El PIB se está convirtiendo en el marcador de una disputa productiva entre el Estado y el sector privado. Los empresarios nunca han sido un sector autónomo y siguen subordinados al Estado. A pesar de que la inversión empresarial es el 85% de la inversión total. En los hechos, el sector privado baila al ritmo del gasto presupuestal del gobierno.
México nunca ha tenido un sector privado independiente. A pesar de ser propiedad de empresarios, las empresas podrían estar funcionando como células productivas paraestatales. A pesar de que la inversión privada es el 85% promedio del total, el Estado suele tener la rectoría productiva con el 15%. El gasto presupuestal es el detonador de la producción empresarial, cuando debiera ser al revés.
El sector privado mexicano ha carecido de autonomía respecto del Estado. En sus momentos de conflicto –Cárdenas, Echeverría, López Portillo y ahora López Obrador–, los empresarios quedan atrapados en las redes presupuestales de las inversiones públicas que concitan participación empresarial.
En lo político los empresarios no han tenido fuerza productiva. Enfrentaron a Echeverría con baja en las inversiones y fuga de capitales, pero no pudieron tomar el control del Estado. López Portillo fue proempresarial, pero sin cederle la fuerza del Estado a los productores privados. Y los empresarios que tomaron al PAN por asalto para buscar la alternancia partidista en la presidencia de la república en la realidad llegaron a la presidencia para operar como un partido no-empresarial.
El sector privado se divide en tres grandes grupos:
–Las cámaras con reconocimiento constitucional.
–Las cúpulas con funciones políticas al margen de las cámaras.
–Y los centros de análisis que participan del debate de expectativas.
De las organizaciones no gubernamentales de empresarios destacan tres: el Consejo Coordinador Empresarial, el Consejo Mexicano de Negocios, la Coparmex. Se trata de organismos coordinadores de jefes empresariales, algunos de ellos propietarios, la mayor parte de administradores contratados. Muy dados a las relaciones públicas con el poder, siempre al lado del presidente de la república en turno, sin importar a veces que alguno de ellos los haya insultado, ahora como mafia del poder y en tiempos de López Portillo como promotores del fascismo. De piel gruesa para resistir los insultos del gobierno, pero muy delgada cuando en medios los colocan a nivel de militantes del PRI.
Los grupos empresariales de análisis son a veces los más críticos en sus evaluaciones de las expectativas económicas, presupuestales y de desarrollo. Entre muchos sobresalen el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas y el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado y a veces El Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE).
Pero el problema central es que los empresarios nunca han asumido autonomía relativa del Estado, del sistema-régimen priísta no del gobierno. El Estado autoritario priísta ha sido un Ogro Filantrópico, en conceptualización de Octavio Paz, o un Estado ideológico total y totalizador de José Revueltas. Es decir, el Estado total que clamaba Carl Schmitt.
El otro lado del problema radica en el hecho de que los empresarios han carecido de un discurso ideológico, como reflejo de su decisión de no considerarse clase social en lucha contra el proletariado para configurar una disputa real por la riqueza. El Estado define y administra la riqueza, permite la construcción de empresarios afines al Estado y los ayuda a depender del poder público. Los empresarios no son clase autónoma, sino sector productivo. Hasta el 2000 dependieron de los espacios dentro del PRI, ya fuera directa o a través del presidente de la república; con el PAN no supieron construir una autonomía del Estado; y ahora han regresado al modelo priísta de marchar al ritmo de los sones del Estado y del gobierno.
Por eso los empresarios están a la espera de la inversión pública para participar de las mieles presupuestales. Lo malo es que han perdido la oportunidad de 25 años de tratado comercial para construir una nueva planta productiva que dependa de las exportaciones sin pasar por el gobierno. Esa clase empresarial que depende del presupuesto público se acostumbró a ser parasitaria, una especie de rémora que se alimenta de lo que come el tiburón.
Los organismos empresariales son dirigidos por administradores contratados, no por propietarios. El viejo sector financiero que operaba como columna vertebral del sector empresarial quedó diezmado y perdió su poder al vender sus activos al extranjero.
La última rebelión política de los empresarios fue en 1982 por efecto de la expropiación de la banca. Manuel J. Clouthier derivó en candidato presidencial del PAN en 1988 para buscar una ruptura del viejo Estado priísta, pero el PRI supo administrar su poder y en 1988 venció a los empresarios y a los disidentes cardenistas. Los empresarios siguieron en el PAN y llegaron con Fox, pero nunca encontraron un modelo panista de reorganización del Estado. El propio Fox militaba en el empresariado, pero era sólo alto ejecutivo de la Coca-Cola y no dueño.
La cabeza empresarial hoy, al margen de las cúpulas privadas, es Slim Helú, un financiero que salió beneficiado de las privatizaciones de empresas del Estado en el sexenio de Salinas de Gortari y buena parte de su fortuna salió de Teléfonos de México y de empresas que prestan servicios públicos. Ahora mismo no falta a las reuniones en Palacio nacional con el presidente de la república para definir programas federales que concesionan servicios a los empresarios. Con una fortuna de 70 mil millones de dólares, Slim anda en busca de contratos de lo que sea y de cuanto sea.
Los empresarios seguirán a la espera de inversiones públicas subcontratadas.