Hoy, más que nunca, se requiere revitalizar el sistema de partidos políticos en México, consolidar el andamiaje institucional, en un entorno internacional de posicionamiento de la derecha recalcitrante, y un contexto nacional caracterizado por un Ejecutivo fuerte y de frágiles contrapesos.
No es que un Ejecutivo fuerte sea negativo en sí mismo, pero la democracia requiere que la pluralidad de voces que corresponden a la diversidad de una sociedad como la nuestra sea parte del engranaje institucional del país, para una mayor fortaleza del Estado mexicano en su conjunto, no sólo de quien lo encabeza.
En efecto, para la opinión pública mayoritaria el activismo del Ejecutivo federal ha eclipsado a los partidos en su conjunto, sobre todo a los tradicionales, los que fueron pilares del sistema de partidos políticos en México. Para algunos analistas, ante la debilidad institucional el titular del Ejecutivo ha estado por encima incluso de su propio gobierno.
En apenas unos días se ha rediseñado y reformulado si no todavía el andamiaje institucional, sí la relación del Estado con la sociedad civil, apelando a modalidades de la democracia directa, específicamente consultas sobre decisiones trascendentales de política pública.
La relación de la Federación con las entidades del pacto conserva las directrices de la Constitución, pero con una presencia más unitaria y articulada de la autoridad central, sobre todo para la aplicación de la política social. Hay una nueva relación entre los tres órdenes de autoridad bajo otros formatos políticos y administrativos.
La propia dinámica de funcionamiento de los poderes constitucionales está sujeta a revisión, no en su esfera de competencia, sino en la operación tradicional, como en el caso del Poder Legislativo la disminución de comisiones, y en el Poder Judicial la readscripción periódica de jueces y magistrados para no generar intereses territoriales extrainstitucionales.
Ante esta dinámica vertiginosa, los partidos han estado presentes haciendo mayorías absolutas y calificadas en ambas cámaras, pero hay potencial para una mayor participación. En este sentido, es preciso iniciar los procesos de restructuración de fondo para encarar los enormes desafíos de una nueva cartografía política, con nuevos actores y roles protagónicos.
En el PRI, el partido con mayor estructura territorial y más diversificada base sectorial, y de cara a su 90 aniversario en su etapa de PNR, la demanda de aplicar sanciones contra eventuales actos de corrupción es una posición que reivindica la necesaria oxigenación y depuración de la vida pública.
Sin embargo, lo sustancial sigue pendiente: la revisión interna total del momento presente, el diseño y aplicación de una estrategia y acciones puntuales para reposicionar al partido y erigirlo como un actor fundamental, ahora desde la oposición en el ámbito federal.
La ruta tiene que ser oposición firme y razonada hacia afuera, y democracia sin limitaciones hacia dentro.
Hacia el exterior, un PRI que desde su ideario de origen, socialdemócrata y nacionalista, pero también con una visión de futuro impacte en la agenda de cambios de la nueva alternancia política.
Hacia el interior, la restructuración integral tiene que ser de la provincia al centro, escuchando y atendiendo la voz de la militancia de los municipios, las agencias y las colonias, así como las organizaciones sectoriales, del campo y los núcleos urbanos. Que el cambio se procese de manera horizontal.
Ya desde ahora tienen que marcarse las coordenadas para recoger ese mandato del militante, rumbo hacia una asamblea nacional que, a corto o mediano plazo, actualice la declaración de principios, fortalezca el programa de acción y, por supuesto, reforme los estatutos para revisar desde la nomenclatura hasta los métodos de elección de candidatos y la designación de dirigentes, sobre la base de la consulta directa a la base militante, y como primer paso la elección democrática de su nuevo presidente del CEN, una figura que de preferencia conjugue experiencia política, legislativa y administrativa con juventud, para tender puentes de comunicación con las nuevas generaciones.
En el PAN la unidad interna, quebrantada desde la nominación del candidato presidencial, sigue siendo una asignatura pendiente.
En esas condiciones, la lucha extrapartidaria como oposición a la administración federal en turno, carece de la fortaleza de otros tiempos, en ideas y beligerancia. La batalla se ha reducido a algunos recursos de inconstitucionalidad interpuestos ante los órganos del Poder Judicial.
En el PRD, el reto de esta organización emblemática de izquierda, proveniente del Partido Comunista, el PSUM y el PMS, es monumental: mantenerse como un referente del pensamiento de vanguardia y ser una oposición significativa y constructiva.
En suma, la nueva alternancia política es un reto para el sistema de partidos en su conjunto. México requiere de reformas y contrapesos, de cambios estructurales en la pluralidad corresponsable. Para eso es indispensable fortalecer sus referentes ideológicos, los partidos.
*Presidente de la Fundación Colosio
La Jornada