Las lecciones de la Ibero
Lo que ocurrió entre el incidente de Enrique Peña Nieto en la FIL de Guadalajara y el debate del domingo 6 de mayo me llevó a releer partes del espléndido libro La marcha de la locura de Bárbara W. Tuchman, cuya tesis central es que los gobernantes, desde los tiempos de Troya hasta nuestros días, suelen tomar decisiones “insensatas” por cuanto lesionan sus propios intereses.
Esta proclividad a ponerse trampas a sí mismos y caer en ellas no es exclusiva de los reyes, presidentes y primeros ministros; se observa en mucha gente, y en particular en quienes tienen alguna forma de poder político, económico, mediático, etc. Y el riesgo más frecuente radica en sobreestimar las propias fuerzas y subestimar las del enemigo.
Me vino a la mente el libro porque algo similar hicieron los adversarios del priista a raíz de lo que él mismo calificó como su “desliz” en Guadalajara. Peña Nieto tal vez iba preparado para responder preguntas sobre su libro y sobre temas políticos, pero quizá no pensó que le lanzarían una “bola boba”, como la pregunta sobre tres libros, se desconcertó, resbaló.
Con plena racionalidad político-electoral, sus oponentes aprovecharon el hecho para exhibir al priista como ignorante, iletrado, “incapaz de articular dos frases sin ayuda del teleprompter o el ‘chícharo'”; como un candidato vacuo “fabricado” por Televisa. La especie tuvo éxito y la imagen del priista fue dañada, sobre todo en el llamado “círculo rojo”.
Una o dos semanas después del incidente, los chistes que circularon por las redes sociales y los comentarios sarcásticos hasta de los lectores de noticias más ignorantes, pegaban en el blanco. Pero la “vida útil” de las noticias suele ser efímera y los candidatos y partidos contrarios a Peña prolongaron la difusión de los mismos mensajes durante demasiado tiempo, hasta que perdieron eficacia arrollados por la barahúnda noticiosa de todos los días.
Un segundo error fue que los oponentes a Peña estaban preparados para presenciar un mal desempeño del candidato priista en el debate del domingo 6, que confirmara las escasas luces que se le atribuían, y llegaron al debate confiados en que acabarían con el favorito. Peor aún, los propios candidatos y sus estrategas creyeron en la especie que ellos mismos habían promovido y confiaron en que sería fácil poner en ridículo al priista y bajar sensiblemente sus índices en las encuestas de intención de voto.
Panistas y “progresistas” cometieron la insensatez, diría Tuchman, de poner demasiado baja la vara y Peña saltó sobre ella sin ningún esfuerzo. Para desmentirlos, Peña no tenía más quehablar con cierta fluidez y coherencia sin ayudas externas, y lo hizo. No sólo respondió a los ataques que le hicieron por la izquierda y la derecha, sino que puso en aprietos a Vázquez Mota y López Obrador y, además, expuso o al menos mencionó algunas propuestas en los temas que supuestamente eran la materia del debate.
Supongo que Peña Nieto sabía que el objetivo de estos dos candidatos era debilitar su candidatura y que no tendrían recato en exhibir fallas reales o supuestas de su gobierno e incluso asuntos privados. Y así fue. Vázquez Mota no se detuvo en consideraciones éticas almeter en el debate la muerte de la niña Paulette Gebara y López Obrador exhibió fotos de Peña con Salinas y Montiel.
Se ha dicho y escrito tanto contra el candidato del PRI, en especial sobre su vida privada, que lo han vacunado, como se demostró en el debate: primero, Peña Nieto reveló cualidades depolemista que no le sospechaban sus oponentes y, segundo, las “lacras” que exhibieron Vázquez Mota y López Obrador ya no tuvieron los efectos corrosivos en la opinión pública que lograron cuando fueron difundidas por primera vez.
Atenco fue el leitmotiv de los jóvenes que lo abuchearon en la Universidad Iberoamericana al término de su conferencia. El candidato asumió la responsabilidad, pero no se puede discutiren medio de la algazara aunque, claro, el objetivo del tumulto no era discutir, sino repudiar la presencia del priista en el campus y difundir esa demostración en las redes sociales.
En el equipo de campaña de Peña Nieto tendrían que analizar si vale la pena exponer a su candidato a más reuniones como la de la Ibero. Pero quienes deberían estudiar el asunto con la mayor seriedad son los responsables de la seguridad, pues en medio de la turbamulta –sea o no espontánea– nadie puede garantizar que no se colará un desquiciado. Todos los partidos tienen el deber de preservar la integridad física de sus candidatos, pues el país no resistiría ahora una tragedia como la de Lomas Taurinas.
El odio que afloró en la batahola juvenil es, por lo demás, un dato que debieran leer correctamente los candidatos porque revela el estado de ánimo de una parte de la sociedad, herida por aumento de la desigualdad, la pobreza, la violencia y el desempleo que afectan sobre todo a los jóvenes. México podría fracturarse y las campañas políticas no debieran avivar ese fuego.