A la hora de la redacción de estas líneas los policías estatales de Oaxaca seguían en paro. Si se levanta o no, a estas alturas ya es irrelevante. El golpe institucional está dado.
Cuando la principal institución de seguridad pública en el estado pierde entre sus filas un valor vertebral como la disciplina, las cosas no pueden estar peor.
¿De quién es la culpa? ¿De los policías? ¿Del secretario de Seguridad Pública? ¿Del gobernador? ¿De actores políticos opositores al gobierno? ¿De algún partido político en específico?
Las opiniones se dividen en la tormenta de la desinformación. Una cosa es cierta: la Secretaría de Seguridad Pública pervirtió su naturaleza al ser utilizada como instrumento de propaganda partidista, como casa de campaña.
El fin de todo gobierno es la felicidad de los gobernados. La garantía de salud, educación, alimentación, empleo, pero sobre todo de seguridad son la materialización del bienestar para los ciudadanos. Cuando los espacios gubernamentales encargados de la salvaguarda de esas garantías son ocupados por animales electorales, pasa lo que ha sido la constante en el gobierno de Oaxaca.
Primero fue el IEEPO que, independientemente de sus convulsiones transexenales, ha sido permanente talón de Aquiles de esta administración desde que se buscó fallidamente un espacio de promoción para Bernardo Vásquez.
Después fue la Secretaría de Salud que de escándalo en escándalo sigue pidiendo a gritos en su timón a un profesional de la salud y no a un médico deseoso de participar nuevamente en un proceso electoral.
Finalmente -y sin contar el reciente affaire de ganaderos contra el titular de la SEDAFPA- la Secretaría de Seguridad Pública está protagonizando la crisis más profunda de que se tenga memoria en Oaxaca. Días después del anuncio de preocupantes cifras oficiales sobre el incremento de los homicidios en Oaxaca, nos quedamos prácticamente sin agentes del orden.
¿Cuáles son las razones del gobernador para sostener al secretario? Ante la ausencia de tales razones solo podemos conjeturar. Que el gobernador se asuma gobernante y hable con su pueblo. Que le diga con claridad los motivos para ejercer su incuestionable facultad para mantener o remover servidores públicos en sus cargos.
¿Por qué Esteva no renuncia? Claro está que por soberbia y por necedad. Víctima de una conspiración, de un complot, Alberto Esteva quiere, a todas luces, seguir ejerciendo su “legítimo derecho” a hacer proselitismo desde un área estratégica del gobierno. Es ahora o nunca y los azules tienen que ser naranjas.
Que los policías están obligados a lealtad y disciplina es ya cuestionable con tantas necesidades y vejaciones, y ahora en medio de amenazas de despido y represalias. Los policías no son máquinas programadas para obedecer, para no sentir necesidad de un mejor sueldo, de equipamiento y de mejores condiciones para trabajar. El secretario pierde la perspectiva de que los policías trabajan para Oaxaca y no para él. Si la disciplina es importante para la buena marcha de la institución y de la tarea que tiene encomendada, el liderazgo es vital. Pase lo que pase, el liderazgo se ha perdido. El secretario no es un líder, es un capataz; ya no es el primero entre sus iguales, pretende ser el primero y el único. “Quienes no quieran estar que renuncien” ha dicho y ha mandado publicitar el vergonzoso espectáculo de juramento de lealtades como si la firma en un papel valiera la lealtad, el compromiso y la pasión por servir desde una corporación tan estoica.
Boquiflojo, Esteva ha argumentado las cosas más inverosímiles a raíz de esta crisis y antes de ella, a propósito de otros detalles. Basta con escuchar cualquiera de sus entrevistas para darnos cuenta que algo anda mal en la azotea.
Debe ser grande la frustración de saberse repudiado entre quienes debía ser respetado. El principal responsable de la indisciplina es el secretario. ¿Cómo pedir a los guardianes del orden no sentir indignación cuando su principal tarea los últimos meses ha sido el activismo político, cuando los han utilizado como botargas en tareas de promoción de afanes partidistas y personales?
¿Cómo pedirles calma cuando saben que de 8 mil policías en nómina sólo aparecen 2 mil cuatrocientos en el Registro Único? ¿Cómo ordenarles que se dejen de protestas cuando son amenazados con el despido que, dicho sea de paso, es un gran petate del muerto?
La explicación a lo que ha pasado es sencilla. En su elemental intuición los policías han optado por la justicia frente al derecho. La ley les manda obedecer y disciplinarse; pero la justicia les manda luchar por sí y por los que vienen detrás de ellos.
No sabemos si la intervención de los diputados locales procesa la solución o cataliza más conflicto. Pronto lo sabremos. Sin embargo, los policías deben estar atentos a cualquier tentación (fundada en la experiencia) a los arreglos entre ejecutivo y legislativo. Quienes suelen ganar más en este tipo de conflictos son los representantes populares y hoy se trata de que –por una sola ocasión- gane Oaxaca y gane la justicia.