Con la misma lógica imparcial pero implacable que el procurador Murillo Karam explicó por qué la procuración de justicia está abandonada, es desordenada y perdió su objetivo central, podría explicarse la decadencia del gobierno y el agravamiento de problemas neurálgicos del país.
Después de 1968, en efecto, las políticas públicas se dirigieron a enfrentar coyunturas imprevistas y heterogéneas: Echeverría arrebata las banderas y el lenguaje de los estudiantes rebeldes, coopta con altos cargos públicos a jóvenes presuntamente representativos y al final de su gestión precipita al país en una severa crisis.
López Portillo rescata la economía con cargo al petróleo, que se revaloraba en el mercado mundial, no prevé la respuesta de los países consumidores y el oro negro se le evapora también por los precios mundiales, y termina su gobierno con otra crisis.
De la Madrid abre indiscriminadamente la economía, empieza a desmantelar el sector paraestatal y a “adelgazar al Estado”, los empresarios mexicanos venden sus empresas al extranjero y se convierten en comisionistas y el sexenio vuelve a terminar en crisis.
Salinas-el político más talentoso entre ellos- engancha el carro a la locomotora estadunidense, rompe las lealtades históricas internacionales, padece una rebelión de políticos por el nombramiento de su sucesor, enfrenta la fuga de capitales con deuda externa disfrazada de interna y deja todo listo para que estalle la economía en el primer mes del siguiente gobierno.
Zedillo consigue que Estados Unidos rescate la economía a un alto costo económico y de soberanía, rescata a los bancos con fondos públicos, da un salto en la democratización del sistema político y, a partir de la “sana distancia”, toma decisiones cruciales que debilitan al PRI y acaba por operar la entrega de la Presidencia de la República al PAN con la economía saneada a costas de la mayoría de la población.
Fox no tiene idea de cómo y para qué se gobierna; desperdicia el bono democrático y frena la transición, alienta las fantasías de poder de su segunda esposa, fractura el camino de López Obrador a la Presidencia, deja que crezcan el narcotráfico y la violencia y termina su gobierno con problemas crecidos e instituciones debilitadas.
De Calderón mejor ni hablar como no sea para decir que en un siglo no había habido tantos pobres, que ni en la guerra cristera fue asesinada tanta gente como en su gobierno y que usó el poder para liberar sus complejos y resentimientos personales.
En sesenta años no completamos con desarrollo tecnológico y reinversiones el modelo de sustitución de importaciones; nos abrimos al exterior dos veces (De la Madrid y Salinas) sin construir una previa capacidad competitiva agropecuaria e industrial); fuimos a la democracia sin demócratas y con dos cánceres avanzados que padece toda la sociedad: la corrupción y la impunidad, sin contar con el abuso, el individualismo, el engaño como forma de convivencia, la pereza y la indolencia.
Hago este rápido y necesariamente esquemático repaso para ilustrar que desde hace muchos años, el gobierno en su conjunto “fue acondicionándose de manera desordenada para responder a la coyuntura, provocando hoy una fragmentación descoordinada que bloquea y desfasa el ejercicio de su función en detrimento del cumplimiento de sus funciones”, como dice Murillo Karam que ocurrió en la procuración de justicia.
A ello se agrega el efecto corrosivo de fenómenos que no se advierten a simple vista pero que fueron decisivos: el cambio de estafeta de los generales a los abogados a mediados del siglo y de éstos a los economistas a finales de los ochenta, se hizo en familia: en el primer plano, destacan apellidos como Cárdenas, Alemán, Salinas; en un segundo plano pero con gran poder, decenas de hijos y nietos de apellidos como Silva-Herzog, Reyes-Heroles, Hank, Del Mazo, Azcárraga y muchísimos más.
La pérdida de capacidad de inclusión del PRI y la formación profesional e ideológica de los economistas-políticos fue paralela al final de la permeabilidad social y el estallido de múltiples bombas de tiempo que se fueron creando a lo largo de decenios de soluciones coyunturales sin visión ni proyecto de largo plazo, como no fuera el del decálogo del Consenso de Washington.
Si Murillo Karam reconoce que tendrá que trabajar mucho para corregir, quizá en parte, la procuración de justicia, el presidente Peña Nieto, sus secretarios y directores de entidades paraestatales y todos los funcionarios de niveles medio y operativo, deberían saber lo mismo y actuar en consecuencia, porque de otro modo el presidente no podrá cumplir lo mucho que ha comprometido.
Pero por bien que lo hagan todos ellos -y dudo que todos lo hagan bien- las personas concretas como usted y yo, tenemos que reconocer que el país somos nosotros y tenemos que cambiar si queremos exigir al gobierno que cambie.
Es mucho lo que tenemos que hacer para tener una cultura civilizada: respetar las leyes y a las personas, cuidar el medio ambiente, basar nuestras aspiraciones en el esfuerzo propio, reconocer que quienes cometen delitos son delincuentes aunque sean jóvenes. Especialmente obligados están los que tienen poder económico o político y los maestros y periodistas por la fuerte influencia que tienen en la cultura, actitudes e ideas de los demás.