Cuando en unas horas se estrechen la mano el Papa Francisco y el patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, Cirilo I, se habrá puesto fin informal a 1,000 años de distanciamiento y división entre estos obispos de la llamada Santa Iglesia Católica y Apostólica.
Los intentos de reconciliación son tan antiguos como la división misma de la Iglesia de Roma, encabezada por el Papa, y la Iglesia Ortodoxa, que aunque sin jerarca, reconoce una autoridad superior en la persona del Patriarca de Constantinopla, en este momento Bartolomé I, pero quien a diferencia del obispo de Roma, no tiene autoridad sobre el resto de los obispados que conforman la Iglesia Ortodoxa.
Y aunque es Constantinopla la sede del llamado “patriarca ecuménico”, es Kirill ó Cirilo I, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, quien lidera al mayor número de fieles de esta Iglesia, por lo que el encuentro que se celebrará en La Habana reviste una importancia singular.
La división se remonta al año 1054 de nuestra era, en lo que se conoce como el Cisma de Oriente, cuando las iglesias de Roma y Constantinopla formalizaron la división surgida entre sí desde unos siglos antes.
De inicio dogmáticas y de procedimientos religiosos, se acentuaron cuando las diferencias administrativas y territoriales enfrentaron a ambas.
En el año 589, durante el concilio de Toledo, en el que participaron únicamente obispos de la Iglesia de Occidente, se incluyó en el Credo el término “filoque”, en latín, referente al Hijo.
El Credo no es otra cosa que la declaración de profesión de la fe cristiana y que para los orientales dice: “Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre”, mientras que para los occidentales es: “Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo”.
Esta palabra dividió profundamente a ambas iglesias.
Más tarde, en el año 857, el emperador Bizantino Miguel III, el Beodo, reemplazó al patriarca ortodoxo de Constantinopla, San Ignacio, por Focio, quien inicialmente no fue reconocido como patriarca por las iglesias occidentales ni por el resto de los obispos orientales, lo que incrementó las tensiones.
Finalmente, en el año 1054, un enfrentamiento entre representantes enviados por el Papa León IX a Constantinopla y el Patriarca Miguel I Cerulario, desembocó en sendas excomuniones por parte de ambos representantes de la Iglesia, mismas que han mantenido divididas a las iglesias hasta la fecha.
Esta división tiene también un fundamento administrativo: los obispos de oriente no reconocen la superioridad ecuménica del obispo de Roma por sobre la de los demás, lo que ha traído como consecuencia una serie de diferencias, tanto rituales como administrativas, que sin éxito, han tratado de resolver de manera formal en el Segundo Concilio de Lyon, en 1274, primero, y en el Concilio de Basilea de 1439, después.
Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI tuvieron acercamientos importantes con los patriarcas de Constantinopla.
Pero Alexander I, el predecesor de Cirilo I, jamás aceptó reunirse con el papa polaco por considerar una ofensa su intervención en la caída de la Unión Soviética, y una invasión el ansia evangelista mostrada por Juan Pablo II, sobre la Federación Rusa.
Y aunque sí aceptó reunirse con Benedicto XVI, no pasó de ser solo un encuentro.
La historia cambió con Francisco I. Con el Patriarca Bartolomé presente en la Plaza de San Pedro, en lo que fue la primera vez que un obispo de Constantinopla acudía a ese acto, José Mario Bergoglio se presentó por primera vez al mundo como “Obispo de Roma”, nada más.
El guiño, bien recibido en Moscú, fue acompañado por el que se dice fue un mensaje de Francisco I a Cirilo I: “Iré a donde quieras. Llámame y yo voy”.
Y fue Cuba el lugar elegido por el patriarca moscovita, quien lidera a 120 millones, de los 200 millones de ortodoxos del mundo.
A los católicos orientales y occidentales los une en este momento el avance del fundamentalismo islámico en las proximidades de los recintos sagrados del cristianismo como Jerusalén y Constantinopla.
Y es así como en unas horas, casi 1,500 millones de católicos de todo el mundo se estrecharán las manos, en las personas de Francisco I y Cirilo I, en una habitación del aeropuerto de La Habana, por primera vez en casi mil años.
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