Recuperar la capacidad de producción de PEMEX y la CFE y crear un marco legal para alianzas estratégicas que satisfagan la demanda del mercado interno, las necesidades tanto de la industria como de las familias, y reducir precios en el mediano plazo, en un entorno mundial donde surgen nuevos actores y el país se rezaga, pasando gradualmente de exportador a importador, explica la necesidad imperiosa e inaplazable de la reforma energética.
Lo dice claramente el presidente de México, Enrique Peña Nieto, en su entrevista con uno de los principales diarios de habla hispana, el País editado en España, la semana pasada: “Es evidente que el mapa se está moviendo. Lo que Estados Unidos ha alcanzado en esta asignatura energética modifica todo el mapa. México no se podía rezagar. Lo que estaba ocurriendo de seguir en esta misma ruta es: se nos iban a caer los ingresos por petróleo, nuestra producción seguiría decayendo y no estaríamos generando el insumo energético que el desarrollo industrial demanda en el país. Estábamos entrando a fases deficitarias”.
En efecto, si el mundo se mueve a velocidad de vértigo, los mercados de la energía lo hacen a un ritmo mayor todavía, ahora sobre todo con el impulso de la llamada revolución del gas shale o de esquisto en vastas zonas del territorio de nuestro vecino y principal socio comercial, que es la explotación masiva a pequeña escala en predios de particulares y que ha elevado exponencialmente los volúmenes de producción y reducido drásticamente los costos de producción, lo que le da a ese país una impensable, hasta hace unos cuantos años, autosuficiencia energética y una gran capacidad competitiva mundial.
Las cifras oficiales, ofrecidas por la Secretaría de Energía del gobierno federal, a través de su Sistema de Información Energética, no deja lugar a dudas: nuestro país no puede seguir con el mismo marco legal y administrativo viendo como perdemos capacidad competitiva y oportunidades de desarrollo.
Algunos indicadores que daremos hoy, a reserva de dar otros en nuestra reflexión de la semana próxima son:
El nivel de producción de PEMEX disminuyó de 3.38 millones de barriles diarios en 1997 a sólo 2.52 millones en el 2013, a pesar de que la inversión en los rubros de exploración y extracción de la paraestatal se incrementó en ese periodo de tres mil millones de dólares a 20 mil millones de dólares; es decir, se gastaron casi siete veces más y se obtuvieron 800 mil barriles diarios menos, lo cual hubiera llevado a la quiebra o hubiera obligado a un cambio radical de su operación a cualquier empresa privada.
Las necesidades de gas natural del país se han incrementado notablemente, mientras que la capacidad de generación de ese insumo vital por PEMEX ha descendido. Mientras en 1997 el consumo nacional era de cuatro mil 576 millones de pies cúbicos diarios (mpcd) y la producción era casi de la misma cantidad, cuatro mil 467 mpcd, lo cual nos hacía ser un país autosuficiente, en el 2013 el consumo fue de ocho mil nueve mpcd y la producción de sólo cinco mil 679 mpcd, lo cual obligó a nuestro país a una importación de dos mil 330 mpcd, es decir el 30 por ciento del total, perdiendo la autosuficiencia en la materia.
Por otra parte, mientras en 1997 el consumo de gasolina fue de 503 miles de barriles diarios y la producción de 376 mbd, lo cual significó una importación del 25 por ciento del total, en el 2013 el consumo fue 767 mbd y la producción de 42 mbd, lo cual obligó a importar 345 mbd, el 45 por ciento del total, teniendo como efecto también, lo más grave y lo que más preocupa a las familias en su vida diaria, un incremento sensible y sostenido del precio de la gasolina para el consumidor particular.
En suma, siendo México todavía el séptimo productor mundial de hidrocarburos, los rezagos industriales y los obstáculos legales a la inversión privada en la producción y la refinación obligan a importar casi el 50 por ciento del combustible que consume y casi la tercera parte del gas que necesita.
El entorno mundial de los energéticos tiene un nuevo mapa y México no puede mantenerse impasible, atado a sus dogmas ideológicos y sus atavismos míticos, negándose por algunos sectores a aprobar de inmediato una reforma que el país necesita con urgencia y que no puede seguir aplazándose, mientras se pierden oportunidades irrepetibles.
Me quedo con el diagnóstico del presidente de la República: “Yo creo que el ajuste que se ha hecho en materia energética es algo que se había venido posponiendo, parecía un tema intocable, sin duda estaba o está en la cultura de nuestro pueblo como un tema casi inalterable. Pero era evidente que el marco legal en el que veníamos actuando no haría posible que México tuviera un mayor desarrollo energético. Evidentemente, la explotación de los yacimientos fáciles de acceder se estaba agotando; es evidente que hay un decrecimiento en la explotación petrolera de nuestro país”.
La reforma energética ha cubierto ya, desde diciembre del año pasado, su etapa constitucional y está justamente ahora a debate en las cámaras legislativas del Congreso de la Unión la reforma a las leyes secundarias de la materia, para que el nuevo régimen legal pueda aplicarse, con el detalle requerido, a la realidad concreta.
Cualquier reforma toca intereses y genera resistencias, y más reformas del impacto y el significado de la reforma energética, como apunta el propio jefe del Estado mexicano, pero es preciso mirar al presente y al futuro del país, no al futuro inmediato, no al escenario político de los triunfos y las derrotas electorales, sino al futuro que, con responsabilidad compartida, debemos legar a nuestros hijos.
Desde la Cámara de Diputados del Congreso Federal, mi voz y mi voto seguirán siendo por las leyes y las reformas que necesita el país, que reclaman su presente y su futuro, para que el país y Oaxaca tengan el marco legal que pavimente y favorezca su despegue definitivo hacia el crecimiento y la justicia.