Los que se meten a la política, seguramente saben que todo el tiempo van andar caminando sobre el filo de la navaja. Si no son por los grupos políticos contrarios, será por los peligros del enloquecimiento, la desmesura, la confusión con la realidad a favor de la ambición personal para satisfacer principalmente a sus bolsillos.
Muchas veces, dentro de su carrera hacia la gloria, conocen la embriaguez total, o lo que es lo mismo, la enfermedad del poder. Al conocer sus fuerzas, saben todo lo que pueden lograr, y entonces exigen el “culto a la personalidad”.
La vanidad siempre estará en primer lugar. Vive del aplauso y es incapaz de controlar su estado anímico si alguien le refuta sus ideas, sus órdenes y hasta sus gustos. Da por hecho que todo mundo conoce sus aficiones, sus platillos favoritos, y jamás se dan cuenta de las palabras lambiscona que le endulzan el oído. Cree que todo lo que le dicen es verdaderamente salido del corazón.
A partir de que este personaje llega al poder, las calles, las plazas, los mercados, las escuelas, y hasta sitios de taxis, los bautizan con el nombre del poderoso.
Nunca falta el que lo halaga con canciones, corridos y poesías. Su nombre es repetido en todas partes y a todas horas, desde donde se le consagra sus aparentes aciertos.
Durante estos días hemos visto por diversos medios, una imagen preocupante. Los vanidosos desplantes han estado presentes en donde, tal vez, aisladamente, se habían presentado. Se perdió aquella actitud simple de decoro y sencillez. Quienes están para servir a la nación, hoy simplemente, y lo han gritado, que están para servir a Obrador, porque eso, para ellos, es un honor.
La patria quedó en término final. A la mayoría del Congreso federal, así como el local de Oaxaca, a quienes se les eligió para servir al pueblo, y no a un hombre, parece que no lo entienden.
Posiblemente consigan halagar al Presidente en turno, pero eso no es más que una desfachatada y lambiscona actitud de los legisladores que siempre van a estar dispuestos a ponerse de tapete para aceptar cualquier disposición del Gobernante de la nación, mas no del pueblo.
Según algunos historiadores, cuando llegó Benito Juárez a la Ciudad de México para terminar la restauración republicana, ya tenía muchísimo cartel, y quien lo recibió fue el general Porfirio Díaz, pero Juárez, hizo como que no lo reconoció para no invitarlo en su marcha rumbo al Palacio Nacional.
A partir de ese momento murió el general Porfirio Díaz y nació Don Porfirio.
Son muchos lambiscones que, sin vergüenza ni reparo alguno, continuarán haciendo esta chamba, pero lo grave es que Obrador se deje adular sin observación ni reparo algunos.
El culto a la personalidad, en este caso, comenzó en las cámaras, pero eso no es grave, sino gravísimo para el país.
Seguramente el comportamiento de esta especie de reptiles cortesanos, se deba a que se sienten tan inmerecidos en el cargo que, por lo mismo, reconocen su falta de capacidad, y de alguna manera tienen que agradecerle.
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