estadunidense contra la mitad del territorio mexicano.
El Alamo y Texas eran territorios mexicanos, pero grupos republicanos estadunidenses se apoderaron de ese espacio. El presidente mexicano Antonio López de Santa Anna al frente de tropas militares derrotó en 1936 a los separatistas acantonados en esa Misión, pero luego cometió el error de confiarse y varios días después fue aplastado en una batalla cerca de San Antonio, apresado y obligado a firmar el Tratado de Velasco que cedía a los EE. UU. todo el estado de Texas. Y aunque ese Tratado no fue reconocido, en 1847-1848 los EE. UU. invadieron México y lo obligaron a firmar el Tratado de Guadalupe-Hidalgo que le quitó a México territorios que hoy son Texas, California, Nuevo México, Nevada, Colorado y Utah y partes de Arizona, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Un tercio del actual territorio estadunidense fue mexicano y arrancado por medio de la guerra.
De todas las comunidades hispanas de América, sólo la cubana es permitida, defendida y con espacios en los altos niveles de poder. Pero se trata de la burguesía cubana que salió huyendo de Cuba al triunfo de la Revolución Cubana de Fidel Castro y asentada en Florida, una península estadunidense a escasas 90 millas de la isla de Cuba y donde el español es el lenguaje dominante; se trata de una decisión político-ideológica, al grado de que todos los candidatos presidenciales tienen que ir a Florida a solicitar el apoyo de los cubanos. En los demás estados, sobre todo en Texas, se ha estado criminalizado y reprimiendo el uso del español en asentamientos de mayoría hispana.
El gran peligro que ha abierto la presidencia de Trump es el aplastamiento de las comunidades hispanas y sobre todo de la exclusión de la lengua española. Las presiones políticas han aumentado contra la comunidad hispa que vive de tiempo atrás o vive recientemente en los EE. UU. sin haber cumplido con las leyes migratorias, pero con intensidad en la represión institucional por el idioma y no por la carencia de papeles legales. Trump acaba de enviar tropas de élite a las ciudades y estados que tienen la condición de santuario migratoria para proteger a los ilegales de los acosos policiacos.
El riesgo de ir eliminando de la vida cotidiana el idioma español ha aumentado en los tiempos políticos de Trump y podría aumentar si Trump se reelige por otros cuatro años más. La aplicación estricta de leyes migratorias es explicable, pero las presiones violentas en la vida cotidiana para excluir el idioma español deben ser considerado un atentado contra la cultura y la civilización.,
El encuentro del rey Felipe VI con el presidente Trump sería una buena oportunidad para que España, el venero de la comunidad latinoamericana en América, dejara algún aviso de defensa. Importaría mucho que, al margen de las relaciones de Estado entre ambas naciones, España pudiera dar un apoyo cultural a los hispanos con algunos convenios o presencias de casas culturales en los EE. UU. y que los reyes pudieran reunirse con organizaciones hispanas que se dedican a defender el idioma de la persecución racista.
Por ello algunas palabras en español en el discurso del rey Felipe VI ante Trump pudieran convertirse un guiño a los que defienden en los EE. UU. su origen hispano por el idioma.