Los españoles entenderán muy bien el colapso final del reinado de monarquía familiar de los hermanos Castro en Cuba. Cada año los españoles decían, con certezas, “este año cae Franco”. Así ocurría en Cuba: “este año cae Fide”l, Fidel se fue y murió en la soledad del poder; y luego vino el “este año cae Raúl”, y Raúl se va en la soledad de la historia.
La Revolución Cubana funcionó en tanto categoría política e ideológica externa: fue el símbolo de lucha contra el imperialismo estadunidense. Al interior de Cuba, ese movimiento fue la construcción de una dictadura personal y familiar que duró desde el alzamiento en el cuartel Moncada en 1953 al retiro de los cargos públicos de Raúl Castro la semana pasada, la nada despreciable cantidad de sesenta y ocho años, dos generaciones de cubanos.
Cuba dominó el pensamiento socialista revolucionario y de lucha antiimperialista de América Latina de 1953 a 1968. Aunque la primera ruptura debió de darse en 1961 con sus palabras a los intelectuales para definir a la Revolución Cubana como un ente superior e inatacable, los tropiezos comenzaron ante la justificación de Castro en 1968 a la invasión de tanques soviéticos a Praga para interrumpir la revolución socialista democrática de Checoslovaquia.
Luego vendría en 1971 la ruptura intelectual a propósito del arresto, tortura y autoconfesión al estilo del KGB soviético del poeta Heberto Castillo, con el abandono del barco socialista autoritario –que nunca, por cierto, fue democrático– de muchos de los escritores latinoamericanos que habían ocupado el espacio internacional literario como derivación cultural de Cuba. Y de ahí en adelante todo fue ir decantando una dictadura personal, familiar y caprichosa de Fidel e institucional-sistémica de Raúl. El discurso central de la Revolución Cubana lo fijó Fidel: preferible vivir en la miseria que como esclavos del imperialismo norteamericano. En sus memorias, el expresidente español José María Aznar contó que una vez Fidel le dijo que EEUU como enemigo cubano fue el eje de su fuerza de liderazgo.
Las promesas de la Revolución Cubana fueron la democracia y el bienestar, pero ninguna de ellas en realidad constituyó un objetivo del movimiento social. El ejercicio del poder se asumió para consolidar la dictadura de los dos Castro. Desde los años noventa Cuba dejó de ser un referente socialista, ya no funcionó como equilibrio geopolítico en la región y se convirtió en una carga para las finanzas petroleras de Venezuela. Y ante la caída del mercado energético, el empobrecimiento cubano fue generalizado.
El retiro del poder formal de Raúl Castro –hay dudas de que abandone el manejo del ejército como factor de influencia en el gobierno– tiene que ver con las ultimas decisiones inevitables: el aflojamiento del control socialista de la economía y la apertura de espacios par el capitalismo en sectores que han padecido desempleo crónico. Las finanzas socialistas ya no podían siquiera sostener el mecanismo del racionamiento de alimentos y los mercados clandestinos inevitables fueron construyendo redes de nuevo escalamiento social.
Con Raúl Castro pasan a retiro los sobrevivientes de la Revolución, una gerontocracia de adorno incrustada en posiciones de poder que taponaron la circulación de las élites. El problema ha sido la ausencia de escuelas de cuadros civiles educados en la ideología socialista y la falta de exploración de variantes a las economías controladas de manera absoluta por el Estado. La generación intermedia de los Castro fue vapuleada y castigada por el poder. Los dirigentes cubanos de cincuenta a sesenta años carecen hoy de pensamiento político, de posicionamiento social y de sensibilidad para transitar a una apertura a la economía privada.
La clave del futuro cubano de los próximos dos años va a depender de la transición política en el ejército. Raúl se va con noventa años de edad y con el grado máximo de general, pero con una estructura de mandos controlada por la complicidad de la corrupción y el poder. Después del caso en 1989 del general Arnaldo Ochoa –fusilado por acusaciones de narco, pero en realidad por liderazgo militar competitivo con un Fidel ya agobiado por la edad y la ineficacia–, las jerarquías militares desactivaron sus potencialidades, abandonaron la ideología y se instalaron en la obediencia ciega. Pero la edad en Raúl opera en contra. Y el papel del ejército como eje de la estabilidad autoritaria del régimen comunista no tiene garantizada la lealtad.
Y a ello se agregan las explosiones de libertad de la sociedad cubana, las protestas por las violaciones de derechos humanos y los enfrentamientos contra la estructura autoritaria represiva del Estado.
Lo malo, sin embargo, es que el desmantelamiento de una estructura represiva del Estado va a tardar en operarse, no existe dinamismo social, la ausencia de partidos de oposición es obstáculo y los debates no encuentran salidas en medios plurales.
Y como amenaza latente se encuentra la estructura burocrática dictatorial sostenida por las fuerzas de seguridad del Estado. Las transiciones democráticas fallaron en Europa del este por la vigencia de funcionarios del Estado represivo. Las sociedades en transición de regímenes ideológicos autoritarios no construyeron niveles de social civil. El transito de la Unión Soviética de Brézhnev a la apertura de Gorbachov llevó a la Rusia de Putin, una dictadura institucional sin sociedad civil ni sociedad democrática.
La construcción del poder personal absolutista de los hermanos Castro impidieron en Cuba generaciones intermedias. El actual gobierno de Miguel Díaz-Canel trae los vicios de origen: nació después de la Revolución, entró al gobierno en los años ochenta con un proceso ya en estado de descomposición productiva y autoritaria, comenzó al ejercicio ministerial del poder hasta 2012 todavía con Fidel como el puño duro del control y ha vivido a la sombra de Raúl.
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