La decisión del Presidente Enrique Peña Nieto de decidir la postulación de José Antonio Meade como candidato presidencial del PRI, sigue una doble lógica simple: por un lado, reitera el pragmatismo antes ya mostrado por el Jefe del priismo, y su enorme capacidad de imponer sus prioridades sobre sus afectos o intereses directos; pero en el otro extremo, la decisión de impulsar a Meade implica el reconocimiento de que una de las principales exigencias de los electores está en buscar ciudadanos y no políticos para el ejercicio de las responsabilidades públicas. En consecuencia de ello, la verdadera sociedad civil debe ahora buscar no terminar avasallada por este ejercicio aparente de ciudadanización de las definiciones partidistas.
En efecto, a partir del pasado lunes se desató la fase crítica de la elección presidencial, al prácticamente quedar fijada la Litis de la contienda. En Morena está perfectamente sabido desde hace dos años que su candidato presidencial será el líder único, Andrés Manuel López Obrador que, como lobo solitario, ha recorrido el país en una campaña permanente que no es la de un dirigente partidista, sino la de un candidato en pleno. En el PRI, la señal del rumbo de la candidatura presidencial se dio con la renuncia de Meade Kuribreña a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y el inmediato arropamiento de las principales expresiones priistas. Al manifestarse la llamada “liturgia priista” quedó claro el rumbo de ese partido.
En esa lógica, hay dos expresiones confrontadas que ahora medirán sus fuerzas: por un lado, se encuentra Andrés Manuel López Obrador que representa a la figura más importante de la izquierda en los últimos tiempos en México, y tiene todos los elementos necesarios de un líder carismático que representa a un político en rebeldía luchando contra el sistema a través de postulados opuestos a los planteamientos y políticas del régimen. Por eso, para AMLO su principal capital político se basa en el hecho de ser un referente opositor y un crítico acendrado de todas las políticas gubernamentales.
Es muy probable que, a pesar de todo eso, le llegue la crisis política en el momento en que se le critique por un sector de la población por no encajar en el requerimiento del perfil ciudadano que, evidentemente, está muy lejos de tener por haber sido alguien que ha vivido de la política partidista por varias décadas, por haber ocupado diversos puestos de elección popular, y sobre todo por ser nada menos que el Presidente Nacional de un partido político. Esos elementos le permiten innumerables credenciales y cualidades como candidato presidencial, pero lo anulan por completo en cualquier posibilidad o intención de presentarse como un ciudadano que lucha por el poder.
En el otro extremo se presenta José Antonio Meade, que sin duda le ha dado una imagen de frescura a un partido que se preveía que estaría completamente ceñido a las liturgias, a sus añejas tradiciones y a los intereses de sobreprotección del grupo que actualmente gobierno en el ámbito federal. Prácticamente desde el momento de su destape, Meade se generó el aura de ciudadanía que el PRI necesitaba, y se ha insistido de manera importante que su mayor cualidad no es la preparación académica o su larga trayectoria como servidor público, sino el hecho de que Meade no es un militante priista, que es un ciudadano preparado que trabaja, y que será un candidato ciudadano que es impulsado por una plataforma partidista para tratar de darle un sentido distinto a la lucha por el poder, tradicionalmente protagonizada por políticos y no por ciudadanos.
¿Y LA CIUDADANÍA?
En todo esto, hay dos cuestiones que parecen ser relevantes: primera, que los partidos y sus candidatos seguirán siendo eso a pesar de los intentos por vestirse con ropas ciudadanas. Y segunda, que de todos modos la ciudadanía parece seguir aislada ante el fracaso de las candidaturas independientes y la amplia posibilidad de que después de la contienda presidencial se siga diciendo —de forma malintencionada— que en México la sociedad civil no existe. ¿Qué debemos entender en todo esto?
Respecto a lo primero, es importante entender que si bien Meade no es político, tampoco es cierta totalmente aquella historia relacionada con que es un ciudadano común y corriente, que de repente se ganó los afectos del líder del partido en el poder y por eso —y por sus cualidades— fue postulado como candidato presidencial. Esa es una mentira del mismo tamaño que la que se quisiera decir al asegurar que López Obrador es también un ciudadano de a pie. Al final, uno y otro son expresiones propias del posible “paso adelante” del formato tradicional del político que busca el poder, aunque esencialmente siguen siendo formas alternativas de ese mismo esquema.
Ahora bien, respecto a los candidatos independientes, también vale la pena reconocer el tamaño de esa crisis. Pues salvo excepciones contadas, en México no hay aspirantes a una candidatura presidencial por la vía independiente, que sean o hayan sido totalmente ajenos a la política partidista. De hecho, los dos únicos con posibilidades de acreditar el apoyo ciudadano necesario para una candidatura presidencial, son Margarita Zavala y Jaime Rodríguez Calderón. Ambos, aunque hoy son independientes porque no militan en un partido, están profundamente ligados a la política partidista y —a pesar de sus expresiones— están muy alejados de una posible representación ciudadana real. Al final, sus aspiraciones no pasarían ni de lejos el tamiz de una auténtica ciudadanía.
Por eso mismo, es muy importante la posibilidad de que la ciudadanía no se pierda en esas expresiones que son, en el fondo, una especie de “copia de ciudadanía” pero que no tienen los rasgos más genuinos de ser algo distinto que el sistema partidista. De ahí que haya la necesidad de establecer algunas posiciones de la verdadera ciudadanía: esa que está atenta a las acciones y decisiones del gobierno, y que está dispuesta a impulsar formas de evaluación y vigilancia a las cuestiones públicas.
Algunas de esas expresiones son las que a través de organizaciones de la sociedad civil impulsan cambios institucionales. Pero son a las mismas a las que el gobierno federal saliente —que ahora quiere ser ciudadano— intentó perseguir y espiar, como en el caso del IMCO y otras organizaciones a cuyos dirigentes trajeron de cerca para conocer sus relaciones y movimientos.
ACTUAR DESDE LA CIUDADANÍA
Por eso es importante no perder el sentido de seguir actuando como sociedad, y no marearnos con las expresiones que sólo aparentan serlo. El país sólo cambiará con una ciudadanía atenta y exigente, que sea capaz de organizarse para limitar y moldear al poder público.
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