¿Qué piensas de las coaliciones?: Moisés MOLINA

Print Friendly, PDF & Email

En medio de una profunda crisis del sistema de partidos, calculada por la suma de las crisis que padece cada uno de ellos, vuelve a la agenda el tema de las coaliciones electorales. Su intención es única e inocultable: la conquista de los espacios institucionales de poder.

 

El fin justifica todos los medios. No hay doctrina que valga; los “principios” contenidos en sus declaraciones son letra muerta y solo un requisito inobservado, que las leyes electorales exigen. Para coaligarse, la ley exige a los partidos únicamente el acuerdo de voluntades y en base a ella, nos han regalado gobiernos caóticos en medio de las alternancias. La ausencia de proyecto, que pasa por el desprecio a las ideologías ha sido la causa profunda de que las alternancias se queden en ello y a las transiciones se les mencione cada vez menos.

La suma de los desprecios partidarios por sus declaraciones de principios hace posible y actuante el desprecio por el gobierno, ya no digamos el buen gobierno. No hay plan, no existe el orden. Un hilo conductor de políticas públicas no se palpa por ningún lado, porque no hay hilo que conduzca las plataformas electorales de los partidos políticos coaligados hacia una plataforma común que, como en el caso de aquella que llevó a Gabino Cue al gobierno de Oaxaca, son refritos o plagios. Bodrios apresurados camino al archivero.

Los electores son público cautivo de la partidocracia (que como definimos en nuestra entrega pasada, es la degeneración o desviación de la democracia de partidos) y la ausencia de cultura política hace que sigan votando a ciegas, en base a intuiciones, irracionalmente. El odio, el temor, el fanatismo o el amor son los parámetros del sufragio. Votar para que el contrario no llegue, para que el enemigo desaparezca. El adversario no merece la más mínima consideración porque ya no es adversario, es enemigo y hay que destruirlo. ¿Cuál es el medio preferido para cumplir el fin? Las coaliciones. Ya no hay derecha, tampoco izquierda y en ausencia de ambas el centro no existe. El espectro político lo llena el pragmatismo. Hay que ganar ¿para qué? No importa. Basta con saber que los “otros” no deben ganar porque son corruptos, porque son los mismos de siempre, porque son represores, porque representan a Salinas; y catapultados por esa inercia hemos llegado a sufrir gubernaturas, diputaciones y senadurías que nos tienen igual o peor que antes, en la inacción, en la parálisis. A gobernar se aprende muy lentamente, pero a robar, mentir, pretextar, culpar al antecesor, manipular y disfrutar los placeres del poder, de inmediato. Gobernar debía ser cosa sencilla: cumplir estrictamente con la ley. Pero la prioridad no es gobernar, es impedir que el poder se pierda. Una vez en el barco hay que mantenerse en él a toda costa aún a riesgo de su hundimiento.

En amplio sentido el pragmatismo político es la suma aritmética de los orgullos, de los egos, de las soberbias. Es individualismo agregado de los que tienen el poder y una vez seducidos, enferman y se hacen dependientes. En la revancha no hay lugar para contrarevancha y los egoístas empoderados dejan sus diferencias y odios mutuos para mejor ocasión. El bien común ya no es el “bien público temporal” de las lecciones de Porrúa Pérez en su Teoría del Estado, es el bien de unos cuantos que hacen de la materialización del poder un oasis dentro del Estado que camina por inercias. El poder es un bien que se “usa, goza y disfruta” por su reducido círculo de propietarios que se valen de los partidos políticos para llevar al electorado a la trampa trienial o sexenal.

Anthony Downs escribió en 1957: “Los partidos formulan propuestas políticas para vencer en las elecciones, en lugar de ganar elecciones para aplicar propuestas políticas”. Tanto es el atraso de nuestro país y de Oaxaca que, medio siglo después, para nosotros es presente.

¿Dónde hay que buscar la explicación de la crisis de los partidos y de su sistema entero? En la cultura política. No hay más. Ciudadanos deficitarios, víctimas de la crisis de valores desde su infancia, no pueden formar ni conducir buenas instituciones. La política es hoy un empleo, una actividad humana, sí, pero que necesita remuneración. ¿Cuál es su teleología? Eso se averigua después, mientras hay que ejercer en la inmediatez y con su principal fundamento: el dinero.

En doscientos años de historia los partidos políticos han sido, en la línea del tiempo, de tres tipos fundamentalmente: De cuadros o notables; de masas y de electores. Y en un análisis objetivo, los de la actualidad en Oaxaca reúnen lo peor de los tres. Como los primeros, desarrollados en el Estado Liberal durante el siglo XVIII, se fundan en comités de personalidades o grupos de notables locales y son mantenidos desde el poder, con desprecio por la ideología; con los segundos, surgidos al final del siglo XIX con la “política de masas”, comparten esa división interna que Moisei Ostrogorsky y Robert Michels categorizaron, entre su burocracia y la base de sus militantes, además del reclutamiento de los miembros de sus dirigencias por cooptación, con la consiguiente rotación escasa y el aislamiento de los dirigentes con respecto a sus bases; y de los terceros, surgidos hacia la mitad del siglo XX, conservan el objetivo central de movilización de sus votantes con ocasión de cada consulta electoral, que hace que difuminen sus programas e idearios, reduciéndolos a afirmaciones de principio (justicia, orden, cambio, progreso, paz, seguridad), hecho que mereció de Otto Kirchheimer el calificativo de “partidos atrapa-todo”.

En medio de esta grave realidad ¿Qué actitud debe asumir el ciudadano? Cualquiera, menos la apatía. Nada puede tener más complacidos a quienes manejan nuestros partidos que el distanciamiento ciudadano. La repulsión de la gente les aísla a un espacio de impunidad y confort. De cualquier forma, el elector no deja ni dejará de votar, no por uno de ellos, sino en contra del villano en turno que, para el caso, es lo mismo.

La posibilidad de las coaliciones no debía pasar solo por las burocracias de los partidos coaligantes, sino por el filtro de la ciudadanía que es, persona a persona, el mejor medio de comunicación. Que no nos vuelvan a decir que en la coalición prepondera lo que les une, porque probado está que su único aglutinante es el poder, el estatus y el dinero, aunque después no sepan qué hacer con el gobierno y nos tengan en medio del subejercicio presupuestal, de la parálisis económica, de los bloqueos y de nuestras carreteras, avenidas y calles heridas.

Bien valen la pena las preguntas colectivas ¿Para qué las coaliciones? Y ¿Cuántas diputaciones y presidencias municipales y regidurías serán para cada partido y cuántas para los ciudadanos?

Twitter: @MoisesMolina

Correo Electrónico: moisesmolinar@hotmail.com