En el sueño que tenía Bolívar seguimos dando pasos hacia atrás.
Aún a pesar de que el conflicto no sea entre nuestros pueblos, sino entre nuestros gobiernos.
Es una realidad que nuestros gobiernos cada vez menos representan a nuestros pueblos.
Y la victoria de la actividad política sobre el derecho y la ciencia política parece ya irreversible.
El valor supremo de los gobiernos vuelve a ser la soberanía y la ideología excluyente.
Y cada vez menos la democracia tiene que ver con solidaridad, cooperación, entendimiento y diálogo.
Mientras en Europa el proceso de integración económica, jurídica y política avanza a través de la Unión Europea, en América Latina nuestros gobiernos se siguen alejando aún a pesar de que nuestros pueblos tienen vínculos históricos y raciales más estrechos.
Nunca como ahora se había visto la abismal diferencia el gobierno y el pueblo.
Lo que pasó en Ecuador es clara muestra de ello.
Es la punta del iceberg de la crisis política que vive la región porque a los gobiernos y a los gobernantes les falta humildad y sensatez.
Hoy los gobernantes se sienten dueños de sus países y esa visión patrimonialista hace que en lugar de gobernar, administren.
Indudablemente que pueden existir diferencias de enfoque entre quienes gobiernan nuestros paises, pero el Derecho – las normas – existen para que esas diferencias se procesen y los eventuales conflictos se solucionen.
Por eso en el Derecho Internacional existen normas (que se suponen obligatorias) que prohíben y otras que ordenan; normas que señalan procedimientos como camino para encontrar soluciones a problemas, y tratados, convenciones y pactos llenos de buenas ideas y elevados valores que también obligan (como principios) pero que hoy por hoy se desobedecen.
Y es lo que acaba de ocurrir en Ecuador.
Por alguna razón los países del mundo se pusieron de acuerdo en que las embajadas son inviolables y son consideradas parte del territorio de los países que representan.
Eso, entre otras cosas, dice el hoy famoso y multicitado Tratado de Viena.
De ahí que el asalto a una embajada es un acto gravísimo que, sin embargo, a la sombra de las soberanías no tiene más consecuencias que el rompimiento de relaciones diplomáticas.
No hay más. La invasión a la embajada de México en Ecuador no tiene justificación.
Nuestros gobierno nos trajeron hasta este punto cegados por el delirio y la soberbia; enfermos de supremacismo moral e ideológico de derechas e izquerdas que ven el continente como un juego de mesa que debe pintarse de un solo color.
Habiendo tantos y tan graves problemas en nuestras sociedades, nuestros gobiernos deciden desperdiciar tiempo y energías juzgando a sus pares.
Y eso hoy ha tenido consecuencias.
En tanto políticos y diplomáticos arreglan lo que jodieron, nuestros pueblos (el mexicano y el ecuatoriano) deben seguir hermanados como siempre.
Nada ni nadie puede estar por encima de nuestros pueblos, por que si algo en común tiene nuestro constitucionalismo es que la soberanía se deposita esencial y originalmente en el pueblo y no en los gobiernos.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca