Prevención de la violencia: Renward García Medrano

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Como lo había anunciado, el gobierno privilegia la prevención sin aflojar la acción directa de la fuerza pública contra los delincuentes. Lo que anteayer se presentó parece un programa piloto, ya que cubrirá sólo los 251 municipios más inseguros del país, pero es de esperarse que las experiencias que de él se obtengan, sirvan para ampliar progresivamente la cobertura y perfeccionar el mecanismo de coordinación entre los programas de educación, salud y empleo.

Estos tres programas son la clave, no sólo de la prevención de la violencia y el crimen, sino del desarrollo económico del país, porque bien manejados, elevan la calidad de los recursos humanos y fortalecerán la demanda interna, que son factores decisivos de estímulo a la inversión. Su vertiente social mejora las condiciones de vida de la población, abre oportunidades de estudio y trabajo para los jóvenes y eleva los mínimos de calidad de vida.

Si por algo apoyo el Pacto por México es porque sin decirlo expresamente, conduce a la construcción de un Estado de Bienestar que, a su vez, tiene que asentarse en la formación de consensos sociales básicos y que entraña un nuevo proyecto de nación, en que el Estado reasuma la conducción y participación directa en la economía sin que ello suponga ignorar las circunstancias internas e internacionales de este siglo.

En todo caso, el éxito de la prevención de la violencia y el crimen dependerá de los resultados que se vayan logrando, pero también del cambio de actitud de la sociedad y, en especial, de los jóvenes que hasta ahora han sido excluidos tanto de la economía formal como de la educación media superior y superior, y que en una proporción quizá mayor de la que quisiéramos admitir, han tomado vías de escape autodestructivas, como la drogadicción y la delincuencia.

Porciones considerables de jóvenes inscritos en instituciones de educación media superior y superior, han caído en el absurdo de reivindicar la eliminación de materias como el inglés y la computación, que son clave para el trabajo formal en el mundo del siglo XXI. Las expresiones más gráficas de esta actitud se han dado en las normales de Michoacán y Guerrero, así como en la Universidad de la Ciudad de México, creada y sostenida para los pobres de la capital, en la que un amplio grupo de maestros y alumnos rechaza toda posibilidad de aprendizaje.

Confundidos con estos y otros jóvenes, han proliferado grupos de perfil fascista encapuchados y armados con bombas molotov, barras de acero y otros objetos útiles para agredir; están visiblemente entrenados y organizados para esparcir la violencia en las aulas, las calles y plazas de algunas ciudades, y la prueba más notoria fue la vandalización del Centro Histórico de la Ciudad de México el 1 de diciembre pasado.

Por alguno de los laberintos de mi inconsciente recordé La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa y de manera consciente pero involuntaria, pienso en los falangistas españoles que abucheaban a don Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca, “el templo de la inteligencia”, con gritos anónimos de “¡Viva la muerte!”, coronados por las palabras del general franquista José Millán-Astray, que son parte de la historia de la infamia: “Muera la intelectualidad traidora”.

Allí, entre la plebe que abucheaba a Unamuno en el siniestro 12 de octubre de 1936, quedaron delimitados los campos de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial: la inteligencia frente la muerte, el espíritu contra la barbarie. Y casi ochenta años después, en México, vuelve a surgir la embestida contra la inteligencia en algunos centros de educación superior, esta vez no con la camisa azul de la Falange, sino disfrazada de“movimientos sociales” y “demandas estudiantiles” que claman por la eliminación de toda enseñanza que exija algún esfuerzo.

¿Cuándo se crearon las condiciones propicias al desarrollo de brotes fascistoides?

Cuando tomó dimensiones intolerables la desigualdad, cuyo extremo es la miseria de no sé cuántos millones de indigentes que sobreviven en chozas y cuevas, en rincones y coladeras, y que sólo se utilizan como objeto de estudio para los especialistas en pobreza y de movilización para los pillos que dirigen y ejecutan los programas para combatirla.

La desigualdad en la riqueza, la educación, la salud, la cultura y las condiciones materiales de vida es la verdadera enfermedad y todo lo demás, incluyendo la violencia y la expansión de la delincuencia, son sus síntomas.

Por eso creo que el enfoque de la prevención es correcto. La semilla de la violencia y la delincuencia se siembra en el hogar y en la comunidad circundante, donde el niño adquiere las nociones básicas del hombre y la vida. Esa perversa semilla se erradica en la escuela y en el contacto con la cultura, cuando los maestros están suficientemente preparados y tienen una genuina vocación de educadores, pero cuando son burócratas en espera de ascensos por su disciplina al SNTE o su disimulado brazo armado, la CNTE, se refuerzan los antivalores que conducen a la violencia y al crimen. De este tamaño es la responsabilidad del magisterio y si los maestros no mejoran su preparación y su actitud, los esfuerzos de prevención que hagan el gobierno y el resto de la sociedad serán fallidos.